- ...me!

No falló.

- Reto aceptado, cerdo.

El estruendo de la batalla rugió y los egipcios atacaron con más fuerza e ímpetu que antes. Ahora su diosa estaba con ellos, ahora su diosa les daría la victoria.

Pero su diosa no sería suya por mucho tiempo.

La noticia de la diosa con poderes extraordinarios en batalla se esparció rápidamente por el antiguo mundo. Y Egipto tuvo que soportar guerra tras guerra tras guerra. Asiria finalmente llegó a conquistar las riquezas del antiguo gran Egipto, llevándose consigo a la niña diosa, porque mientras la tuvieras de tu parte, la victoria estaría contigo.

Cuenta la leyenda que Asiria, Babilonia, Medopersia, Grecia... todos ellos cayeron ante el encanto de la diosa. Siglo tras siglo fue llevada de un lugar a otro, y mientras fuese servida como ella lo pedía las riquezas de aquel mundo nunca acabarían. Pero la codicia del hombre es grande y pronto empezaron a pedir mucho más de lo que la propia diosa estaba dispuesta a entregar.

Un ejemplo fue Grecia. La llamaron Artemisa, y como tal, permanecía resguardada de todo hombre que quisiera poseerla. Y como diosa de la caza blandía un arco plateado para dar a conocer su poder superior y castigar a cualquiera que osara creerse mejor que ella. Cansada de la guerra se retiró al templo más alejado de las ciudades principales, trayendo prosperidad a sus pobladores. Pero la guerra y la muerte la seguían a donde fuera.

Allí fue donde la encontró Roma.

oOo

Un joven oficial obsesionado con la hermosa diosa partió tras el rumor de que la propia Artemisa habitaba un templo consagrado en un pueblo pacífico. Él razonó pensando que si no había soldados, no habría confrontación. Mediante susurros y pagos bajo la mesa, los propios aldeanos la traicionaron. Abandonaron a la diosa a su suerte por un poco de dinero romano y la dejaron desprotegida.

El oficial la halló sola, sus perros de caza la flanqueaban en la habitación en tanto ella blandía su lanza. El oficial entró y sonrió ampliamente. Un recuerdo fugaz atravesó la mente de la diosa.

- Así que sí eres tú. Artemisa.

- Quién eres y qué pretendes con tu intrusión.

- ¿Qué pretendo con mi intrusión? – volvió a sonreír y dijo – consagrarte como una virgen eterna debe ser aburrido, ¿verdad joven diosa?

- Si das un paso más te haré sufrir.

- Adelante, espero con anhelo un golpe tuyo, si tan solo puedo tenerte, tu golpe mortal será recibido con afecto.

- Estás demente, humano.

- No, no tienes idea.

- ¡Juro por Zeus que te mataré!

- No podrás matarme. Te estudié durante años, te he perseguido desde hace mucho tiempo. Sé que tengo ventaja sobre ti, porque sé detenerte.

- No sabes con quien estás tratando

La diosa alzó su lanza. El ataque no vino precisamente de la lanza, sino que, el deslumbrante poder provino de las mismas entrañas de ella, la luz enérgica brilló desde su pecho hasta sus brazos, concediéndole a la lanza un poder caótico. Apuntó y disparó... sin embargo, no igual a anteriores ocasiones, el golpe de energía no le hizo daño alguno al romano. - ¡qué es esto! ¡Cómo es posible!

- Te lo dije. Ahora tú serás mía.

El oficial romano trató de acercarse a ella, pero los sabuesos de la diosa no se lo permitieron, y a pesar de que el poder de la joven no podía hacerle daño, los colmillos de sus feroces protectores eran muy capaces de matarlo.

Rumores cuentan que el oficial se la llevó bajo custodia sin poder tocarla ya que los perros nunca abandonaron su puesto junto a ella, incluso no comían o bebían mientras no estuvieran a solas con la diosa.

Durante décadas fue obligada a darle victoria tras victoria a Roma y el oficial tomó fama por controlarla. Pero en secreto, sin que nadie pudiese darse cuenta, la diosa infiltraba en la mente de los hombres y mujeres división, como diosa de hogar y con su completa autoridad sobre las familias, hundió a Roma en su propio fango, llevando al gran imperio a la ruina. Todo el mundo lo sabe, las familias divididas fueron la razón de que el Imperio Romano cayera.

Finalmente, como castigo sobre su captor, la diosa trajo pestes y arruinamiento a su casa, los hombres morían, las mujeres enfermaban, las cosechas se perdían... todo decaía. Y una noche, un grupo de bandidos entró en la casa del oficial y saquearon y destruyeron todo a su paso; desesperado y escapando de los ladrones, el oficial corrió a la habitación en donde tenía a la diosa y cayó a sus pies rogándole piedad.

- Deja que me vaya de aquí y dejaré a tu hogar en paz. – dijo al oír la petición.

- Te daré lo que me pidas, pero no te dejaré en libertad. Serás mía aunque tenga que esperar veinte años más.

- Tu codicia te llevará a la muerte y yo estaré presente para ver tu cadáver pudriéndose ante mis ojos.

- Si puedo tenerte, entonces esperaré con deseo la muerte.

Parte de ella quería que el hombre muriera en ese mismo momento... pero el universo tenía otros planes.

Los ladrones abandonaron sin razón alguna el lugar, y el oficial romano fue tomado preso por lo que quedaba del imperio por las mentiras que supuestamente él inculcó en el palacio acerca de una diosa. Los centuriones se llevaron a la joven creyéndola sierva del oficial y la presentaron como regalo al Emperador. Pero ella no estaba dispuesta a ser usada una vez más por los hombres y ya que nadie además del oficial tenía poder sobre ella, tan solo le bastó usar sus ojos.

El general Flavio Orestes la recibió. Artemisa solo tuvo que posar su mirada en la de él y el general retiró a sus hombres. Entonces... hablaron.

Se dice que nadie sabe la razón por la que Orestes no tomó el puesto de Cesar. Y tampoco se sabe lo que ocurrió con su hijo Flavio Rómulo Augusto, después de su deposición, al menos no realmente.

Por su puesto, acerca de la diosa, nadie la volvió a ver después de esa noche... y nadie supo de ella hasta el día de hoy.



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