Capítulo 8

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Me dolía mucho, pero que mucho, el culo.

Hice una mueca de dolor mientras me sentaba en el asiento del copiloto del coche de Donovan, y la mueca se intensificó cuando estuve por fin sentada. Me quedé tiesa un momento, esperando a que el dolor se pasara y solté el aire cuando me relajé. Por así decirlo, mi cuerpo hizo como una especie de cama hinchable cuando se pincha, es decir, que me fui desinflando poco a poco, sacando aire, al mismo tiempo que me hundía el en asiento. Una vez estuve sentada y después de ponerme el cinturón de seguridad, miré a Donovan.

Su rostro reflejaba sorpresa a la vez que extrañeza, diversión y preocupación.

– ¿Te encuentras bien?- preguntó.

– De miedo- dije irónicamente-. Es solo que por culpa de la caída que me pegué anoche, me duele un poquitito, el trasero- con la palabra "poquitito", levanté mi mano derecha y coloqué mis dedos índice y pulgar en paralelo, haciendo como si sostuviera algo pequeño entre ellos.

Donovan, como era de esperar, se rio.

– La próxima vez no te digo nada- dije molesta. Me crucé de brazos y miré al frente.

El coche empezó a avanzar y nos dirigimos en dirección a la comisaría. No iba con Donovan por nada oficial, sino porque en mi casa me aburría tanto que ir a la comisaría era lo mejor que se me había ocurrido hacer. Podría haber ido en mi propio coche, pero al haberle llamado a las tres de la madrugada para preguntarle si no le importaba que fuese, él se había ofrecido a venir a buscarme a las ocho de la mañana para que yo no tuviera que estar buscando aparcamiento.

Mientras pasábamos las casi desiertas calles, miré afuera a través de la ventana. El sol hacía un rato que había salido, y el cielo y las nubes lucían tonos naranjas y rosados allá donde mirases. Abrí la ventana para sentir la temperatura del exterior, y al ser golpeada por una fría brisa, la cerré de nuevo y me refugié en el cálido aire del coche.

El resto del trayecto transcurrió en silencio.

Donovan conducía concentrado en la carretera, aunque a veces me miraba de reojo y sonreía cuando yo miraba hacia otro lado con la cara enfurruñada. Estaba enfadada con él por haberse reído de mí, y le castigaba con el total silencio por mi parte. Sin embargo, aquello no estaba teniendo el efecto esperado, ya que él parecía más divertido que molesto.

Donovan empezó a aparcar el coche, y mientras lo hacía me preparé física y mentalmente para salir. Aquella mañana hacía bastante frío y ya lo había comprobado al abrir la ventana del coche anteriormente. El motor del coche paró y me desabroché el cinturón para luego cubrirme la cabeza con la capucha de mi sudadera. Salí del coche, lentamente debido al dolor de mi trasero, lo rodeé y me encontré con Donovan, que me esperaba con una sonrisa. Yo me dediqué a lanzarle una mirada de molestia mientras me acercaba a su posición, y luego ambos continuamos caminando hasta el interior de la comisaría.

Entramos y nos encontramos a aquella mujer que hacía que se me pusieran los pelos de punta, sentada como el día anterior detrás de su escritorio, pero en esa ocasión había algo extraño en ella. Parecía algo nerviosa, y se recolocaba las gafas una y otra vez al mismo tiempo que escribía en su ordenador. Estaba tan inquieta que hasta cuando entramos tardó bastante en darse cuenta de que habíamos llegado, a pesar de que estábamos delante de ella.

– Cecilia, ¿estás bien?- le preguntó Donovan, que también había notado algo raro en la secretaria.

– Sí - dijo-. Lo que pasa señor, es que El Pacificador nos está haciendo una visita inesperada.

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