Fuerte

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Corro un poco más rápido, escondiéndome entre los restos de lo que una vez fueron casas, las casas de los que me trataron como una familia... Las casas de los que he llevado a la guerra.
A lo lejos veo dos sombras peleando y mi curiosidad me incita a acercarme un poco más y al hacerlo, comienzo a distinguir las formas. Me encuentro delante de un gran vampiro de al menos un metro ochenta de altura, con el pelo largo azabache y músculos realmente marcados, el cual ataca a una figura que se me hace conocida, ¡Darío!.
Observo impotente, casi petrificada, como el repugnante ser que se enfrenta a mi amigo levanta su brazo, empuñando una daga de plata que, sin duda, mataría a Darío en cuanto la piel de este hiciese contacto con el filo. Al momento en el que el vampiro se da cuenta de mi presencia, gira para evaluarme, despistandose, gran error, error que mi gran amigo aprovecha para clavarle su espada por la espalda. El enemigo cae desplomado al suelo y, casi al instante, Darío fija su vista en mi acercándose a paso rápido, su mirada irradia una ira que está completamente dirigida a mi ser. Al parecer, por estar ocupado con sus pensamientos de como matarme, no nota el brujo a su espalda que se está preparando para lanzar un hechizo. No me pregunten como, ni porque, ni siquiera pregunten como pude sobrevivir, pero, en ese momento, el sentimiento de impotencia desapareció, también desapareció el miedo... Yo lo maté...

Yo maté al brujo

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