Comenzando su juego.

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Capítulo IV

«Tengo miedo. La tarde es gris y la tristeza
del cielo se abre como una boca de muerto.
Tiene mi corazón un llanto de princesa
olvidada en el fondo de un palacio desierto».
—Pablo Neruda.

La noche pasó lentamente, podía escuchar claramente el sonido hueco de las manecillas del reloj de pared, los ruidos molestos de los animales nocturnos en el bosque y el fuerte golpear de mi corazón contra mi pecho. No conseguía olvidar ese sueño, me perturbaba saber que ese podía ser mi destino. Tal vez en un principio me emocionaba tener al maldito ente de mi lado. Pero después de ver lo que él iba a hacerme si le desobedecía, me hizo dar cuenta que debía temerle. Simplemente, él jugaba conmigo.

—No tengas miedo de mí —. Claro que le tenía miedo… terror, siendo sincera.

Ahora solo debía esperar a que aparecieran mágicamente esos «adolescentes» que él mencionó. Seguramente iba a tener que usar mi maldición para que vieran al poderoso  Luzbel.

—Poderoso —murmuré volteándome al lado derecho de la cama —. Maldito idiota.

Me tenía atada a él para siempre. Yo no iba a tener vida, jamás iba a saber qué era vivir una vida normal.

Di mil vueltas en mi cama, que parecía estar hecha de diminutas espinas que se clavaban en mi esencia; no sentía dolor físico, pero en mi interior mi alma estaba hecha pedazos. Mi corazón latía porque estaba viva, mas el agobio que me ahogaba era inmenso, como un océano de culpa, de desesperación, por no saber cómo quitarme el enorme peso que soportaban mis hombros al ser esclava de un ser superior, un ente oscuro, un espectro que iba a obligarme a lo inimaginable. Me hice un ovillo entre las sábanas y quedé despierta hasta que amaneció.

Un haz de luz se filtró a través de las cortinas color coral. Me senté en mi cama, suspiré poniéndome en pie y caminé lentamente para ver el amanecer, hice a un lado algunos libros que había dejado en un mueble junto al ventanal y me senté a contemplar la naturaleza. El bosque fue tomando color, las hojas de las copas de los árboles emitían pequeños destellos cuando los rayos del sol coincidían en las gotas de rocío que habían caído la noche anterior. Para mí, ver algo tan mágico, me liberaba temporalmente de mis pensamientos. Deseaba estar sentada todo el día así, mirando el paisaje.

Moví mi cabeza de lado a lado y observé mi cuarto. Estaba ordenado y reluciente. Tal vez necesitaba algo de arte.

¡Oh, sí! Eso es lo que le hacía falta.

«Pero, ¿cómo conseguir cuadros? —iba a tener que pintarlos yo misma —. Y la pintura, ¿de dónde la sacaría? —me reproché y bufé volviendo de nuevo al punto —. Tendría que pedírselas a él», cavilé.

Ni pensarlo.

Me di una ducha sin darle más vueltas al asunto, pues si seguía pensando, mi cabeza iba a estallar. Me vestí, cepillé mis dientes, peiné mi cabello y salí del baño frotándome los ojos, tenía la vista cansada por la vigilia.
Sin saber qué hacer, fui en busca de un libro para pasar el rato. Pero lo que encontré fue una nota escrita con delicados detalles. Un escalofrío recorrió mi espalda al imaginarme de quién se trataba.

«Hoy empieza tu tarea, no va a ser difícil, mi querida Aika. Socializa, sé natural, hazte amigos nuevos. Tranquila, esto solo es un juego. L».

—¿«L»? Así que esa es su firma, ¿eh? —susurré tratando de ignorar el nudo que se formaba en mi estómago.

Sabía que si hacía algo mal, tendría que rendirle cuentas y no quería verlo. Así que con los nervios a flor de piel, me puse a idear un plan para caerles en gracia a esas personas. Pero no tenía mucha información sobre ellos; ¿cuántos serían? Estaba en serios problemas.

Bajé las escaleras; ya era pasado el mediodía, cuando unos extraños ruidos provenientes de fuera, alertaron mis instintos. Risas, gritos, personas divirtiéndose. En un bosque solitario.

Esas debían ser las presas de Luzbel. Era mi momento de actuar. Pero, ¿tendría que salir o quedarme dentro de la casa?

Observé a través del grueso vidrio de un ventanal cerca de la puerta. Cinco inocentes palomitas se acercaban a una trampa, sin saberlo… Y ahí estaba yo, sabiendo lo que les esperaba.

«Quédate adentro». Resonó, imperiosa, una voz en mi cabeza.

Luzbel.

Me senté en un sillón que se encontraba en la sala. Mis pies se movían haciendo un ruido seco en el piso cerámico.

Alguien tocó la puerta y mi corazón se aceleró. Di un pequeño salto en mi lugar. Torpemente, caminé a la entrada y respiré hondo. Tomé el picaporte con mis manos y la abrí.

Ante mí, unas caras burlonas se miraban entre ellas.

—Disculpa… ¿Cómo podemos salir del bosque? —inquirió un flacucho chico con una sonrisa de oreja a oreja.

«Ellos no quieren salir del bosque… Ellos quieren quedarse en la casa», dijo L en mi mente.

Lo observé unos segundos y hablé.

—Creo que hay un camino a 100 kilómetros desde el río. —Las palabras fluyeron, ni siquiera sabía qué estaba diciendo.

—¡¿Ya vieron?! ¡Estamos perdidos, par de tarados! —chilló una chica delgada, con cabello corto y  piercings en el rostro.

«Están actuando, Aika. Invítalos a entrar y compruébalo».

—¿Tienen auto? —pregunté.

Negaron al unísono.

—Teníamos uno, pero este imbécil se olvidó de llenar el tanque de gasolina —gruñó la de los piercings, señalando a un chico a su lado.

—Yo sólo manejaba, el vehículo no es mío. —Se quejó este levantando la voz.

«Aika… Invítalos a pasar».

—¿Adónde querían ir? —inquerí ignorando la orden.

Se miraron sin saber qué decir. Hasta que otro chico, que estaba detrás de todos, se adelantó unos pasos y quedó frente a mí.

—Queríamos venir justo acá —contestó sorprendiéndome y ganándose las miradas pasmadas de sus amigos.

«Aika, ¡hazlos pasar!», retumbó la voz de Luzbel en mi cerebro.

Inmediatamente, un aturdidor zumbido estalló y sentí mi cabeza rebotar contra el suelo.

AikaWhere stories live. Discover now