Verdadera asesina

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Capítulo XV

«No quería hacerles daño,
solo debía matarlos».
—Winter Forest.

Dicen los sabios, que el diablo conoce bien la Biblia, pues él fue uno de los más apreciados en el Cielo. Por tanto, sé bien que esa cita que me dio, era no sólo para recordarme su plan, sino también, una estúpida burla e indudablemente, una advertencia para mí.

Cerré la Biblia y la puse en su lugar. Febe seguía profundamente dormida, entonces para no despertarla salí en silencio al pasillo, bajé las escaleras y fui a la cocina. Miré alrededor, todo estaba reluciente, Ana se tomaba muy en serio su trabajo de «ama de casa». Preparé un desayuno exclusivamente para mí. No quería nada orgánico, nada hecho por Ana. Cuando terminé de prepararlo, me senté cómoda y admiré mi arte culinario. En la mesa había un rico café con leche, tostadas recién hechas, manteca para untar, mermelada de durazno y un espeso dulce de leche. Sonreí al ver todo lo que iba a comer. Mordí una tostada con manteca y me deleité con su sinfonía crujiente, sorbí el líquido de mi taza y me fascinó notar que estaba comiendo tranquilamente. Sin embargo, cuando terminaba de pensar eso, unos pasos resonaron en las escaleras.

«Adiós a mi desayuno a solas», pensé, mientras miraba hacia la entrada de la cocina.

—Buen día. —Saludó Simei, como si ya supiera de antemano que yo me encontraba ahí.

—Buen día —contesté, tratando de ocultar mi decepción.

—¿Desayunando sola? —me preguntó buscando los fósforos para prender la hornalla de la cocina.

—Hasta ahora…

—Si quieres me voy—susurró haciéndose el ofendido.

—Por favor…—dije, untando mermelada en una tostada. Él quedó mirándome con el ceño fruncido—. Por favor, acompáñame.

—No me iba a ir igual, señorita.

—Eso pensé —repliqué sonriendo.

Se sentó frente a mí, me quitó la tostada que iba a comer y la mordió enseguida.

—No está mal.

—Solamente que esa era para mí.

—Me invitaste a acompañarte, ¿no?

—Sí, pero tienes manos, ¿no? —reproché molesta.

—Me gusta esta faceta tuya.

—¡¿Cuál faceta?! —el idiota me estaba arruinando el desayuno.

—Tu cara de furia —soltó una carcajada—. Eres hermosa, Aika.

Alguien aclaró su garganta. Miré con vergüenza en dirección a la silueta que estaba recostada en el marco de la entrada a la cocina.

—¿Ya tengo cuñada?

Me ahogué con saliva y tosí como boba, al notar la cara de picardía en Ana.

—Todavía no —dijo Simei con una sonrisa, levantándose.

En lo que restó de la mañana, Ana y Simei se la pasaron lanzando indirectas. Se habían puesto de acuerdo para molestarme; eso parecía.

Fui hasta mi habitación, ya Febe no estaba ahí. Con mi ropa y una toalla en mano, entré al baño a darme una ducha. El agua estaba deliciosa, no quería salir de allí, pero mi piel se arrugó y no me quedó otra opción. Me vestí rápidamente, al salir me tiré en mi cama con los brazos abiertos y el cabello aún mojado.

—¿Cómoda?

Levanté mi cuerpo asustada. Cuando lo vi, supuse el porqué de su visita.

—Luzbel, ya no quiero hacerlo…

—Sabía que dirías eso, por ello te dejé un presente debajo de tu cama —masculló. Con terror, metí una mano por debajo de mi cama y hallé lo que, a mi tacto, parecía una caja. La arrastré hasta poder tomarla y la puse en mi regazo—. Vamos, ábrela.

Con mis manos temblorosas tomé la cinta que adornaba la caja y tiré de ella. Contuve el aliento cuando vi la sonrisa macabra de Luzbel al levantar la tapa. Di un grito al ver el contenido y empujé con horror, alejando el cofre con fuerza.

—Ahora escúchame bien, la próxima cabeza va a ser la de Ángeles y no la de Jazmín —dijo acercándose y tomándome del cabello—. Hoy vas a deshacerte de alguien más. No me importa que no quieras, vas a hacerlo.

Una vez más, expulsé todo lo que llevaba en mi estómago, mientras él con su áspera lengua lamía mi vómito.

Corrí al baño y arrojé nuevamente en el retrete, para que mi dueño no pudiera deleitarse.

—Hasta lo que llevas en el interior es sumamente exquisito —murmuró sobre el marco de la puerta.

Negué con mi cabeza y limpié los residuos de mi boca.

—Cámbiate, hoy vas a tener un entretenido día —dijo dándose la vuelta—. Por cierto, Ana es la siguiente, iba a ayudarte, pero ahora como escarmiento, vas a planear sola su muerte.

¿Ana? No. No quería hacerle eso, ella se había convertido en mi amiga, ¿cómo iba a lastimarla?

¡Diablos! Esto era horrible.

Cuando quise oponerme, Luzbel ya había desaparecido. Pero había dejado en mi mente la triste imagen del rostro de Jazmín, sus ojos completamente abiertos y sus labios rígidos.

Me desnudé otra vez y me metí a la ducha, el agua estaba fría, pero no me importaba, mi cuerpo no podía siquiera percibir lo helado del agua. Solo se repetían en mi cerebro las palabras de Luzbel:

«La próxima cabeza va a ser la de Ángeles», «Ana es la siguiente».

Tenía que elegir entre mi hermana del alma o una buena amiga que me presentó el maldito destino.

Lloré, lloré hasta quedarme sin lágrimas, hasta quedarme sin voz.

No entendía por qué me tocaba vivir esto a mí.

Ya vestida y con la idea fija, decida por los recuerdos. Tomé la Biblia en mis manos, preguntándome por qué Dios no me ayudaba.

Pero al cabo de unos minutos, lo comprendí.
Yo no era obra de Dios, sino todo lo contrario.

Yo era obra del diablo.

Me senté en la cama y esperé, Ana sería la siguiente. Ya no tenía dudas y lo peor es que mi mente había planeado su muerte, sin ayuda de nadie.

Me había convertido en una verdadera asesina.

AikaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora