—Eres un amargado —se quejó mi amigo.

—¿Qué? Es la verdad. Si tuviera 8 años, te juro que odiaría eso —confesé.

—Tú eres... Oh no...

—¿Qué pasa? —pregunté preocupado al mirar la expresión extraña de mi amigo.

—Creo que... necesito... ir al baño.

—¡Fuiste hace 10 minutos! —me quejé.

—¡Mi vejiga es delicada! No se muevan de aquí —salió corriendo de la tienda y tomé asiento en un pequeño sofá color celeste que tenían dentro, mientras que Lorianne se movía por la tienda mirando ropa.

Quisiera o no, debía admitir que Lorianne estaba linda... Físicamente, claro. Más que antes, pero había algo diferente. No es que la conociera perfectamente —teniendo en cuenta que toda nuestra relación fue una actuación estupenda— pero no se ve como siempre solía hacerlo.

Las pecas en su rostro me recordaban a los días que intentaba descifrar la constelación que había en ella. Y era imposible. En sus hombros, se asomaban unas cuantas, pero cuando bajabas por su espalda, encontrabas más. Podías trazar dibujos uniendo los puntos de su cuerpo. Recordaba también que no le agradaban mucho sus piernas, decía que eran muy blancas y todas sus amigas tenían un tono de piel espectacular. Sus piernas seguían igual, se veían suaves, como siempre. Los vestidos de flores siempre le habían sentado bien, eran mis favoritos... Me preguntaba si ella lo recordaba, ya que traía uno puesto.

¡Maldición, Chad! Pensé, ¿qué demonios te pasa?


—¿Es tu novia? —giré mi cabeza y encontré a un dependiente de la tienda, un chico joven.

Recordé en lo que estaba pensando... ¡No podía pensar eso! ¡Malditos recuerdos!


—Eh... no.

—La miras mucho... y un tanto enigmático, siéndote sincero. Podrías parecer hasta acosador, amigo.

—No la estoy acosando, viene conmigo... Vengo con ella... Es decir, estamos esperando a un amigo.

—¿Está embarazada? —fruncí el ceño.

—¡No! ¿Por qué...? —solté el aire de mis pulmones— Iré a ver si ya mi amigo vuelve.


Me puse de pie y salí de la tienda, en dirección al baño más cercano, donde suponía que había ido Thomas.

—¡Chad! —me giré, ella venía corriendo detrás de mí— ¿Adónde vas?

—A buscar a Thomas.

—Espérame entonces —me alcanzó y ninguno de los dos dijo nada.

No podía decir algo. Yo no iba a decir nada.


—¿Por qué andas tan callado? —preguntó— Diría que andas molesto también.


Ahora ella andaba parlanchina... y alegre. Eso era definitivamente producto de la menstruación, eso tenía que ser.

—Yo... No sé.

—Mientes.

—Tú también me mientes —me volteé hacia ella—, dijiste que tu madre te llamaba, pero es Spencer. Te he visto rechazarle las llamadas prácticamente desde que llegaste aquí.

—Eso no te incumbe —se puso seria por primera vez en todo el tiempo que llevábamos en el centro comercial.

—Tienes razón —me volteé hacia el frente otra vez y seguí caminando. Ella me siguió.

Bienvenida Otra VezWhere stories live. Discover now