2 : Palabras

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La mitad de la cita se basó en mí aventando frases clichés al aire, medio dulces, medio amargas, esperando que Gerard las atrapara. Y lo hizo, la mayoría.

Era un buen chico, tierno, carismático y con la suficiente timidez para hacerlo adorable. Agachaba la vista cuando mencionaba lo bien que lucía su cabello o lo mucho que brillaban sus ojos, y lo mejor de todo es que no estaba mintiendo en cuanto a eso.

Todo fluyó con mayor facilidad de la que esperaba inicialmente, el chico incluso captó las referencias a películas viejas y cantó conmigo canciones que creí que nadie más que yo conocía.

Si pudiera decribirlo con un solo adjetivo sería perfecto.

Pero viene la otra mitad de la cita, que era cuando recordaba al peculiar hámster de dimensiones exageradas caminando con torpeza en medio de nosotros, tomando la mano de Gerard, evitando que me pegara más a él. Un gran muro para ser una cosa tan pequeña.

De vez en cuando las agujetas en sus zapatos rosas se desanudaban, gemía un poco y tiraba de la manga de su padre, que despegaba su atención de mí en cuanto sucedía. Él pedía perdón al tiempo que se agachaba, amarraba las cuerdas cantando una canción infantil cuya función era de seguro que la niña recordase cómo amarrarse las agujetas.

Estaba enojado, con Pete, por no haber mencionado ese pequeño detalle.

Conociéndolo, y sabiendo que él me conocía a mí, supuso que si mencionaba el más mínimo detalle de Gerard teniendo una hija yo me habría negado por completo a ir a la cita. Mi odio a los niños era un hecho implícito, algo que quedaba obvio en mi manera de ser, en mi respirar, andar y en los comentarios casuales que salían de mis labios muy de vez en cuando.

Me convencí de que esa niña no sería la excepción, aunque tenía que admitir que era bastante agradable, a comparación de otros.
No hacía mucho más que mirar sus piecitos mientras avanzaba uno frente al otro de manera ridícula. Noté que evitaba las líneas en el pavimento y canturreaba en susurros para sí misma.
No hablaba, ni gritaba, o lloraba. Si quería algo, obligaba a Gerard a agacharse para que pudiera murmurarle al oído, y él respondería con amabilidad. No era una fachada, podía verlo, amaba a esa niña. Y me temía que yo no podría amarlo a él mientras lo hiciera.

Cosa que no pasaría pronto, por lo que descarté cualquier asunto que involucrara a Gerard poco después de haberlo conocido.

Hacer eso dolió, porque era fantástico. La mejor persona que pudo haberse cruzado en mi camino, con sus ojos tan verdes, y sus dientes tan pequeños (no tan pequeños como los de su hija), su risa tan hermosa y sus chistes tan patéticos. Él habría sido el indicado de no ser por Bandit. Y después de él, probablemente nadie más llegaría, yo bajaría por el mismo abismo porque el Pete había ido y caería a esos años de soledad y simples aventuras de una noche.

Caminábamos sin un rumbo en especial, sólo dando vueltas al rededor del parque una vez el cielo se dignó a oscurecer por completo, eliminando cualquier rastro de nubes cuando Gerard paró en seco.

"Mierda." Susurró, lo suficientemente bajito para que su hija no lo escuchara. "Olvidé las llaves en la banca."

Palmeó sus bolsillós, rebuscando en ellos sin éxito.

"Voy a regresar por ellas." Dijo, pasándose la mano por el cabello azabache. Un mechón cualquiera cayó sobre su frente blanca. "¿Puedes quedarte aquí con Bandit?" La nombrada levantó la vista justo después de que escuchara su nombre venir de los labios de su padre, juro que lo miraba con horror. Gritando "no me dejes" en silencio.

"Eeeeh... ¿No prefieres que vaya yo a buscarlas?" Ofrecí, pero él negó y unos segundos después sólo pude ver su silueta alejarse a paso veloz.

Bandit -Frerard-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora