Capitulo 2

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—¿Eres muy amigo del guaperas? —pregunta mientras caminamos.

—Podría decirse que sí...

César siempre ha provocado esa reacción en las mujeres. Todas de una manera u otra acaban fijándose en él. Y cuando se enteran de que es médico, literalmente le acosan. Él se lo toma con humor, pero yo no podría soportarlo. Hace tiempo me juré que no volvería a acercarme a una mujer de esa manera...

—¿Vas mucho al gimnasio? —me mira descaradamente.

—Me gusta cuidarme —contesto.

—Ya veo... —sonríe pícaramente, consiguiendo hacerme sentir incómodo.

Solo hemos cruzado un par de frases y ya puedo asegurar que esta mujer no conoce la palabra vergüenza.

—¡Mierda! —dice de pronto, y miro en su dirección—. Ven un momento —mueve su mano para que me acerque.

Cuando estoy lo suficientemente cerca de ella, pone su mano en mi hombro, y siento un calor extraño atravesar mi ropa. Levanta uno de sus pies y se quita el zapato.

—¿Qué haces? —pregunto extrañado.

—Quitarme una puta piedrecita que me está jodiendo el pie —me sorprende su manera de expresarse. Si mi abuela viviera diría que no es propio de una señorita hablar así.

Mientras sacude su calzado aprieta fuerte sus dedos en mi hombro para no caerse. La sensación de calor es cada vez mayor, y no puedo evitar mirar. Su mano parece suave, sus dedos son largos y delgados, y tiene las uñas arregladas y pintadas de rojo. Mi color favorito. Cuando termina, se aparta y siento frío donde antes estaba su palma.

—¿Mejor? —pregunto antes de seguir la marcha.

—Pues la verdad es que no... Hay algo dentro que me sigue molestando.

—Déjame ver —extiendo mi mano para que me lo entregue—. No es una piedra. Hay un cristal clavado en la suela —trato de sacarlo, pero está tan incrustado que es imposible.

—Vaya nochecita... —dice quitándome el zapato. Camina cojeando porque uno de sus pies está descalzo.

—¿Queda muy lejos tu coche? —sé perfectamente dónde está, pero finjo no saberlo. Todavía queda mucho para llegar, y al ser una zona de copas sobre el asfalto hay varios cristales rotos.

—La verdad es que sí... —resopla—. Toda esta zona estaba abarrotada de coches cuando vinimos y no había dónde aparcar. No me quedó más remedio que dejarlo lejos.

Tomo una gran bocanada de aire. No me creo lo que voy a hacer. Cada vez caigo más bajo. Voy a pasar de niñera a mula de carga.

—Te llevaré hasta el coche —me mira extrañada mientras me pongo delante de ella—. Sube a mi espalda.

—¡Oh, Dios mío! —da palmaditas, y antes de que pueda arrepentirme, de un salto sube a mi espalda—. ¡Arre, burro! —clava sus talones en mis caderas.

Cierro los ojos fuertemente para contener mis ganas de lanzarla contra el suelo.

—Si vuelves a hacer algo así irás caminando —respondo malhumorado.

—Qué susceptible eres, cielito... No aguantas una broma.

—Puedo aguantar una broma, pero no idioteces de este tipo —se queda callada. Tengo la impresión de que he sido demasiado duro. Si no tuviera que sonsacarle información, me alegraría por ello. Pero así no conseguiré lo que necesito—. ¿Conoces a Mario? —quiero hacerle un pequeño interrogatorio.

El tormento de Álex - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora