Sonríe y asiente sin contestar, me da un par de palmadas ligeras al hombro, tal y como las que le receté momentos atrás y un suspiro de alivio brotó de sus labios.

—Ten cuidado, Michael—espetó, reluciendo seriedad. Mirarle hacer una seña en torno al garaje del edificio me puso en claro que se había referido a las últimas palabras que le solté. ¿Bill le había contado algo al respecto?

—Claro que sí—admití, resoplando para fingir enfado.

Ni una palabra más, ni otra seña. Sólo viró y anduvo hasta abrir de nuevo la puerta del conductor.

—Y va en serio, llámame si necesitas algo—me lo dice ya con medio cuerpo dentro del automóvil, usando sus gafas oscuras de nuevo—. Lo que sea.

—Lo haré, Wayne. Gracias.

Y me volvió a sonreír. De una, ya había subido la ventanilla del coche y escuché el motor comenzando a andar. Pude observar aún y a través de los cristales polarizados el cómo utilizaba pronto su cinturón de seguridad y accionaba alguno de los interruptores del tablero del auto. Un rugido brotó, y mientras él ya emprendía marcha para desaparecer en torno a la primera esquina de la cuadra, yo ya me dirigía hacia la entrada del lugar. Con el corazón martilleándome imposiblemente, mis piernas debilitándose, un nudo de incertidumbre atajando mi pecho y mi mano derecha temblando al introducir la pequeña llave dentro del pomo de la puerta impoluta.

Agradecí para mis adentros el que la despedida hubiera sido rápida. Me alivié, un peso había desaparecido de encima al instante en que él decidió no inundarme con una pregunta más pues, sabía que no tendría las respuestas suficientes. Sabía que no habría más que le pudiera explicar, no existirían las palabras para describir lo que ni siquiera sabría me esperaría dentro. Mi reacción, el aire, los recuerdos, los muebles viejos... no sabía si lo iba a soportar. No al menos, con la compañía de alguien.

Así que aguardé, uno, dos, tres o diez segundos luego de que él desapareciera para decidirme a entrar. Y supe, sólo así, al obtener el primer resquicio de vista de mi estancia, que necesitaría más de la soledad que de valor para sentirme lo suficientemente fuerte.

Quizá cerrar los ojos y no mirar. Quizá... dirigirme hacia la vieja licorería, y servirme pronto un trago de amargura que me ayude a no pensar.

—Por Dios...

Pero no puedo hacerlo. Y sin embargo, preso, y derrotado, lo primero que hago es rozar todas y cada una de las cosas que ella solía tocar, como si estuviese sediento por buscar cada eco que habría dejado su tacto.

¿Es normal que todo me sepa aún a ella? ¿Que todo me continúe lastimando así?

La soledad que emanaba cada atisbo de mi departamento es peor de lo que alguna vez habría imaginado. Más hiriente, más letal que el propio veneno de mis resentimientos... ardiendo, y naciendo del dolor conforme pasaron los segundos, las horas, los momentos en los que me pasé por cada habitación del lugar, cada parpadeo que perdí buscando por alguna otra pista de ella, cada suspiro que brotó de mí al apreciar, con un detenimiento asesino nuestra vieja habitación. Esa cama... esa cama amplia e imperturbable en la que le había hecho mía tantas veces antes. Los jadeos, los besos, las caricias que dejamos ahí.

Me dolieron entonces lo últimos 'te amo' que no le di, los besos que no recibió de mí, las caricias que no le dejé y el amor que no le pude entregar al último. Me dolieron, me hirieron los kilómetros, los meses, la fecha del día de hoy, me dolió el hecho de saber que era su cumpleaños, dolió eso y más; me dolía ella.

Y aún así, metido dentro del infierno cataclísmico sabía perfectamente que tenía ya que resignarme a ella. Concretar lo que he venido a hacer, sin más, reunir los últimos restos de orgullo que aún pudiesen quedarme y sobrellevar la tragedia.

Just Good Friends (Michael Jackson Fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora