Capítulo 7

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CAPÍTULO 7

Madison avanzaba por la carretera, según calculaba llegaría al pueblo en menos de media hora. Ya no llovía por lo que el trayecto era más rápido. El aire fresco de la mañana entraba por la ventanilla y el sol le daba directo a la cara, pero no le molestaba. Todo ese ambiente la hacía sentirse tranquila.

La camioneta se balanceaba de un lado a otro conforme Madison iba sorteando los baches que la tempestad de la noche anterior había causado. El paisaje que la rodeaba era asombroso: los campos verdes que se deslizaban a ambos lados del camino, las montañas cubiertas de árboles y un cielo azul salpicado de nubes blancas como de algodón.

Durante un rato todo discurrió de ese modo hasta que llegó a la carretera pavimentada que la llevaría a Philipsburg. Unos quince minutos después alcanzó a ver un enorme letrero que indicaba su llegada: «Bienvenidos a Philipsburg, un pueblo para todas las estaciones». Apenas leerlo no pudo evitar sonreír.

—Para todas las estaciones, claro.

Madison se adentró en el pueblo y observó con detenimiento. Fijó su atención en las anchas calles y en las farolas apostadas a todo lo largo. Las casas y edificios estaban pintados con colores similares, siguiendo un patrón en la construcción: eran de estilo colonial y uno de los principales atractivos de la localidad. Había más tiendas de las que recordaba, restaurantes de comida típica que le abrieron de nuevo el apetito. En esencia era un pueblo mágico, su pueblo mágico.

La gente transitaba con paso ágil sumergida en sus ocupaciones, pero cuando hizo su aparición en la camioneta, sintió como todas las miradas se dirigían hacia ella. En un pueblo pequeño como Philipsburg la llegada de Madison Taylor fue noticia general y, muy a su pesar, no pasó desapercibida.

—Había olvidado cómo son las cosas aquí —dijo en voz alta antes de atreverse a bajar de la camioneta.

Del bolsillo trasero de su pantalón sacó la tarjeta del abogado de su abuelo y al leerla se dio cuenta que no había una dirección exacta. Aunque, ¿qué tan difícil sería encontrarlo en Philipsburg? Con toda seguridad sería el único abogado del lugar y, como lo predijo, no faltó persona que le indicara donde podía localizarlo. Condujo un par de calles más antes de dar con el domicilio de Paul Crowley.

Era una casa de una sola planta con un columpio que colgaba de un viejo árbol. El pasto de la entrada estaba demasiado crecido y no se veía movimiento alguno a través de las ventanas. Madison tocó un par de veces y se sentó en los escalones que conducían al porche. Estaba allí cuando un vecino salió a su encuentro.

—¿Busca a Paul?

Era un anciano con poco cabello que avanzaba a paso lento con la ayuda de un bastón.

—Sí —dijo Madison levantándose de un salto—. ¿Sabe dónde puedo encontrarlo?

—Lo siento, está de vacaciones.

—¿De vacaciones? ¿Tiene alguna idea de cuando regresa?

—En un mes, quizá más.

—¡Carajo! —soltó Madison y se ruborizó cuando notó la mirada acusadora del anciano—. Disculpe mi vocabulario.

El hombre la observó un instante antes de volver a hablar.

—Eres Madison Taylor. ¡No me lo creo! Vamos, niña. ¿No tienes idea de quién soy?

Madison se esforzó en recordar el rostro del anciano, pero no pudo hacerlo.

—Lo lamento, es solo que… bueno, disculpe…

—Ya, ya, empiezas a balbucear. Como cuando estabas en la escuela y te atrapaba haciendo alguna travesura.

Entonces un nombre cruzó por la mente de Madison.

—¿Señor Mercer?

—Lo sé, estoy muy viejo ahora y sin cabello. Los ojos no me dejan ver y estas piernas ya no me funcionan bien —expresó golpeándose el zapato con la punta del bastón—. Es bueno saber que has regresado y espero que sea para quedarte.

Madison se sujetó las manos tras su espalda en actitud nerviosa y por un momento no dijo nada.

—Tengo irme señor Mercer, ha sido un gusto verlo —se despidió apresuradamente.

—Ahora que regresaste quizá te gustaría venir un día de estos y contarme cómo fue que metieron ese toro a mi oficina, ¿lo recuerdas? Ese chico Evans y tú eran un remolino. Y las calabazas en mi auto… el toro fue fácil conseguirlo, tu abuelo tenía algunos, pero ¿y las calabazas? Ni siquiera era temporada.

—El festival de la calabaza en Silverville, conducimos por más de cinco horas para traerlas —respondió Madison riendo—. Y era un becerro, señor Mercer, jamás nos habríamos atrevido a tocar al toro. Lamento si hicimos su vida complicada.

—No te disculpes. Fue bastante divertido.

—Lo dejo señor Mercer, vendré pronto para que platiquemos.

Durante todo el trayecto de regreso a Field of Angels Madison no pudo contener la risa. Patrick y ella habían hecho un montón de cosas juntos, en esa época eran inseparables. Los mejores amigos y después…

Sus pensamientos se interrumpieron cuando la camioneta se quedó estancada a causa del lodo en el camino.

OTRA OPORTUNIDAD PARA EL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora