Capítulo 16: Promesas que se romperán.

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Sasha

Se desplazaba por la tienda de un lado a otro, tomando todo y escogiendo nada.

Carlos se mantenía a mi lado, más de mis hombres dispersos por el centro comercial. Era una de las pocas veces que veníamos a sitios como este a hacer cosas tan banales y ridículas, pero todo por la pelirroja que miraba sobre su hombro cada cinco minutos. Sus ojos iban de las salidas, a mi persona. Creía que no me daba cuenta de lo que pasaba por esa cabecita suya.

—Quiere escapar —murmuró Carlos. Pasé la lengua por mis labios.

—Lo sé, es una chiquilla inteligente, sé que lo intentará.

—Pero no la dejarás. —Lo miré de soslayo.

—Jamás. Vino directamente a la boca del lobo.

A paso lento fui con ella, mis manos no se podían mantener quietas mucho tiempo, suficiente había resistido ya desde que llegó a mis brazos. Anoche estuve a punto de follarla sobre la cama, la sola vista de sus piernas con esas calcetas largas y esa falda suelta, me ponía duro. Me daba una idea de lo que había entre sus muslos cálidos y suaves, tan apretados con mis dedos dentro de su coño virgen. Mierda

—Tienes una obsesión con el azul —dije a su espalda, acercándome más de lo necesario, tanto que pude apreciar el calor que irradiaba.

Erin se quedó quieta, en sus manos sostenía un vestido azul cielo, ajustado en todas partes y de hombros descubiertos. Al parecer tenía problemas con meterse dentro de unos pantalones.

—Me recuerda a mi madre —soltó de pronto, una respuesta tan banal, y a la vez tan intima.

—Pruébatelo —susurré en su oído.

—No es mi tipo.

—Ya lo decidiré en un momento.

Dio la vuelta, quedando de frente conmigo. Estábamos acorralados por la ropa, solos, ajenos a ojos curiosos, aunque por supuesto que los había.

Iba a replicar cuando la tomé de la mano y tiré de ella hacia el interior de los probadores. Nadie se interpuso en mi camino mientras entraba con Erin a uno de los espacios privados y cómodos que este tipo de tiendas tenían; las paredes cubiertas de espejos, un sofá amplio frente a un cubículo cerrado por una puerta plegable de madera.

—¿Qué crees que haces? Estás loco, sal de aquí.

—No me iré —mis manos sostuvieron su cintura y la hice retroceder hasta que ambos estuvimos dentro del probador—, no quieres que me vaya.

Cerré la puerta plegable de nuevo, el espacio aquí era más reducido, su pecho pegado al mío, su espalda casi contra la pared, su figura diminuta estaba atrapada bajo mi poder y no había forma de que alguien pudiera venir a arrebatarla de mis manos sin que antes obtuviera algo que quería de ella.

Perverso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora