«Las personas con pasados horribles son las más peligrosas, porque saben que pueden superar lo que sea».
Una Cazadora con un objetivo. Un objetivo demasiado fuerte para ser vencido. Y una venganza que ella se propone completar.
...
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Cuando me despierto, lo primero que noto es el palpitante dolor de cabeza. Pero no es lo único. Los ojos me arden y siento como si me hubiera pasado un tractor por encima. Un dolor desgarrador en mi estómago cuando intento incorporarme y la sensación de estar ahogándome cuando suspiro.
Siento todo mi cuerpo helado, como si estuviera en contacto con el hielo. La garganta me arde un infierno. Es la misma sensación que tan pocas veces había sentido antes.
Veneno de la Liga.
Incluso antes de abrir los ojos y verme en el espejo pegado contra la pared, sé que mi aspecto es deplorable. Los ojos rojos llorosos, la piel pálida como la de un muerto. La debilidad de mi cuerpo se nota a kilómetros.
En otro intento de incorporarme, me doy cuenta de que me encuentro sobre una mesa metálica. Todo está en total silencio y apenas escucho mi propia respiración. Los latidos de mi corazón son tan lentos que incluso al colocar la mano sobre mi pecho apenas los siento. Trago saliva, pero hasta eso me duele.
El veneno actúa malditamente rápido en algunos.
—Tal vez no sea doctor, pero estoy seguro que ni después de una explosión deberías lucir tan terrible —dice Richard Grayson a pocos metros de mí, recargado sobre una columna de concreto de la cueva.
Estamos en el escondite de Arrow.
Cuando enfoco mi vista mejor, descubro a varias personas más en el lugar. Oliver Queen, Roy Harper y Wally West.
—Es el veneno de Cazadores —digo tan alto como me es posible sin que la garganta me arda demasiado—. Actúa más rápido en unos que en otros—. Esta vez le echo una mirada a Richard, recordando todo el tiempo que su cuerpo soportó luchando contra el veneno cuando mi cuchillo lo infectó—. ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?
—Doce horas —es Roy quien lo dice.
—¿Morirás? —la voz temblorosa de Felicity es la que se hace oír. No me había dado cuenta de que ella también está aquí.
Alguien musita algo que apenas escucho como un susurro.
—No —respondo.
Con toda la fuerza que soy capaz de reunir camino hacia el bolso negro que traje la primera vez que vine aquí. Wally parece ver mis intenciones y antes de dar un paso más, me lo entrega él mismo.
Bueno, al parecer no me odia tanto como pensaba. Al menos, no lo suficiente para verme morir por su causa.
Saco el cinturón de armas que tengo y reviso una a una las ranuras hasta que, atado a una de ellas, un saquito negro hace su aparición.
—La cura que le entregué a Hanna la noche de la pelea no era la única que tenía —musito, abriendo el frasquito de cristal y metal dentro del saco.
