– ¿El Pacificador?- dijo Donovan sorprendido.

Pero yo podía asegurar que él no era el más sorprendido en aquella diminuta sala. ¿Mi padre estaba allí?

– ¿Por qué dices "nos está haciendo una visita"?- pregunté, quitándome la capucha de la cabeza-. ¿Se encuentra él ahora aquí?

Ella asintió.

– Está abajo- añadió ella-, con los del equipo sobrenatural.

– Entonces vamos- dijo Donovan recomponiéndose-. Gracias, Cecilia

Y eso hicimos.

Entramos a paso ligero a donde estaban los policías de los casos normales y llegamos en seguida al ascensor. Todo el recorrido fue en silencio, y es que yo aún no me creía que mi padre estuviese allí. No habían pasado ni veinticuatro horas desde que había hablado con él por teléfono el día anterior y sabía perfectamente que estaba en Texas. ¿Pero qué demonios hacía ahora en Míchigan?

Lo que único que tenía perfectamente claro es que no venía de visita.

Estábamos delante de la puerta de metal y me tapé los ojos para no ver el código que Donovan introducía en el panel. En un momento escuché el clic que daba a entender que la puerta estaba abierta y en esta ocasión no esperé ni medio segundo para mirar al otro lado de ella.

Y allí estaba, con su impecable traje gris oscuro de Armani, su elegante sombrero y esa sonrisa de aristócrata. Hablaba animada y fluidamente con Nathan, que parecía estar disfrutando de aquella conversación al máximo.

Durante un instante, un pequeño instante, me quedé de ese modo, mirando a Nathan como si fuese una de las Siete Maravillas y contemplando como sus labios se movían mientras hablaba. También observé que de qué modo tan exquisito se ceñían aquellos vaqueros a sus piernas y como aquella cazadora de cuero marrón le marcaba los voluminosos brazos. El pelo alborotado, con un par de mechones cubriéndole los ojos, que al mismo tiempo seguían todos y cada uno de los gestos de mi padre.

Pero, como dije, fue solo un instante.

Un segundo después ya estaba de vuelta en mí y, mirando a mi padre, avancé con paso ligero hacia él. Me paré a su lado y fue entonces cuando paró su conversación y dirigió su atención a mí. Lucía en su rostro una amigable y tierna sonrisa de padre, pero que en realidad era una súplica para que le perdonara por haber venido sin avisar.

– Hola, cariño- dijo, todavía sonriendo.

– ¿Hola cariño?- pregunté en tono sarcástico-. ¿Se puede saber por qué endemoniada razón no me has avisado de que venías? Y espero que tengas una buena excusa.

Eso último lo añadí para que supiera que un simple "lo siento" no me iba a contentar.

– Hola, papá- dijo-. ¿Qué tal has estado? Te veo más delgado. Creo que la edad te está haciendo cada vez más hermoso- yo le miré con las cejas levantadas-. ¿Es que no puedes saludar a tu viejo antes de bombardearle con acusaciones?

– Primero- contesté yo-, jamás en la vida te diré que con la edad te estás haciendo más hermoso, porque cuando era pequeña me enseñaste que mentir estaba mal- esto provocó varias sonrisas en los allí presentes, incluidos Nathan y mi padre-. Y segundo, no pienso saludarte cuando tú ni te has dignado a mandarme aunque sea un mensaje avisándome de que ibas a venir.

– Supongo que estamos en paz- dijo.

– Supongo que sí- confirmé yo.

Ambos asentimos y de ese modo, como muchas otras veces, el asunto quedó zanjado. En ese momento Donovan se puso a mi lado y yo le miré de reojo.

PuraWhere stories live. Discover now