Capítulo 11: El peso del deber

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—Diciendo eso ya me estás confirmando lo que yo quería saber —replicó él.

—¿A qué te refieres?

—Tú también has recibido el mensaje, ¿verdad? —adivinó Norak.

Astridia frunció los labios a modo de protesta. Por un momento, pensó que lo mejor sería negarse, pero de ese modo, Norak sabría que estaba mintiendo. Al final, asintió, y reconoció con aquel simple gesto que se estaba enfrentando a una de las decisiones más difíciles de toda su vida.

—Entonces debes permanecer aquí. No puedes negarte —mencionó Norak casi en un tono de súplica—. Si te niegas, te meterán en la cárcel por...

—¡Me meterán en la cárcel por deslealtad política! ¡Ya lo sé! ¡Me lo he leído al igual que tú! —gruñó Astridia, a punto de perder los nervios—. Además, sabes tan bien como yo que todo esto es una misión suicida. Pesadilla consiguió controlar el mundo entero sin que nos diéramos cuenta, y ahora, un puñado de chupaculos de Somout pretende conseguir lo mismo que ellos para contraatacarles, y claro, quieren organizar ese plan maestro en menos de una semana. Eso es imposible.

—¿De veras vas a redimirte? Sí que has cambiado.

—He cambiado mucho desde hace casi nueve años —discutió ella, y dio un trago más a la botella. Su garganta se enrojeció por el calor del alcohol.

—En realidad, me he equivocado. No has cambiado, siempre has sido así. Una persona con dos caras, con un lado que era capaz de superar los límites, y otro que se escondía tras los muros de sus propias limitaciones. Yo sé cuál de ambas caras estás vistiendo ahora mismo, Astride... —A Norak se le saltaron las lágrimas—. Veo esa cara cobarde, con la misma forma de mirar de ese día en que te fuiste.

—Si me marché fue con la idea de no volver a verte, y por supuesto, no mantener jamás esta conversación. Así que te agradecería que te fueras por dónde has venido y me dejaras.

Astridia iba a beber de nuevo. Norak la agarró de la mano, le quitó la botella, y en un arrebato de ira, la estrelló contra la pared.

Ella no podía hacer más esfuerzos para fingir su lucidez durante la conversación. Estaba tan borracha que ni se percató del estruendo que provocó el choque de la botella contra las superficies metalizadas del camarote. Estaba sudando, y se le cerraban los ojos de forma involuntaria. También tenía un irregular hipo. Todos parecían los efectos más típicos del alcohol, a excepción de uno: No se había reído ni una sola vez, ni había experimentado la más mínima exageración de sus sentimientos. Se sentía tan vacía que ni los litros de alcohol barato la habían rellenado. Solo había una cosa que estaba deseando hacer para sentirse plena, y era algo muy sencillo.

Bastaba con cerrar los ojos.

—¡Astride! —chilló Norak.

La doctora perdió el equilibrio, y Norak consiguió agarrarla hasta que su peso lacio se quedó en el suelo.

—¡Ayuda! ¡Necesito ayuda! —exclamó.

El enfermero examinó a Astride. Su cuerpo estaba frío, sudoroso, respiraba poco y de forma entrecortada. Comprobó que su pulso era débil, y que apenas tenía fuerzas para hacer algún movimiento. Iba a pedir ayuda de nuevo, y de repente, la puerta del camarote se abrió. Descabezado estaba tras ella, acompañado de Qeri.

—Amo Norak, avisé a la enfermera Qeri desde que comprobé el estado de la doctora Orbon cuando abrimos el camarote...

—¡Bien hecho, Descabezado! —Norak suspiró con alivio—. Vamos a dejarla aquí, y nos traeremos el material de la bodega. Necesito un suero glucosado y una ampolla de vitaminas por si acaso.

Insomnio: Primeros Confederados | SC #1Where stories live. Discover now