No es gracioso.

554 66 15
                                    

Capítulo XI

«Entre todas las rosas negras,
tú eres mi preferida,
por ser la más hermosa.
Aún sabiendo que eres la
que más me ha lastimado
con sus espinas».
—José Cruz.

Abrí mis ojos con cautela, ya había amanecido. El día anterior no había terminado tan bien, Luzbel se había aparecido en mi cuarto a la hora de dormir.

«Solamente quería saber cómo estabas, mi princesa».

No le bastó con eso, también tuvo que besarme. Cuando desapareció de mi vista, fui hasta el retrete y vomité con repugnancia. No podía soportar tenerle cerca, me daba asco tener que obedecerle y como si eso no bastara, también me obligaba a besarle.

¡Maldito ente degenerado! ¡Pedófilo asqueroso!

Cepillé muy bien mis dientes, me di un baño, me vestí y peiné. Antes de bajar al comedor, di una mirada al reloj de pared, eran las 9:21am y no tenía hambre. Otra vez iba a repetirse la discusión de ayer. Al escuchar a L en mi cabeza, no pude ni siquiera empezar a comer. Obviamente, Ana y Joel se enojaron conmigo y trataron de obligarme a comer, pero no cedí. Bastante tenía con las demandas de mi dueño, ya estaba cansada de asentir y obedecer.

Al llegar a la cocina y para mi sorpresa, Simei me esperaba sentado, con la mirada fija en la mesa.

—Siéntate —dijo, seriamente.

—¿En dónde están los demás?

—Siéntate —repitió —. No puedes seguir así.

—Estoy bien —repliqué.

—Claro que no. ¿Acaso eres anoréxica o bulímica?

—¿Qué?

—¿Ambas? —inquirió con preocupación —. Aika, no quiero que me mientas.

—¡No! No lo soy —contesté sorprendida—. Nada más no tengo hambre. —No mentía, no tenía hambre, pero era exclusivamente por Luzbel. Por la situación en la que estaba. Porque había matado a alguien y porque tenía que seguir haciéndolo.

—Cada vez que comes, Febe te escucha devolver en el baño de tu habitación. —¿Cómo sabía eso?

—¡No es por tener algún desorden alimenticio! —me defendí—. Simei, yo no…

—¡Te pedí que no me mientas! —bufó y salió rápidamente del lugar, mientras yo me quedé con palabras en la boca que pedían salir. Pero ya no podía refutar, estaba sola en la cocina. Con ganas de irme de esa maldita casa.

* * * * *

—Él me preguntó. Yo sólo le dije lo que escuché —Febe me miraba con culpa desde su cama.

—Pero ahora él piensa que soy «anorímica». —Él… Sí; hablábamos de Simei.

Cuando quedé sola, me propuse encontrar a Febe y encararla sobre el tema en cuestión. Estos días no la había visto, ya que hacía reposo en su habitación.

—¿Anorímica?

—Sí. Anoréxica y bulímica —resoplé.

—Perdón, no pensé que iba a ponerse así. Últimamente está más fastidioso de lo que es —dijo suspirando.

—Yo no entiendo qué es lo que pasó entre ustedes tres. Pero a mí déjenme tranquila. No quiero que me metan en su triángulo amoroso —sentencié molesta y huí de ahí antes que pudiera contradecirme.

Fui a mi cuarto y me tiré en la cama. Nuevamente estaba furiosa. Golpeé mi almohada desahogándome. De un tiempo a esta parte, mi almohada se había convertido en una bolsa de boxeo en donde podía imaginarme las caras de mis huéspedes.

AikaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora