Capitulo 26

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Estoy agotada, pero no puedo dormir. Las horas pasan y la cita de mañana me tiene en vela. ¿Qué me dirá el Doctor Rivera? Ojalá mi pequeña anomalía sea algo benigno, necesito una buena noticia para retomar fuerzas.

A las siete ya estoy preparada. Miro el reloj continuamente y parece ir más lento que de costumbre. Mis nervios no me dejan seguir encerrada esperando a que llegue la hora. Salgo de la habitación y bajo al restaurante. Hay algunas personas allí, pero no les presto atención. Pido en la barra un café con leche, llevo días sin comer adecuadamente y mi cuerpo comienza a protestar. Cuando el camarero me sirve, siento un extraño calor en mi espalda. Me giro y veo a Álex solo, allí sentado. Él parece no haberme visto. Hay un vaso con café delante de él que no ha tocado todavía. Sus codos están clavados en la mesa y su frente apoyada en sus manos. No se mueve. Mi estómago se hace un nudo. Conozco esa postura. Suelo usarla cuando estoy preocupada. Estoy segura de que le está dando vueltas a algo. Bebo deprisa y me marcho de allí antes de que me descubra.

Subo al coche y pongo la radio. Necesito ruido. Conduzco hasta la clínica, aunque todavía es pronto.

—Buenos días —dice la chica de información. Reconozco su voz, no se me olvidará jamás.

—Buenos días —finjo una sonrisa. Me siento en las frías sillas y espero. Un rato después la enfermera sale a nombrar a los pacientes. Sus ojos se clavan en los míos y se acerca.

—Hola. Laura, ¿verdad?

—Sí, soy yo —siento mi corazón palpitar en el cuello y mi cara arde.

—Viene un poco pronto. Hasta dentro de una hora no está citada.

—Lo sé. Y lo siento. Pero estoy tan angustiada que soy incapaz de esperar en casa.

—No se preocupe, lo entiendo. Venga conmigo, será la primera —me guiña uno de sus pintados ojos. Trato de ponerme en pie y tengo que intentarlo dos veces: mis piernas son como de gelatina y no me responden. Estoy tan nerviosa que tengo la sensación de que me falta el aire. Camino tras ella. Podría caerme en cualquier momento...

—Buenos días, Laura. Tome asiento, por favor, le estábamos esperando —me inquieto, y con torpeza lo hago—. ¿Cómo se siente?

—Mal —respondo al instante—. Dígame ya qué es lo que tengo o tendrán que atenderme por otra causa muy distinta —asiente.

—Veamos... —comienza a teclear en su ordenador e imprime algunos papeles—. Ayer nos llegaron los resultados de la biopsia —los gira para que pueda leer y señala con la punta de su bolígrafo una frase: Carcinoma Ductal in situ. Lo miro aterrada esperando a que hable. No quiero creer lo que veo, debe de ser un error—. Lo siento, Laura, odio tener que dar este tipo de noticias, y más a una mujer tan joven como usted, pero el resultado de la biopsia es claro...

—¿Tengo cáncer?

—Cáncer es una palabra muy fea...

—¡Oh, Dios mío! —pongo las manos sobre mi pecho—. No puede ser... —intento levantarme para salir corriendo y alejarme del foco del dolor, pero la enfermera lo impide poniendo su mano en mi hombro para que continúe sentada.

—Entiendo lo mal que debe de sentirse en este momento —apenas le oigo. Siento que floto y me he convertido en una espectadora de mi propia vida.

—No, no... Esto no puede estar pasándome a mí —acierto a decir en medio de mi llanto.

—Escúcheme, Laura —niego con la cabeza. No quiero seguir oyéndole. Me hace daño—. Hay una buena noticia, después de todo.

—¡Dios mío! Tengo cáncer —casi no atiendo a lo que me dice.

El tormento de Álex - (GRATIS)Where stories live. Discover now