Capítulo XIV

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Cuando nos dieron las breves vacaciones de invierno llegué al extremo de visitar furtivamente la casa de Eva incluso en las mañanas, sospechando que un día llegaría y ella ya no estaría. Temía guardar silencio y temía hablar, porque sabía que lo que estaba por ocurrir no podía ser normal y mucho menos aceptado por adultos responsables según otros adultos.

Lo cierto era que, de una manera u otra, ocurriría.

Ocurriría sin que yo le hubiera dicho nada o ella a mí. O que cruzáramos nuestras miradas intencionadamente. Yo, que me había vuelto experto en Eva, sabía que lo que ella estaba haciendo era definitivo y sin posibilidades de echarse para atrás. Eva no era de arrepentirse, pero nunca lo supe por su propia boca. Todo lo que supe de Eva lo descubrí mirándola desde la distancia sin tener ni idea de cómo sonarían esas cualidades expuestas con su voz, o de qué manera lo explicaría ella con sus propias palabras. Nunca podré citar su niñez o su adolescencia en sus frases y sus perspectivas, en sus maneras de ver la vida, porque nunca la escuché. Yo veía hacia adentro, pero jamás nos di la oportunidad de saber cómo se veía desde su interior hacia el exterior; desde su mundo hacia el nuestro. Creo que nunca pude mirar a través de sus ojos, y vaya que habría valido la pena.

EvaWhere stories live. Discover now