—Laura —vuelve a llamarme para que le preste atención—. Este tipo de carcinoma que padece tiene el mejor pronóstico de todas las variantes que conocemos. El índice de mortalidad es bajo y lo hemos encontrado muy a tiempo —ninguna de sus frases consigue animarme. Lo veo todo negro.

Varios minutos después, y asegurándose con paciencia de que he entendido todo lo que me ha dicho, acordamos que volveré a la consulta en un par de días para comenzar con las pruebas preoperatorias. Me explica que no hará falta utilizar quimioterapia neoadyuvante para reducir el tumor antes de la operación, ya que está muy localizado. Pero no me asegura que me libre de ella después. Todo depende de lo que indique el resultado de la intervención.

Salgo de la consulta como si estuviera ebria. Camino haciendo eses por el edificio y no siento la planta de mis pies. La noticia me ha dejado completamente en shock. Una chica bastante pálida pasa a mi lado con un pañuelo rosa cubriendo su cabeza y me sonríe tímidamente. Mi corazón se encoge y por un segundo me veo reflejada en ella. Mi madre usaba un gorrito blanco de ganchillo que le hizo Pilar, la madre de Natalia. Eran muy amigas. «Mamá...». Su imagen es mucho más nítida ahora. Todos los recuerdos dolorosos que nos produjo su enfermedad bombardean mi mente. Camino más deprisa para salir de la clínica, necesito oxigenarme, aquí dentro me estoy ahogando.

Abro la puerta y la suave brisa golpea mi cara. El sol está en todo su esplendor y hace un día maravilloso. Todo a mi alrededor parece distinto, como si lo hubieran cambiado mientras estaba dentro. Las plantas me resultan mucho más bonitas, la gente más agradable, el cielo más luminoso... Bajo la rampa y consigo llegar hasta un parque. Me siento en uno de los bancos de piedra que hay allí y lo observo todo como si fuera la primera vez que lo viera. Me fijo en la hierba, algo que vemos todos los días y a lo que nadie presta atención. Hay hormiguitas cargando migas de pan, tan llenas de vida... Los perros corren alegres mientras sus dueños les tiran pelotas. Hay parejas besándose debajo de los árboles. No quiero abandonar este mundo. Me gusta. No quiero morir. Paso varios minutos sentada allí, perdida en mis pensamientos. Una madre riñe a su hijo, haciendo que me sobresalte, y decido que es el momento de volver. Sigo con la sensación de tener una nube bajo mis pies y no siento mi cuerpo. Consigo llegar hasta el coche y cuando encajo la llave para abrirlo pierdo el equilibro y la llave se parte dentro de la cerradura.

—¡MIERDA PUTA! —grito, dándome igual quién pueda oírme. Todo lo que llevo dentro comienza a salir fuera sin control. Ha sido la gota que ha colmado el vaso—. ¡NO PUEDO MÁSSS! ¡NO PUEDO CON ESTO! —lloro—. ¡ESTO NO PUEDE ESTAR PASÁNDOME A MÍ! —grito más fuerte—. ¿POR QUÉ? ¿Por qué? —apoyo mi espalda en el coche—. ¿Por qué, Dios mío? ¿No era suficiente con lo que tuvimos que pasar? —mi espalda resbala y acabo sentada en el suelo. Me pongo las manos sobre los ojos y lloro más fuerte—. No, no quiero vivir así. Por favor, Dios mío, apiádate —alguien se sienta a mi lado, pero no le doy importancia. Acabo de abrir las compuertas de mi corazón y necesito soltar todo el lastre que arrastro. Pasa sus brazos alrededor de mi cuerpo y me abraza fuertemente. No me resisto, sea quien sea sabe lo que necesito y no está tratando de aprovecharse de ello.

—Tranquila, Laura —mis ojos se abren al reconocer su voz. Levanto la mirada y le veo.

—Álex... —trato de apartarme, pero me abraza más fuerte—. Déjame en paz. ¿Qué haces aquí? —seco mis lágrimas. No quiero que me vea llorar.

—Lo siento, estaba preocupado.

—¿Qué? —mis ojos se abren de nuevo.

—Te vi salir del restaurante temprano y te he seguido hasta aquí —traga saliva—. Después de cómo te vi ayer en la puerta del hotel no estaba tranquilo.

—¿Qué coño quieres de mí? —forcejeo, pero solo consigo que me pegue más a su cuerpo—. ¿Por qué no me dejas en paz?

—Porque me siento responsable de tu estado. Te he hecho daño y me está matando la idea —me rindo, ya no puedo pelear más y lloro con amargura sobre su hombro. Necesito tanto ese abrazo que me olvido de lo demás—. Chsss —pone su barbilla en mi cabeza, tratando de calmarme—. Prometo apartarme en cuanto te sientas mejor. No es mi intención incomodarte —traga saliva y noto cómo se eleva la nuez de su garganta—. Ahora déjame llevarte al hotel para que descanses —pasa una de sus manos por debajo de mis rodillas y me carga hasta su coche—. Mandaré a alguien para que arregle la cerradura y por la mañana lo tendrás en la puerta del hotel —asiento sin apartar mi cara de su cuello. Me gusta tanto sentirle cerca.

Llegamos hasta donde está estacionado su coche y me ayuda a subir. Me siento derrotada y sin fuerzas. Durante todo el trayecto llevo mi frente pegada a la ventanilla. Veo mil cosas pasar rápidamente, pero no me centro en ninguna. El frío que desprende el cristal consigue aliviar mi dolor de cabeza.

—Hemos llegado —alzo la mirada y compruebo que es cierto, pero no tengo ganas de bajarme—. ¿Podemos hablar? —niego con la cabeza—. ¿Me permitirás algún día que te explique? —vuelvo a negar y siento cómo varias lágrimas corren por mi mejilla. Las seca con su pulgar mientras vuelve a hablarme—. Está bien —suspira, impotente—. Nunca te obligaré a escuchar algo que no quieres. Ahora vamos a la habitación, estás agotada y necesitas descansar —se baja del coche y viene hasta mí. Cuando estoy fuera, pasa uno de sus brazos por mis hombros. No me aparto. Su calor me alivia tanto. Entramos al ascensor y no me suelta. Apoyo mi cabeza cerca de su cuello y me abraza—. Lo siento tanto, Laura —quisiera decirle que no es todo culpa suya, pero no puedo. Noto un pequeño beso en mi cabeza seguido de una leve corriente eléctrica. Nunca ha hecho algo así, y para mi desgracia ese gesto despierta sentimientos en mí que desconocía. Llegamos a mi habitación, me pide la llave y abre para que pase—. ¿Tengo que ayudarte? —niego—. ¿Estarás bien? —me encojo de hombros y otra vez las malditas lágrimas vuelven. Estoy hundida emocionalmente y soy incapaz de hablar. Me siento en la cama mirando al vacío y me habla de nuevo—. Si necesitas algo estaré abajo —cuando la puerta está a punto de cerrarse siento un gran desconsuelo.

—Álex —sollozo. No tarda ni un segundo en volver a entrar—. Que... quédate un rato más, por favor —no me creo que esté pidiéndole eso, pero es tanta la necesidad de su compañía que no me importa rebajarme. Estar con él aligera mi dolor. Se sienta a mi lado sin decir una sola palabra y me abraza de nuevo.


El tormento de Álex - (GRATIS)Where stories live. Discover now