—No hasta que me escuches —estira uno de sus brazos bloqueando más aún la puerta. Mis puños se cierran instintivamente.

—Mira, Jorge, ya no sé cómo te lo voy a decir —suelta las compras en el suelo—. He tratado de hacerlo de mil maneras diferentes para no herir tus sentimientos, pero parece que eres tan gilipollas que no entiendes ninguna —clava repetidas veces el dedo en su hombro mientras le habla. Me gusta su carácter—. Me estás acosando y como sigas tocándome los ovarios vamos a tener un problema, tú y yo —sonrío satisfecho. Así se habla—. ¿Ves estos tacones? —señala sus zapatos y mi cabeza pica; por desgracia yo probé uno—. ¿Los ves? —repite captando su atención—. Pues acabarán clavados en tus testículos —reprimo una carcajada para que no me oigan.

—No niegues lo evidente —se acerca a ella y mi piel se eriza. Toma uno de sus mechones y siento las palmas de mis manos arder. Laura se retira rápidamente—. No decías lo mismo aquella noche cuando estaba entre tus piernas —mi respiración se agita y mi corazón late con fuerza. La imagen de ellos dos juntos me hace sentir náuseas.

—Pues fíjate que yo no recuerdo absolutamente nada. Mi cerebro tiene por costumbre borrar al instante las experiencias traumáticas —toma las bolsas del suelo—. Y si no fuera porque eres mi vecino y tengo que estar viendo tu asquerosa cara todos los días hace tiempo que también me habría olvidado de ti —de un empujón consigue hacerle a un lado y entra al edificio.

No la sigue, cosa que agradezco. Se queda en la puerta y enciende un cigarro. Si ese idiota hubiera entrado al edificio tras de ella estoy seguro de que habría intervenido. He estado a punto de salir de mi escondite un par de veces mientras peleaban para romperle la cabeza. Espero un tiempo prudencial y al ver que todo está tranquilo decido volver a casa. Quiero aprovechar las horas libres que me quedan para descansar.

Cuando entro a mi pequeño apartamento suelto las llaves del coche en la mesa de la entrada, y sin darme cuenta dejo caer el portafotos que hay sobre ella. Con cuidado vuelvo a ponerlo en pie. Siempre me ha gustado esa foto. Gema está preciosa en ella.

La melodía del móvil llama mi atención. Descuelgo.

—Ei, Álex. ¿Se solucionó el problema? Quedé preocupada.

—Hola, preciosa. Sí, todo se arregló. Perdona por haberte colgado tan precipitadamente, pero un idiota se puso pesado y tuve que enseñarle modales —evito contarle toda la verdad.

—Tú siempre tan educado —ríe.

—¿Cuándo vienes?

—En una semana. Todavía me quedan muchas cosas por empaquetar. Espero que tengas suficiente espacio para dos camiones —ríe de nuevo—. Ya sabes cómo somos las mujeres.

—Puedo alquilar un piso más amplio. Ya te lo dije, no tengo problema.

—No hará falta, nos arreglaremos, ya verás.

—Lo que tú digas, pero luego no te quejes.

—No lo haré. Tengo que dejarte, Álex, acaban de llegar mis compañeros y vamos a celebrar mi despedida del trabajo.

—De acuerdo. Pásalo bien y ten cuidado.

—Lo tendré. En unos días vuelvo a llamarte. Te quiero.

—Yo también a ti —cuelgo.

Antes de soltar el móvil en la mesa, vuelve a sonar. Pongo los ojos en blanco, entre todos se han propuesto no dejarme disfrutar de mi día libre. Compruebo que es César y descuelgo.

—Dime.

—Álex, perdona que te llame en tu día libre, pero ha habido problemas.

—¿Qué ocurre? —todo mi cuerpo se activa.

—Estamos en la comisaría en un pueblo cercano a Madrid. Mario nos ha dado un susto de muerte.

—¿Cómo? —mis ojos se abren.

—Cuando volvíamos a casa apareció de la nada en la carretera e intentó sacar a Natalia de la calzada. Gracias a Dios que supo maniobrar a tiempo, Álex. Si no es porque maneja perfectamente, hubiera acabado en tragedia —hay mucha angustia en su voz—. Consiguió golpear su coche varias veces y tuvimos que dejarlo aquí. ¡Ese tío está loco!, va a por ella sin importarle nada más... —respira agitado.

—Trata de calmarte, estás demasiado alterado y sabes que eso no te ayuda —cuando está en ese estado suelen darle crisis que después le cuesta controlar.

—Lo intento —hace una pausa—. Necesito que hagas una investigación paralela a la que van a empezar aquí, hay que dar con él cuanto antes.

—¿Puedes darme algún dato?

Me explica todo lo ocurrido. Apunto los datos del coche y nos despedimos.

«Mierda», digo apretando fuertemente el teléfono cuando caigo en algo. «Solo hay una forma de que Mario supiera dónde estaban». Ya no hay duda. Alguien le está informando y todas las pruebas apuntan a Laura. Ella lo sabía...

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El tormento de Álex - (GRATIS)Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα