Capítulo 2

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Lunes, luego de un fin de semana insufrible, al fin ha llegado el lunes y estoy más nerviosa que nunca. He inspeccionado mi atuendo una y otra vez, pero sigo sintiéndome como una estúpida, y lo peor de todo es que sé que él lo notará. Dejé mis faldas por unos jeans claros y una simple camiseta. No quiero que piense que lo hice por él, porque recuerdo como me miró cuando nos vimos por primera vez, no era disgusto, sino más bien diversión. No me siento yo con esto, pero supongo que es demasiado tarde, ya estoy en el tren y no llegaré tarde, al menos no en la semana de prueba.

Espero impaciente a llegar a mi estación mientras que pongo música, y cuando por fin estoy en Covent Garden, salgo tratando de esquivar los empujones de las personas que caminan de un lado al otro con prisa. Camino las calles que recuerdo y luego le envío un mensaje a tía Loren para decirle que ya estoy frente al edificio. Ella me envía un código, con una larga combinación de números y letras, y luego de colocarla en el automático de la entrada, la verja de hierro negro que tiene más de cuatro metros se abre y me deja pasar. Pongo los ojos en blanco cuando me pide el mismo código al entrar al ascensor, demoro como unos estúpidos diez minutos hasta que por fin la clave está bien escrita y el ascensor me marca el piso de Alexander Eggers. Me miro en el espejo de la caja metálica y luego trato de darle un poco de color a mi rostro, pero no hay caso. Estoy pálida como siempre, mi cabello rubio tiene algunas ondas en las puntas, pero el viento no ha ayudado. Es un desastre. Es un completo desastre que jamás estará a la altura de ese tipo guapo y sonriente.

—¡Al fin estás aquí!—exclama tía Loren cuando me abre la puerta con una tarjeta magnética—. Llegas diez minutos tarde —informa con un dejo de regaño en su voz. Pongo los ojos en blanco sin decir nada, camino hacia el costoso y exagerado sillón en forma de L y dejo caer mi bolso de tela floreada sobre él.

—¿Eso huele a palomitas?— preguntó frunciendo el ceño y haciendo gesto de asco.

Sí, son palomitas. ¿Qué sucede aquí?

—Regla número uno: todos los días en la mañana debes de hacer palomitas para el desayuno. No le gusta la mantequilla, solo las palomitas y jugo de naranja.

—Ese tipo está loco —digo rápidamente, mientras que tía Loren termina de preparar el desayuno—, ¿Qué se supone que debo hacer?—cuestiono observando a mi alrededor. Todo se ve impecable, estoy segura que no hay que hacer nada hoy.

—Por el momento nada. Él aún no ha despertado.

—Perfecto.

Me siento en la barra de la cocina y observo como ella termina con las palomitas a las cuales miro con desprecio, luego comienza a preparar algo en un tazón con avena y me muero del doble asco. Camino hacia el refrigerador y me percato de que no hay Alex a la vista. Lo abro y husmeo dentro.

—¡Tiene delicias aquí adentro!—chillo espantada—, ¿por qué querría comer esa mierda de ahí?

—Modales, Iris —me regaña.

Cierra la puerta del refrigerador y luego me lanza una miradita. Oigo risas y risas por el pasillo y ella entre señas me ordena que me quede quieta en un lugar.

—¡No, claro que no!—grita una voz femenina entre risas. Alex aparece primero en la habitación sin prestar demasiada atención a lo que sucede y colgando de su espalda esta una chica rubia con ojos azules y piel de porcelana. Ambos se ríen mientras que él la carga con ternura hacia la barra.

—Claro que sí —dice él finalmente y besa su frente cuando la sienta en el banquillo. Sé qué estoy blanca, congelada, en shock. No quería ver esto, no un lunes.

ALEX - Deborah Hirt ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora