Ainara seguía sin despertar. ¿Muerte clínica, podía ser el diagnóstico? No, por supuesto que no. Seguía respirando, seguía teniendo pulso. Parecía estar dormida y sabía que eso no era normal, pero no podía sacarla de allí. El temor de hablar de ella frente a alguien, cuando había ocultado por todo ese tiempo su existencia, me mantenía inmovilizado incluso bajo aquellas circunstancias críticas.

Sin embargo, estoy seguro de que hubiese terminado haciendo una locura si no la hubiese visto despertar en los siguientes minutos. La angustia se apoderó de mí al verla abrir los ojos y cerrarlos casi al instante. La cabeza me daba vueltas y me sentía enfermo ante la perspectiva de esperar otra reacción de su parte. No llegó esta hasta cinco minutos después, cuando Ainara despertó definitivamente de su letargo y yo sentí que un poderoso alivio me recorría el cuerpo.

Pensé que al darse cuenta de que estaba en casa otra vez lograría calmarse, pero su arrugaba cada vez más, acentuando su expresión desencajada. Muy a mi pesar, la noté haciendo un esfuerzo para incorporarse de su sitio en el sofá. Me apresuré a poner una mano sobre su hombro para detener aquella acción.

―Todavía estás muy débil ―le dije―. Debo suponer que también estás mareada. Debería... Iré a prepararte algo caliente, ¿sí?

Sus ojos se abrieron y dio un respingo al fijarse en mi presencia. Incómodo, me deshice del contacto que todavía tenía con su piel desnuda y di unos pasos atrás para alejarme de ella. La electricidad recorría mi cuerpo y mi corazón latía desbocado.

―Espera. No te vayas, por favor ―su voz sonó rasposa―: ¿Qui-quién eres? ¿Qué hago aquí?

―¿No lo sabes?

La confusión reflejada en su rostro me dejó clara la respuesta.

―No recuerdo haberte visto antes, ni tampoco qué pasó después de que salí de... mi casa.

La observé con detenimiento y di un respingo. No parecía mentir y eso lograba tocarme los nervios hasta un extremo inimaginable. ¿Qué demonios estaba pasando?

―¿Qué has hecho todo este tiempo, Ainara? ―pregunté casi al borde de la desesperación.

―¿Quién es Ainara?

Di un respingo e instintivamente me alejé un poco más.

―Tú eres... ―Me interrumpí a mitad de la frase. ¿Cómo podía haberse vuelto aquel asunto en mi contra de tal modo que era yo ahora el que debía darle explicaciones? Negué con la cabeza y chasqueé la lengua, cada vez más frustrado con todo lo que me rodeaba―. ¿No recuerdas nada?

―Debes haber cometido un error. Mi nombre es Jade ―murmuró en un hilo de voz, hundiéndose más en el sofá. Parecía cansada, débil―. ¿Cuál has dicho que es el tuyo?

Guardé silencio como única respuesta. No podía dejar de verla. Detallaba cada una de sus facciones y me convencía más de que tenía que ser Ainara. Podía tener el cabello más corto y la piel más pálida, pero definitivamente era ella. Y en el cementerio había pronunciado mi nombre... ¿O no lo había hecho? Comenzaba a dudar de todo lo que pasaba alrededor de mí. Quizá había querido imaginarme aquella escena, quizá Jade sólo había estado en el momento y en el sitio equivocado y yo estaba haciendo conexiones ilógicas en un patético intento de recuperar a mi esposa.

―Soy Damien ―terminé por decir―. Deberías llamar a tu casa, avisar que estás bien.

―No hará falta, ya se los haré saber yo misma.

―Está bien, iré entonces a preparar las bebidas; así podremos charlar. ―Al ver su expresión de recelo, añadí―: Por lo menos me debes eso, ¿no te parece?

Tráeme de vueltaWhere stories live. Discover now