Capítulo II

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Era otoño cuando se había vuelto costumbre molestar a la chica de vez en cuando. A nadie le agradaba, pero, paradójicamente, nadie la conocía. No sabía qué era exactamente lo que fastidiaba a los demás, no sabía qué era eso que hacía que todos la repudiaran. Quizá era solo aburrimiento, curiosidad, diversión a costa de la tranquilidad de otro. En mi caso, solo era inmadurez. Y aun cuando el tiempo molestándola se prologaba más y más, no me pareció extraño que siguieran tomándola con Eva. Cuando uno es tan joven no se fija en ciertas cosas y le da importancia a otras más tontas.

La chica volvía a entrar cada día con su paso lento y ligero, pero no inseguro. Miraba a los ojos a quienes le siseaban cosas con malicia mientras se desplazaba en medio de los pupitres hasta llegar al suyo y no parpadeaba, en parte alerta, en parte encantada con lo variopinto del curso. Ella siempre parecía sorprendida, por eso no se producía ningún cambio cuando alguno intentaba espantarla de algún modo. Ella nunca tenía miedo, pero siempre callaba. Siempre cedía. Parecía estar acostumbrada a hacerlo.

Una mañana en especial, miré sus zapatos limpios hasta que se sentó en el fondo del pozo (en el centro del salón) y se dispuso a sacar sus útiles. Solo vis sus zapatos, no me apetecía contemplar de nuevo la expresión tan impersonal que ofrecía, la invariable posición de sus labios tirantes y el constante movimiento de un animal que sospecha que están a punto de darle caza y que es experto en huir y evadir las balas de las escopetas. Fue entonces cuando pensé que ella nunca llegaba antes de la hora. Nunca llegaba al sonar la campana. Siempre después, cuando la clase estaba empezando. Salía al recreo de última, y jamás se la veía excepto en el cafetín donde ordenaba su comida. Escasas veces se la encontraba leyendo un libro de cuentos y, en otras ocasiones, dibujaba en la parte de atrás de su cuaderno con los labios en una línea recta y apretada, y con las nudosas rodillas juntas e inmóviles para apoyarse sobre ellas. Aún no había intentado relacionarse con nadie y siempre procuraba estar escondida o cerca de algún profesor, donde se encontrara un poco más segura y hubiera menos probabilidades de ser atacada. A una que otra niña estaba empezando a enfurecerle este hecho: se sentían insultadas. Los niños, en su mayoría, lo habían dejado estar, pero a veces, inspirados por las burlas de las chicas, se animaban a unírseles en sus crueles actos.

—Parece un niño —dijo la voz mordaz de una niña detrás de mí. Aunque no la había visto, se notaba el desprecio en sus palabras, que habían sido casi escupidas con el único objetivo de herir.

Me volví, dispuesto a buscar el motivo del comentario, y de inmediato me encontré con la mirada de Eva. Creo que nunca me había mirado a los ojos. No así. Ella miraba a los ojos constantemente, pero yo no parecía tener nada especial para ella, así que por lo general, yo no existía, ni siquiera cuando me burlaba de ella. Tal parecía que nada en mí llamaba su atención en absoluto. Pese a que le ponía cuidado a todo, nunca la había visto impresionarse por nada.

Curiosamente, no fueron sus ojos lo primero que vi. Es decir, fui consciente de su mirada sobre mí, pero no fueron sus ojos los que atraparon mi interés.

Ella llevaba el cabello corto. Muy corto. Y no pude evitar abrir la boca, cubriéndola posteriormente con una mano.

Nunca había visto a una niña con la cabellera tan corta. Ella había llegado con el cabello más largo que había visto en toda mi vida, y antes de eso ya estaba acostumbrado a que las niñas lo llevaran, al menos, por los hombros. Pero esto era una novedad y, para la mayoría, un espanto. En ese momento, igual que los demás, sí creí que de verdad parecía un niño.

Yo no era diferente al resto. Era uno más del montón. También me burlaba de ella, la señalaba y la culpaba por ser diferente. También le había gritado en un par de ocasiones cosas atroces, porque el furor del grupo me empujaba a ello. Yo era, tristemente, el niño más corriente que hace lo que hacen los demás, pero no porque me obligaran, sino porque entonces me parecía divertido como al resto, y se sentía bien ser parte de algo.

Solté una risotada y de inmediato me detuve. No sé qué sucedió primero, pero a veces me parece que las dos cosas ocurrieron al mismo tiempo. La maestra llegó, y las lágrimas asomaron por los ojos de Eva. Y no sé cómo lo supe, pero sus lágrimas no eran por nosotros. A ella no le importaba que nos burláramos de ella (¿cuándo le había importado hasta el punto de derramar unas cuantas lágrimas?). Ella quería llorar porque tampoco le gustaba cómo se veía, porque ella tampoco había querido que pasara lo que pasó con su cabello. Se llevó una mano lentamente hacia la cabeza, y acarició su suave y sedoso cabello, del cual ya no quedaba mucho. Antes habría podido acariciarlo durante minutos, pero ahora ya no había mucho más que tocar.

Estuve unos segundos más mirando, hasta que me llamaron la atención, y volví mi concentración hacia la clase, que ya había empezado. Y en ese último vistazo, vi como la niña ciervo se hundía en su pupitre.


Nota: algunos capítulos serás más cortos que otros. Unos serán muy, muy cortos, como complemento del anterior, pero en realidad esta historia no se divide en capítulos, sino que continúa como uno solo hasta el final. Solo que, para efectos prácticos, decidí publicarla así. Pueden ignorar el "primer capítulo", "segundo capítulo" porque en realidad no está organizado de esa forma, pero tenía que ponerle un nombre...

EvaWhere stories live. Discover now