Capítulo Uno

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Niall:

-Si tuviera dinero, me compraría un habano. De esos que fuman los reyes y sus lame suelas.- Dijo observando a unos cuantos hombres con vestimenta elegante, abrigos de piel y gamuza, joyas y espadas envainadas, que tenían uno de esos cigarros entre sus labios.

-¿De qué te serviría fumar uno? Me refiero a que con eso no te alimentas, no te vistes, ni obtienes una casa.

-Bueno, pero con eso puedes fingir ser alguien importante.

-Louis, ya eres lo suficientemente importante al existir en este mundo.

-Mundo de mierda.- Niall largó una carcajada tras ese comentario cortante como el noble filo del cuchillo que estaba usando el mayor.

Se encontraban una tarde más en el puerto, siendo presas del frío invernal que hacía en el Sur durante esos días. Sus ropas no lograban cubrirlos del todo, ni abrigarlos bien, pues sus harapos estaban rotos y los agujeros dejaban entrar el aire que helaba sus huesos.

Niall tiritó y se abrazó a si mismo, soltando la soga que le estaba teniendo a Lou.

-No la sueltes.- El trabajo de Louis en el puerto cambiaba según la utilidad que los distintos marinos podían darle al muchacho. A veces pescaba, otras reparaba la madera de los barcos barnizándolos y los pintaba, armaba redes, cocía velas, limpiaba ventanas. Pero lo que más le gustaba hacer y disfrutaba era que lo escogieran para viajar al Norte para comercializar junto con los marinos. Se sentía más útil y no tan usado, y adoraba viajar a esas tierras donde habitaba la gente de mayor poder adquisitivo, que él tanto odiaba, pero tanto deseaba parecerse. Agarró la soga que su amigo había dejado caer y se la dio en la mano, alzando sus cejas, como desafiándolo a soltarlas una vez más.

Ese día el lugar estaba abarrotado de gente. Muchas personas haciendo las compras matutinas de sus víveres, cargando bolsas con provisiones. Otras abordando un barco, casi listo para zarpar al Norte. Pero lo que más "asustaba" o preocupaba al castaño era aquél barco de velas doradas que se acercaba a lo lejos en el horizonte. Fingía no divisar esos navíos, y así alterar a su amigo, pero era notoria su impaciencia.

-¡Lou! Mercader con frutas a las doce en punto.- Señala inclinando su cabeza en la dirección de aquél hombre.

-Dios, Niall. Te he dicho cientos de veces que no utilices números para describir la ubicación de las personas. No te sale bien.

-Lo siento. ¿Puedo ir por algunas frutas?- Louis asintió dejando que el pequeño se dirigiera por unas cuantas manzanas y naranjas.

Ambos solían hacer eso. Arrebatar sin el consentimiento del dueño los objetos que le pertenecían, o en otras palabras era unos ladrones de bienes personales. Y así era como lograban abastecerse y subsistir día a día, con el esfuerzo de robar. Ninguno de los dos tenía familia, ambos eran chicos abandonados o más bien huérfanos, que vivían en la calle, bajo algún puente, o dentro de algún barco que se encontrara amarrado al muelle. Se tenían el uno al otro, y compartían sus ganancias siempre, a pesar de que Niall prefiriera continuar siendo un ladronzuelo y Louis quisiera ser un marino.

El rubio corrió a esconderse para observar con mayor detalle y detenimiento a su próxima presa; un señor robusto de unos cincuenta años, alto y desaliñado. Tenía poco cabello y de color gris, unas cejas abundantes, y a juzgar por el tamaño de su vientre unas cuantas frutas menos no modificarían mucho su dieta.

Miraba la situación: unos niños jugando y saltando, posiblemente los hijos de un pesquero, unas mujeres morenas con canastas llenas de ropa que llevarían a lavar al río, perros pulgosos durmiendo en el suelo, y su hombre, a quien iba a quitarle comida, dejando en el piso su cajón de frutas. Esquivó los niños, frotando sus cabezas con cariño, extrañando esa época en la que no se preocupaba tanto por la comida que cenaría esa noche. Saludó a las mujeres, que obviamente eran más pulcras que él, su camiseta que solía ser blanca llevaba algunas manchas oscuras de barro, y era de un color amarillento añejado por el uso, sin mencionar los incontables agujeros que traía en su pantalón remendado. Saltó por encima de los cachorros y pasó por al lado de los perros más grandes, evitando tocarlos o despertarlos. Se acercó caminando normalmente al mercader y extrajo de la canasta de madera que había apoyado en el suelo dos manzanas, tres naranjas, y un tomate, que rápidamente puso en su camisa, escondiendo todo. Se alejó, con cierto aire de alivio y un tanto de arrogancia.

Dragon Age (LarryStylinson)Where stories live. Discover now