4: Importantísimas decisiones y sonrisas

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Era crucial.
De vital importancia.

¿Flores o chocolate?

Intentaba ignorar esa pequeña hormiguita en mi nuca que susurraba "patético, Frank, totalmente patético."
Funcionó, sólo porque estaba muy ocupado pensando en qué preferiría un padre veinteañero soltero; Hershey's o gerberas.

Pensaba; mi madre no me parió para esto mientras el hombre de la tienda de regalos se frotaba el sudor de la frente y me miraba aburrido— labios en línea recta, barriga sobresaliente, cejas alzadas.

Las rosas eran más caras que las gerberas, pero esas se caracterizaban por trilladas. Además, a mi madre le gustaban las gerberas, son lindas. Afelpadas y de colores suaves, pero no apagados. Nada pastel y ningún toque de pasión. Lucía como el regalo perfecto para una segunda cita.

Con una simple, sola y solemne excepción: muy gay.

Supongo que está bien; son los estereótipos. Hombre le da flor a mujer, mujer se para de puntitas y besa al hombre. Así como el villano nunca vence al héroe, la chica nunca le da flores a su novio.

Si le doy flores a Gerard, le estaría insinuando que debería asumir el papel de mujer en nuestra casi-relación.

Por más afeminado, tímido y carismático que pudiera resultar el tipo, he de admitir que uno necesita huevos para criar (y crear) la microscópica ranita egoísta que lo acompañaba en su día a día.
Por ello, yo, Frank, no podía llegar con un ramo de gerberas a su puerta, como diciendo "sigo siendo más hombre que tú."

De hecho, creo que el llamarle mujer a alguien debería ser un halago, no insulto, pero...

Las razones por las que no podía darle flores eran más que nada, culturales. También consideré el dárselas a Bandit, pero de nuevo, no quería nada que ver con el renacuajo crecido.
No quería lastimar el ego de Gerard, que quizás ni siquiera estuviera ahí en primer lugar. No quería meter la pata en la segunda cita.

Por lo que consideré el chocolate.

Pero en primera, el chocolate es algo muy simple, básico. Si al llegar con tu cita le entregas una simple barra de chocolate, hay dos opciones directas; o pensará que eres pobre, o el ser más desconsiderado en toda la vía lactea.
Lo más triste de todo, es que las dos eran, en mi caso, un poquito ciertas.

Había una salida a eso; varías barras de chocolate y, yo qué sé, un oso de peluche— cliché pero tierno— gastar, gastar. Sabrá que tienes dinero (un poco) y que te importa (un poco)
Sin embargo, entraba una segunda cuestión.

¿Qué chocolate debería llevar?

¿Amargo? ¿Empalagoso? ¿Blanco?

¿Qué si, antes que nada, no le gusta el chocolate en sí?

¿Y si es intolerante a la lactosa y termino matándolo?

Tantas cosas que considerar. Salí de mi casa dos horas antes, sabiendo más que bien que algo así me iba a ocurrir. Aún faltaba una hora para que llegara la hora a la que habíamos acordado, pero yo no tenía pinta de que me fuese a mover pronto. El vendedor lo notaba, y permanecía quieto, cualquiera que lo viera sabía que quería correrme de su puesto.

"¿Qué le daría usted a su novia?" Pregunté, levantando la mano del ramo, y la golosina en la otra.

Soltó algo parecido a un suspiro. "A Margaret le gustan los girasoles. Son grandes, redondos, bellos y resistentes, tal y como sus..."

"¡Okay, okay! A Margaret le gustan los girasoles, fantástico. No necesito más." Exclamé, despavorido. Unos microsegundos más y me habría enterado de toda la vida sexual del vendedor y Margaret.

Bandit -Frerard-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora