Capítulo 2

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– Un Amanecer Moscovita, por favor- le ordené al barman, y él comenzó a preparar mi cóctel.

Una vez hice mi pedido, observé mejor el sitio.

Era bastante amplio, había que decirlo, el techo estaba bastante alto, a unos dos pisos, y el diseño era antiguo a la vez que moderno. Al atravesar la puerta blanca te adentrabas a un lugar iluminado por luces de todos los tonos de azules y violetas. Había sillones acolchados turquesas, morados y blancos, y mesas plateadas de metal, repartidos formando un semicírculo alrededor de la pista de baile, al estilo del coliseo romano, a diferentes niveles del suelo, formando gradas. La barra se encontraba en el nivel más alto de las gradas, extendiéndose a lo largo de la pared, y, aunque había gente de pie ante la barra, podías ver a varios camareros y camareras sirviendo a la gente que se encontraba en los sillones. A ambos lados de la pared se extendían dos tramos de escaleras, que subían a lo que supuse que era la zona vip. En lo alto de esas escaleras había una enorme terraza circular, desde donde seguramente se veía todo lo que sucedía abajo, y se podían ver a varias personas con aspecto adinerado charlando y bailando allí arriba.

Sobretodo vampiros.

– Un Amanecer Moscovita para la señorita- dijo el barman colocando la bebida delante de mí, haciéndome abandonar mi examen del sitio.

– Gracias- dije, y tomé un pequeño sorbo.

Tan solo tenía una palabra: refrescante.

– Buena elección- dijo alguien a mi lado.

Miré, y vi a un vampiro sonriéndome melosamente. Era alto y delgaducho, pero los músculos de los brazos se le marcaban bajo su cazadora. El ondulado pelo castaño casi le tapaba por completo sus oscuros ojos marrones y me di cuenta de que trataba de no desviar su mirada a mi espalda desnuda.

– Si, supongo- dije encogiéndome de hombros.

Mis ojos se desviaron detrás de él, hacia un grupo de chicas, una vampira y tres humanas, sentadas en uno de esos sillones acolchados. Las humanas parecían drogadas, estaban pálidas y larguiruchas, así que me imaginé que eran el aperitivo de los dos vampiros. La vampira, sin embargo, me miraba con rabia. Sus músculos estaban tensos mientras contemplaba al tipo vampiro apoyado en la barra a mi lado y sus largas uñas de porcelana apretaban con fuerza el vestidito de lentejuelas que llevaba puesto.

Sonreí. Los celos eran lo peor si los sufrías tú mismo, pero cuando eras una espectadora, resultaba bastante divertido.

– ¿Cómo te llamas preciosa?- preguntó el vampiro.

– Lilianne- contesté.

– Bonito nombre- dijo-. Yo soy Morris.

– Un placer- dije, tomando su mano cuando él la ofreció a modo de saludo.

Algo por detrás de mí captó su atención mientras nos saludábamos, y su mano se tensó en la mía.

– Bueno Lilianne- dijo volviendo a prestarme atención-. Ya hablaremos en otro momento.

Y nada más decirlo, se alejó.

Había perdido todo su encanto de seducción y ahora solo era una masa de músculos tensa y nerviosa. Seguí con la mirada todos sus movimientos, extrañada por el cambio repentino de personalidad, hasta que le perdí de vista después de que atravesara la puerta blanca que llevaba fuera.

Me di la vuelta, interesada en saber qué o quién había cambiado el humor de un vampiro ligón. Me encontré con un hombre unos centímetros más alto que yo, rubio, humano y de pelo corto. Se notaba que el tipo iba al gimnasio porque tenía los músculos marcados, pero no del tipo culturista, sino del tipo de un chico que le gusta mantenerse en forma. Lucía una sedosa barba de hacía dos días, un jean beige, una camisa blanca, unas deportivas marrones y una chaqueta marrón. Esta última la llevaba desabrochada y remangada hasta la altura de los codos. Me sorprendió ver una placa policial enganchada a la cintura de su jean, y cuando le miré sus ojos pardos mostraban diversión.

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