Capítulo VI

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Eran las siete de la mañana y se respiraba entusiasmo. Los primeros días eran casi siempre iguales. Los mismos chicos de siempre, un poco bronceados por las vacaciones, o más blancos por no haber salido de casa. Usualmente eran los niños los que crecían más, pero los cambios más frecuentes y notables se producían en las niñas, que regresaban un poco más rollizas o más delgadas, dependiendo de sus propios intereses y autoestima. Eran ellas las que llegaban con cuadernos nuevos y mochilas más brillantes y se los mostraban a todos para asegurarse de que los demás notasen lo impresionantes que se veían, y eran ellas quienes se lustraban los zapatos con más esmero.

Los chicos, a diferencia de ellas, nos saludábamos entre nosotros con un reencuentro en el patio, donde jugábamos al fútbol antes de entrar a clases aunque nos ganáramos una buena regañina por llegar sudados tan temprano. Hacíamos la fila para entrar, tomábamos nuestros puestos en el aula (que raramente variaban) y nos daban la bienvenida a un nuevo año. Solían romper el hielo preguntando qué habíamos hecho en verano y adónde habíamos ido con nuestros padres.

Hasta entonces nadie se había acordado de Eva. O quizá sí, pero nunca la mencionaban si no tenían un nuevo rumor sobre ella, y hasta el momento habían preferido relegar esos asuntos hasta que ella llegara.

Admito que me inquieté un poco cuando, al pasar diez minutos de haber empezado la clase, Eva no había aparecido. Lo más lógico era suponer que ese día en particular se había retrasado más de la cuenta, o que se había ido definitivamente. Pensé que su familia la habría cambiado a un lugar donde se sintiera más cómoda y segura, o que se habrían tenido que mudar a otra ciudad. No lo sé. Esas cosas pasaban a veces.

Veinte minutos, y la puerta se abrió. Detrás de ella aparecieron dos individuos. A uno le había crecido el cabello desde la última vez que lo había visto, y al otro no lo conocía.

Junto a Eva, que parecía un poco más femenina con un nuevo corte de cabello, estaba una muchacha de nuestra edad con una sonrisa de disculpa y un papel en la mano. No la conocía de nada, pero supe que se le daban bien esas cosas, porque sonrió sin vergüenza hacia todos y agitó la mano en un saludo en dirección a sus nuevos compañeros. Era exactamente lo opuesto a lo que había hecho Eva en su primer día.

Era exactamente lo opuesto a lo que volvería a hacer Eva en un instante. Ella inclinó la cabeza hacia la maestra y sin explicar gran cosa, se dirigió hacia su puesto habitual.

El problema surgió cuando, al llegar, ya estaba ocupado por la otra niña nueva que, al ver que Eva se rezagaba, tomaba la oportunidad de sentarse en él y saludar a quienes estaban a su alrededor.

No fue gran cosa; en realidad no tenía gracia. Sin embargo, por tratarse de Eva, produjo carcajadas en todo el salón.

EvaWhere stories live. Discover now