Capítulo IX

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Quizá ella pensaba que era cierto. Puede ser que nosotros no fuéramos los primeros en decirle que nadie la apreciaba, y eso solo había sido una confirmación de lo que vivía día a día. Pero, ¿cómo saberlo? ¿Cómo condenar a alguien a la eterna soledad cuando en realidad no conoce lo que es vivir con compañía? Medité durante un par de días antes de volver a seguirla. En realidad ya no necesitaba su guía para llegar a su casa, pues desde el día en que vi parcialmente cómo vivía pude regresar sin problemas y el recorrido se había grabado como un mapa muy detallado en mi cabeza, pero pensé que sería una mejor idea salir después de ella y no perderla de vista para que así ella no se diera cuenta de lo que yo estaba haciendo. No podía dejar pasar mucho tiempo, aunque algunos se preguntaran por qué de pronto tenía tanta prisa por marcharme.

Fue un día tranquilo para todos, pero Eva no había logrado escapar de un par de palabras de burla antes de irse a casa, y aunque fue en menor proporción que el resto del tiempo, no era de extrañar que al menos intentaran incomodarla con una mirada. Esa mañana todos estaban un poco agitados por una prueba y habían decidido ignorarla (dejarla en paz) para poder concentrarse en sus propios asuntos, de manera que le otorgaron un día libre, pero al final de la jornada el burlón de turno se había encargado de cobrarle por esa relativa tranquilidad y le había gritado algo que prefiero no recordar. Para entonces todas esas griterías me sonaban a aullidos y ladridos de bestias insanas; no obstante, todavía yo no había sido capaz de apartarme del todo de esa manada y no había habido un día (ni uno solo, yo prácticamente los contaba) en los que alguien no le hiciera una crueldad a Eva. Si veían que la chica estaba muy ufana, se encargaban de señalarla al menos.

Salí con la mandíbula apretada, pesando en lo que sucedería si alguien descubría que seguía a Eva, pero dejó de importarme cuando salí de los límites de la escuela, donde algunos estudiantes revoloteaban todavía y perdían el tiempo haciéndose bromas y chistes entre ellos mismos o jugando y ensuciándose más de ser posible. Me escabullí cuando un compañero que vivía hacia la misma dirección que yo pasó cerca, y me escondí detrás de unos arbustos crecidos y olvidados por la podadora.

Seguí el trayecto. Sentía que llevaba años haciéndolo, aunque solo fuera el segundo día siguiendo a Eva hasta el final. Di los mismos pasos, me escondí tras los mismos árboles y la observé a ella hacer lo mismo que la vez anterior. Ella parecía una lucecita que se iba extinguiendo hasta que llegaba ante la puerta descuidada, donde terminaba de apagarse definitivamente. De nuevo me acuclillé junto a la ventana frontal, desde donde escuché cómo se desarrollaba un monólogo por una voz fuerte, pero no la misma voz grave de la anterior ocasión, sino la de una mujer enojada que despotricaba sobre cómo la casa estaba hecha un desastre y Eva no había movido un dedo el día anterior. La comida no estaba preparada, el piso estaba sucio, las ventanas empolvadas. Me sentía mal escuchando todo aquello. Se sentía horrible, como si fuera yo a quien estuvieran gritándole inútil, indeseable y estúpido.

En esa oportunidad no me fui tan pronto. Permanecí bajo el alféizar esperando algo. (Todavía no sé qué.)

Escuché algunos platos entrechocando, algunos muebles moviéndose y sobre todo, mucho silencio por parte de Eva. Seguían gritándole, pero ella seguía callando como solía, y haciendo lo que tenía que hacer y lo que quizá no le correspondía. Lo que le atañía y lo que se le imponía. En una ocasión pude asomarme sin tanto temor y me fijé en que la mujer que gritaba estaba tambaleante y muy desarreglada, lucía una camisa que parecía de hombre y el cabello en una coleta revuelta como las que se hacía mi mamá a la hora de cocinar o hacer los quehaceres, excepto que la de esa mujer, la madre de Eva, según pensaba yo, parecía tener dos días y estaba mucho más despeinada de lo que a mi mamá se le ponía cuando terminaba sus labores de ama de casa.

La mujer le hablaba a Eva con tono amenazador y no parada de señalarla. Eva bajaba la mirada y recogía los platos de la mesa mientras su madre la seguía por toda la estancia recriminándole alguna falla.

—... noche me dijo que cuando despertó no había nada qué comer y todo estaba hecho un lío aquí abajo.

—Pero yo no...

—Y tú solo estabas ahí, sin hacer nada —dijo con desdén, sacudiendo una mano para resaltar su punto.

—Acababa de llegar de la escuela y... —intentó explicar Eva, pero su madre volvió a interrumpirla.

—No me importan las excusas. Si eso vuelve a suceder...

—¿Qué sucede aquí?

Esa voz me retumbó en los oídos y me hizo esconderme de nuevo. Era una voz mucho más amenazante que la de la mujer, y sabía que no auguraba nada bueno. Mis oídos parecían haber perdido toda capacidad y función. Sentía que una bomba acababa de explotar cerca de mí y el latido de mi corazón no me permitía escuchar lo que sucedía fuera de mi cuerpo.

—¡No discutas! Cállate.

Escuché un golpe. Tal vez fue una bofetada, pero no escuché más a Eva. Ella era tan silenciosa, que apenas pude reaccionar cuando la puerta se abrió y ella salió con una sonrisa titubeante en sus labios, como si alguien la esperase afuera (cosa que no era cierta). Había algo envuelto en papel entre sus manos y ella, con algunos sonidos de su boca, atrajo a un par de chuchos famélicos y heridos que corrieron al encuentro de la niña, que les ofreció lo que llevaba.

—Lo siento, no tengo nada más.

Los perros devoraron el alimento con desesperación, e incluso lamieron las manos de la niña suplicando un poco más, pero Eva negó con la cabeza y suspiró. Yo me había arrastrado un poco más lejos para quedar fuera de su vista, pero mis piernas comenzaban a entumecerse y, acuclillado como estaba, no aguantaría mucho más.

—Les traería, pero es todo. Escasamente he comido yo, lo lamento tanto...—susurraba. Noté que miraba con nerviosismo hacia el interior de la casa, pero seguía sonriendo a las criaturas que dependían de esos actos de bondad y compasión para sobrevivir. Les hizo un par de mimos y se fue.

Ver como se quedaban frente a la puerta, con la esperanza de que Eva regresara con más alimento hizo que mi corazón terminara de romperse. Eva era buena. Era tan buena... ¿Cómo era que nosotros habíamos sido tan crueles con una persona con un corazón tan gentil? Había renunciado a su ya escasa comida para ofrecerla a criaturas sin refugio ni amparo, y sufría en silencio los reclamos infundados de padres irresponsables y borrachos. Ella sufría maltrato y seguía sonriendo, ¿cómo era posible? Qué miseria la suya por no tener quien hiciera del bien en ella su refugio, y qué miseria la nuestra por no ver más allá, la tristeza de un rostro que prefiere no mostrar ninguna emoción. Dicen que las bestias pueden oler el miedo de la presa, pero nadie puede discernir lo que hay tras un rostro delgado y puro, eso que todos necesitan y que pocos tienen.

No pude moverme durante un rato. Me senté en la grama con las piernas extendidas mientras se les pasaba el hormigueo, pero ahora todo permanecía en silencio. Quieto, como yo. Y a la deriva, como sentía que estaban mis pensamientos. Recuerdo con bastante claridad esos días, porque fueron los días en los que descubrí el nivel de indiferencia que puede alcanzar un ser humano, convirtiéndose en algo casi inhumano. Yo no conocía el maltrato como lo conocía Eva. No conocía el abandono como ella lo hacía. Pero tampoco conocía la esperanza que ella mostraba en cada sonrisa, en cada gesto de bondad hacia el mundo como ella estaba haciendo en ese momento. Para mí, no había manera de escapar de esa situación tan terrible que ella vivía, pero para ella, que estaba metida a fondo en esa circunstancia, parecía impulsar aun más sus deseos de volar. Me levanté y volví a mirar por la ventana, y la observé sentarse cómoda y tranquilamente en la mesa del comedor, iluminado precisamente por los rayos del sol de esa hora de la tarde. No podía despegar mis ojos de sus manos aunque sabía que debía regresar a casa. No podía dejar de contemplar como dibujaba en su cuaderno, y deseé mirar de cerca. Deseé descubrir lo que trazaba en esas hojas de papel. Inconscientemente me incliné un poco hacia ella, como si de esa manera pudiera alcanzarla, y por poco me ve. De no haber estado tan distraída, y si tan solo hubiese levantado la mirada, estoy seguro de que me habría visto.

Mi corazón dio un vuelco. Hasta ahora no sé si fue por los nervios y el miedo a ser descubierto, o por el anhelo de que, en efecto, ella me viera ahí, entendiéndola por fin.

EvaWhere stories live. Discover now