Capítulo II: Todo el mundo es gay.

95 9 1
                                    

"¿Kurt Cobain? -dije a mis adentros- ¿Qué clase de nombre es ese?". A decir verdad, no conocía a ningún otro Kurt, mucho menos había escuchado ese apellido. Me quedé pensando un rato mientras él buscaba algo en sus jeans. 


—Y bien, ¿no me dirás el tuyo? -me dijo mientras seguía hurgando en sus pantalones.


—¿Mi qué? -dije casi alterada pues me había sacado de mis pensamientos.


—¡Tu nombre! ¿Qué más? -dijo mientras se torcía en el asiento para poder sacar lo que buscaba en sus bolsillos.


—Claro, pues, Erika. Me llamo Erika. 


—¿Erika? ¿Qué clase de nombre es ese?


—El mío.


—Lo siento, es que no conocía a una Erika en persona, hasta hoy.


—Ni yo a un Kurt.


—¡Mierda! ¿Dónde está esa porquería? -se preguntó entre dientes mientras se agachaba al suelo como si hubiese perdido algo.


—No eres más torpe porque no puedes -le decía Krist mientras se levantaba de su asiento y caminaba a "nuestra" mesa-. Toma, los metiste en la chaqueta hace 5 minutos.


—Me salvaste la vida -le contestó mientras tomaba casi desesperado una cajetilla roja de Marlboro-. ¿Quieres? -me ofreció uno.


—Sí, gracias. La verdad espero que esto me pueda calmar el dolor de cabeza que traigo. 


—¿Por qué te duele? -me preguntaba Krist aún parado.


—Siéntate si quieres, Krist -le dije sonriendo-. Pues, verás, no soy una persona que soporte mucho alcohol, y justo ayer se me ocurrió ponerme la borrachera de mi vida. Hoy tenía una cita de trabajo y supuse que eso me relajaría, pero aquí estoy sin el empleo y con jaqueca. 


—Mala suerte -intentaba decir Kurt a mi patética explicación acerca de mi dolor de cabeza con el cigarro en la boca y un encendedor que no encendía.


—Mala vida, diría yo.


Hubo un silencio un poco incómodo después de mis pesimistas palabras. Mientras yo jugaba con el cigarro que tenía en las manos, Krist miraba a su izquierda, por encima de la cabeza rubia de Kurt, hacia la ventana. Supongo que se quería distraer de la incomodidad del ambiente, y Kurt seguía batallando con el encendedor.


—¡Joder! Lo siento, Erika, tendrás que masticar el tabaco, no logro hacer que esta cosa funcione.


—Préstamelo -le contesté mientras tomaba el encendedor de la mesa.


—Todo tuyo.


Moví el seguro del encendedor y listo, aquello ya funcionaba, logré encender el mío y cuando se lo regresé, él le tumbó el seguro por completo, ahora si no funcionaría. 


—¿Qué tienes en las manos? -le dijo Krist en tono de burla.
Esta vez Kurt no respondió, supongo que él necesitaba la nicotina casi tanto como yo, y no poder fumar le dolía en las bolas. Conozco ese sentimiento, y me dio no sé qué. 


—A ver, dame tu cigarro.


—Ten -estiro su mano apenas. 


Tomé el cigarro apagado de Kurt, lo puse en mis labios y coloqué la parte encendida del mío como si fuese un encendedor de auto. Le di un par de fumadas y ya estaba completamente prendido.


—Toma, no te pongas serio, es sólo un cigarro -y le ofrecí aquél.Él me miró raro y sonrío agachado.


—Gracias -dijo apenado-. No me puse serio.

Poesía & BasuraWhere stories live. Discover now