Capítulo 5

589 45 7
                                    

La segunda semana de estancia de Blaine en Nueva York llegó a su fin; era casi finales de junio. El calor seguía siendo espeso en el aire, volviendo a todo el mundo sudoroso e irritable. Pero Blaine se sentía ansioso y nervioso de una manera que no tenía nada que ver con el clima.

Desde aquella noche con Kurt en el teatro, era muy difícil para él quedarse quieto. De modo que siguió ideando maneras de mantenerse ocupado.

El lunes, se enfocó en lugares con música en vivo; cafés, restaurantes, bares de karaoke. Pedía un café o un refresco y charlaba con la gente, sorprendido con la cantidad de lugares en esta ciudad que ofrecían la oportunidad de cantar y tocar. En ciertos días, podías simplemente venir y cantar, sin importar lo aficionado que eras. Blaine se prometió intentarlo pronto, y la mera perspectiva de hacerlo era estimulante.

El martes, exploró el metro. Viajó toda la longitud de algunas líneas, se bajó en paradas aleatorias y trató de encontrar algo interesante en todas partes: edificios singulares, un bonito parque, una hermosa vista, una gran tienda de música. Le daba todo tipo de imágenes y recuerdos para llevar a casa esa noche, y sin embargo, tan agotado como estaba, todavía tenía problemas para conciliar el sueño.

El miércoles, fue el turno del arte. Hizo una lista de las exposiciones para ver este verano, y ya que requería mucho más que sólo un día de su tiempo, comenzó con los que tenían el recorrido más corto. El día estaba ocupado y lleno de cosas bellas, interesantes y simplemente extrañas, pero a medida que se acercaba al apartamento de Cooper esa noche, todavía se sentía como que algo le faltaba. Incluso sabía lo que era. Sin pensarlo mucho, se volvió y se dirigió hacia la casa de Kurt en su lugar.

El piano. Echaba de menos tocar después de un descanso de cinco días.

El apartamento estaba a oscuras y en silencio cuando entró, sin el sonido revelador de una máquina de coser o el murmullo de Kurt que fluía a través de la puerta de su estudio. No fue una gran sorpresa, Kurt le había dicho el sábado que no iba a tener tiempo para reunirse con él por lo menos durante varios días. Pasaba todo su tiempo de esta semana en la creación de algunos muy elaborados vestidos de varias capas. Tenía dos costureras para ayudarlo, por lo que había planeado trabajar en su taller del teatro durante el día. Blaine sabía todo acerca de él, y en realidad no había esperado ver a Kurt aquí. Aún así, se había sentido un poco decepcionado. Okay, muy decepcionado. Lo que era una tontería.

Sacudió la cabeza para mover sus pensamientos hacia otra dirección. Funcionó por un tiempo, pero después de diez minutos de atención, se dejó llevar en las olas de la música y su mente se fue a un tema que había estado rondando por su mente constantemente hacía un par de días.

Echaba de menos a Kurt.

Y no sólo de esa manera simple y fácil en que echas de menos a un amigo, como cuando ese amigo está en casa enfermo durante una semana y no tienes a nadie con quien intercambiar notas en una clase aburrida o con quien ir a tomar un café. No. Esto era como un dolor persistente e imposible de localizar. Como una vibración constante en su cerebro, como si no pudiera relajarse porque algo importante faltaba. Lo mantenía despierto y lo hacía detenerse y girar en medio de la calle más de una vez en los últimos días, porque pensaba que había visto la forma graciosa de Kurt, o el azul tormentoso de sus ojos; pensaba que había oído su risa.

Era agotador. Y tan, pero tan estúpido.

Blaine apretó los dientes y se puso a tocar la nueva y muy difícil pieza de la partitura que había dejado ahí la semana pasada. Era una buena distracción incluso si no llenaba el hueco que dejaba el anhelo, pero por ahora era suficiente.

Se había enamorado de un hombre que nunca podría tener... ¿y qué? Lidiaría con ello.

Y entonces llegó el jueves, y algo sucedió, y Blaine se quedó confundido y aterrorizado, desgranando su cabeza, y con su corazón latiendo con fuerza por el pánico, la ansiedad, y tal vez un poco de esperanza. Y mientras estaba sentado en su habitación más tarde esa noche, temblando, solo y volviéndose loco con el huracán de emociones, sólo había una persona que sabía que podía entenderlo y no juzgarlo, y tal vez incluso ayudarlo.

It's Not BabysittingWhere stories live. Discover now