Hero

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Cuando Rukia por fin se arrastró hasta su apartamento en el segundo piso de un edificio varias calles más allá de "Shirayuki", todo en lo que podía pensar era en tomar una ducha rápida y meterse bajo las cobijas. Se sentía más agotada de lo habitual, el frustrante pinchazo de culpabilidad la molestaba con cada movimiento. Una parte de ella quería no volver nunca más a lidiar con esto, no tener jamás que volver a ver a Ichigo, pero... Mientras su mente le decía que esta era la única manera, su corazón de oprimía dolorosamente al pensarlo. ¿Qué pasaría si el pelinaranja ya no volvía aparecer por el café? ¿Y si ese día era el último en el que se verían?

Cerró la puerta tras ella y dejó caer las llaves en el mueble de la entrada, descalzándose y caminando por el pasillo oscuro, su mano derecha se masajeó el puente de la nariz. Fue directamente hacia su pequeña habitación, encendiendo las luces y lanzando su chaqueta al respaldar de la silla antes de colapsar sobre su colchón. El olor de frescas flores de sus sábanas la inundó, haciéndola estremecer de contento. Las frías cobijas se sentían calmantes contra su piel y se perdió en la sensación, una pequeña sonrisa formándose en sus labios con un suspiro.

Ichigo...

Sus cejas relajadas se arrugaron, todo rastro de felicidad desapareciendo de su rostro cuando ese nombre emergió con una claridad sorprendente en su mente. Podía recordar el primer día que había conocido a la fresa como si hubiera sido ayer...

Había sido un día muy ajetreado, con más clientes que de lo habitual, llenando las mesas, y ella y Renji habían estado desbordados intentando cumplir con todos los pedidos. Rukia no se había estado sintiendo bien y cuanta más gente tenía que atender, más lenta y torpe parecía volverse.

Cuando la campana encima de la puerta tintineo por 'no sabe cuántas iban' vez, la chica apenas podía ver en línea recta. Había agarrado tantos platos vacíos y vasos como pudo de una de las mesas y se giró para ver quién había entrado, sólo para chocarse directamente con esa persona. Si la fatiga no hubiera estado presente, tal vez Rukia hubiera tenido éxito evitando al nuevo cliente, pero no en ese momento. Todo lo que había estado cargando se estrelló contra el suelo a los pies del chico, trozos de cristal y porcelana volando en todas direcciones y causando que la pelinegra saltara hacia detrás con un pequeño jadeo de sorpresa.

—¡Lo siento! ¡Lo siento mucho! —Rukia exclamó, cayendo sobre sus rodillas y empezando a recoger los trozos más grandes en sus pequeñas manos.

—¡Ey, para! ¡Te vas a cortar! —el hombre sonaba alarmado, y una mano más grande que la suya la alcanzó, cerrándose alrededor de la delgada muñeca de la Kuchiki, haciendo que ésta última lo mirara.

Y eso fue todo. En ese preciso instante, en ese mismo momento, todo su mundo colapsó, reducido a cenizas y polvo cuando sus grandes ojos índigo se encontraron con unos cálidos irises color chocolate del estudiante acuclillado frente a ella. Rukia no podía recordar la última vez que se sonrojó tanto. Su mano empezó a temblar sin control y antes de que pudiera percatarse de lo que hacia, involuntariamente había apretado el cristal que estaba sujetando. El pequeño siseo de dolor y la evidente mueca enseguida hizo el alto chico soltara su mano y Rukia dejó ir el trozo de cristal.

—Oh dios... —Rukia susurró débilmente al ver la palma de su mano sangrando. No solía ser capaz de poder ver tanta sangre junta, ni siquiera la suya propia, y en aquel entonces, viendo el líquido carmín gotear sobre las blancas baldosas del suelo casi la hace vomitar.

—¡Mierda! —El chico maldijo, agarrando el brazo de la camarera y ayudándola a levantarse sobre sus piernas temblorosas— Se ve feo.

—E-estoy bien —tartamudeó la Kuchiki, cerrando los ojos en un vano intento de calmar sus nauseas mientras que otro brazo sujetaba sus hombros y fue llevada hacia la mesa más cercana. La habitación le daba vueltas peligrosamente. Podía sentir el caliente líquido resbalando por su mano y sus dedos, y la sensación la afectó como un golpe a la cabeza, emborronando su visión y afectando su equilibrio. Si ignoraba el ardiente dolor y no miraba a la herida, no era tan malo, se trató de convencer a sí misma. No era tan malo, no era tan-...

Lo que tenga que ser, seráWhere stories live. Discover now