6: Nervios sabor arándano

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Si alguien me hubiese dicho tan sólo un mes atrás que habría terminado como ese día, en el mismo instante, lo habría abofeteado —para que regresara a la obvia realidad— o me habría limitado a reírme, ahuyentar sus palabras como si fuesen moscas con la palma de la mano.

Bandit lucía un pequeñito y brillante vestido naranja con micro-florecitas blancas cubriendo todo aquello que pudiera llegar a verse vacío. Había conocido a Gerard El  Padre Soltero esa misma mañana, cuando pude presenciar con perfecta claridad lo mucho que batalló para encontrar algo que sería al menos, medio apreciable, a ojos de sus padres. Gritaba y refunfuñaba. Bandit ni siquiera se vio afectada.

La niña se probaba un vestido; al principio, Gee lo hacía con una sonrisa en el rostro y toda la paciencia del mundo entre sus dedos, pero para mediodía, daba la impresión de que con cada prenda que le quitaba a su hija, también se llevaría la cabeza de la misma.

Frank Incómodo Iero, es decir, yo, no hice más que pararme en el umbral de la puerta, aprobando todo pantalón, blusa, vestido o falda que probara en la menor.
Gerard vestía, luego me volteaba a ver, señalando el conjunto, y yo asentía y regalaba algún cumplido— lo primero que se me viniera a la cabeza.

Pero él siempre encontraba algún defecto.

Luego, para empeorar las cosas, se me acabaron los cumplidos, y aun cuando el conjunto de Bandit lucía bastante decente, Gerard tomaba mi silencio como algo terrible, y lo aventaba al Monte Everest de vestidos que había a mis pies.

En fin, como ya lo dije, terminó con el vestido naranja de florecitas blancas.

También tenía que peinarla, y optó por adornar su tierna cabecita de melón con dos coletas a los lados, como antenas. Sostenía las bandas para el cabello con los dientes mientras presionaba el cepillo con firmeza extrema, Bandit se aplastaba y erguía cual botón en una máquina desgastada, y aún así, seguía sin quejarse. Era admirable, he de reconocerlo.
Después me pidió ayuda. Pararme en el marco de la puerta ya quedaba de más. Me ordenó que sostuviese el mechón de cabello que ya había peinado uniformemente mientras repetía el proceso con la otra parte de la cabeza.

La tragedia número cuarenta y nueve del día ocurrió cuando el teléfono sonó.

"¡Mierda! ¡Frank, sosténlo!" Exclamó, agitando las greñas claras. Obedecí, aturdido, y tomé con torpeza la segunda coleta.
Gerard salió corriendo del baño, aún tenía la corbata desarreglada, y el pantalón le quedaba grande.

Y me quedé, yo solito, con Bandit, frente al espejo. Los labios de la niña fruncían en una línea recta, mientras sus ojos me miraban a través del espejo. No pude haber descifrado qué querían decirme, ni aunque lo hubiera intentado. Era incómodo, demasiado. En especial cuando sostenía su cabello entre mis manos, sin saber si estaba lastimándola, sin saber si estaba sudando o no, sin saber si me estaba criticando o simplemente pensando en todas las películas de princesas que se perdería por ir a la cena.

Yo sólo quería aliviar la tensión, la incomodidad que probablemente ella ni siquiera sentía, por lo que llevé a cabo la acción más inteligente que pude haber realizado.
Solté una de las coletas de Bandit, y levanté la mano para decir hola.

Suena ridículo. Alcancé a menearle la mano al reflejo en el espejo antes de que me diera cuenta de mi grave, grave error. Al ver la cascada de cabello fino que caía por un lado de la cabeza de la niña (mientras el otro lado seguía en coleta perfecta entre mis manos) me di cuenta de que lo había jodido todo. Retuve un grito. Mi boca se distorsionó en una mueca cómica que hizo sonreír a la niña, ajena a toda preocupación que yo o su padre pudiéramos sentir.

Escuché que Gerard caminaba de regreso al baño. Entré en pánico. Tomé el mechón de cabello que había quedado suelto y simplemente lo sostuve como él antes lo había hecho, nada complicado. Estaba a punto de sudar, el corazón latía con fuerza. Gerard entró al baño y yo lo recibí con una bella, increíble, gigante sonrisa forzada.

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⏰ Última actualización: Dec 21, 2015 ⏰

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Bandit -Frerard-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora