Capitulo 41

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(Álex)

Cada vez me resulta más adictiva esta mujer. Vuelvo a besarla. Cuando empiezo me cuesta parar. Sus labios me hacen sentir tan vivo... Con su reflexión ha conseguido tocarme el alma. Está haciendo que lo vea todo de una manera diferente. He oído esas frases muchas veces. Cuando aprendimos terapia en la universidad tuve que memorizar algunas parecidas. Pero jamás me paré a pensar en ellas ni en su significado. Me parecían vacías y robóticas. Solo ahora que han salido de sus labios, me han resultado tan reales como creíbles. Han sonado totalmente distintas a como las recuerdo. Ella realmente siente esas palabras y es capaz de transmitirlas.

Cuando por fin nos separamos, me enseña el número desde el que recibió la llamada y lo memorizo. Me presta su portátil y cuando estoy a punto de comenzar con el trabajo, suena un teléfono y desconozco la melodía. Rápidamente recuerdo lo ocurrido. Cuando Laura llamó a su amiga y vi que a Natalia le cambiaba la cara y el tono de voz, le arrebaté el móvil sin pensarlo y me lo traje hasta aquí. Tengo que devolvérselo cuanto antes. Voy hasta él para ponerlo en silencio y el número que está en la pantalla llama mi atención. Es el mismo que Laura acaba de mostrarme. Descuelgo, pero no contesto.

—Ese no es el número, idiota —oigo hablar a alguien de fondo y cuelgan. Arrugo mi frente. Aquí está pasando algo muy raro. Gracias a ese error, acabo de descubrir que quien llamó a Laura también conoce a su amiga y tiene su número. Ha sido una suerte que el dispositivo de Natalia haya acabado en mis manos. No habría podido descubrir esto si no hubiera sido así. ¿Por qué cojones el Carnicero iba a querer ponerse en contacto con Natalia? ¿Qué tiene que ver ella con esto? Una idea loca viene a mi cabeza. «Es imposible...», me digo. Segundos después, es el teléfono de Laura el que suena.

—Álex —viene casi corriendo hasta mí—, son los mismos de antes —sospecha confirmada. Alguien confundió el teléfono de una con el de la otra.

—Contesta y sígueles el juego. ¿De acuerdo? Actúa. Finge si tienes que hacerlo —pego mi oreja al pequeño altavoz para escuchar lo que le dicen.

—¿Sí? —me mira, confusa.

—¿Es Laura? —le hago un gesto afirmativo.

—Sí, dígame...

—Le llamamos nuevamente del hospital. Estamos esperándola. ¿Tardará mucho en llegar? —me mira de nuevo, esta vez sin saber qué responder.

—Diles que estás llegando —susurro en su otro oído—, que te habías perdido.

—¡Estoy llegando! —finge angustia—. Estoy tan alterada que me he perdido —respira rápidamente para hacerlo más creíble.

—No tarde mucho. Le van a trasladar a unos módulos de difícil acceso y si no llega a tiempo no podrá verle. Llame a este número cuando llegue a los aparcamientos y alguien saldrá a buscarla —asiento nuevamente en conformidad y responde.

—¡Dígame que está bien! ¡Por favor! —la miro con sorpresa y me guiña un ojo. No esperaba tanto drama.

—No voy a mentirle. Está muy mal —responde.

—¡NOOOO! —grita—. ¡Mi Álex! ¡Dios mío! ¡Dígale que está esperando un hijo! —lloriquea—. ¡No puede morir sin saberlo! —me mira aguantando la risa y pongo los ojos en blanco. Le hago gestos para que pare. Temo que la broma se le vaya de las manos y estropee la ratonera que acabo de crear.

—Llámenos en cuanto llegue.

—¡Así lo haré! ¡Hagan todo lo posible para salvarlo! Por favor —cuelga.

—Estás como una puta cabra... —niego con la cabeza.

—Tú me has pedido que actúe, y cuando yo actúo es para ganarme un Óscar —retira el pelo de su cara como si fuera una diva—. Deberían quitárselo a Leonardo DiCaprio y dármelo a mí —suelto una carcajada mientras llamo a la comisaría.

El tormento de Álex - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora