Sola .

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Capítulo II

«Ya no es mágico el mundo.
Te han dejado».
—Jorge Luis Borges.

Entramos a un bosquecillo inhóspito; la calle que seguía al interior de ese hermoso paraje se hacía más estrecha conforme íbamos avanzando. No podía negar que me atraía el paisaje, ni mucho menos ignorar el hecho que era un lugar diferente a comparación de otros lugares en los que habíamos vivido.

Fuimos acercándonos a una gran casa color azul opaco, mi mirada buscaba con desesperación una pizca de familiaridad con mi nuevo hogar, sin embargo, no me sentía cómoda. Había algo en esa casa que me provocaba escalofríos. Podía presentir que algo no andaba muy bien. El nudo en mi estómago seguía patente. Alertándome que no había pasado la tormenta. Que todavía no iba a salir el sol.

—Llegamos, hija —anunció Brenda, zafándose del cinturón de seguridad —. Quiero pedirte perdón.

—¿Tan fácil te parece que voy a olvidar diecisiete años de sufrimiento?

—No dije eso... solamente... que yo sufro tanto como tú, Aika.

—Solamente... solamente que yo tengo mucho que perder por esta maldición-le corté y me bajé del auto.

—Aika...

Pensé un momento y caminé hacia la casa. No tenía sentido pelear con ella. No iba a entenderme nunca. Y la verdad, me molestaba mucho estar cerca de ella. Tal vez no era su culpa, pero nunca sentí su cariño. Ya no recordaba la última vez que Brenda me había abrazado o dado un beso en la frente.

A la edad de cuatro años, ella descubrió mi maldición. Eso es algo que nunca voy a olvidar. Ella tendida en el suelo. Casi tan traumada como Yazmín, Brenda había visto el Infierno en esa oportunidad. Pero a diferencia de la desdichada de Vargas, Brenda recibió un trato especial. El mismísimo Luzbel la había visitado para explicar las condiciones de su macabro trato. Un convenio que por supuesto me involucraba en su totalidad.

—Ella es mi puerta. No le harás cosa alguna. Mi querida Aika va a hacer que todos crean en mí. A cambio, te doy el beneficio de olvidar lo que viste. Puedo hacer eso con solo un chasquido. Pero si rompes este pacto, nadie va a poder salvarte de tu locura.

Brenda pensó que estaba loca. Lo miraba con desconfianza y repugnancia a la vez.

Entonces pasó. Ella aceptó el trato. Prefirió deshacerse de sus recuerdos y no liberarme a mí de mi condición. Nunca supo que yo escuchaba todo detrás de la puerta.

Crecí sin el más mínimo cariño y ella era responsable de eso. No podía verla como madre, ni siquiera como amiga.

Entré a mi nuevo hogar, que no estaba tan mal después de todo. Tenía un gran salón en la entrada y unas enormes ventanas a cada lado de la puerta principal. Una escalera, que subía hasta un segundo piso, se hallaba a un costado del recibidor. Su suelo era alfombrado, mi pesadilla; odiaba los pisos peludos.

—Aika —me sorprendió la voz de Brenda —. Llevemos esta nueva vida en paz.

—¿Cómo puedes sentir paz sabiendo que yo no soy feliz? —dije y caminé hasta la escalera.

Subí corriendo. Escapando de sus ojos. Entré a la primera habitación que encontré y me hice un ovillo en la cama.

¿Habría sido una niña mala en mi niñez para merecer esto?

Lloré. Lloré hasta quedarme profundamente dormida.

* * * * *

Sentí frío. Mucho frío. Abrí mis ojos y me incorporé lentamente. Las ventanas de la habitación estaban abiertas y un viento fresco golpeaba en mi rostro.

Sobé mis brazos con ambas manos y un escalofrío subió por mi espalda, entonces me levanté a cerrar las ventanas. Pegué mi frente al vidrio y me quedé observando por un momento el bosque que se veía tentador. Ya había amanecido y no tenía nada que hacer. Giré mi cuerpo con la intención de alistarme para dar un paseo por el lugar. Pero mi postura quedó petrificada. Alguien me observaba sentado desde mi cama. Sus ojos azules como una noche sin luna, vigilaban cada movimiento que realizaba. Su sonrisa torcida me indicaba que esto no era nada bueno. Él era esbelto, de hermoso aspecto.

—Has crecido —masculló—; Brenda ha hecho un buen trabajo contigo.

—¿Quién eres?

—Soy tu dueño. Tengo muchos nombres. Pero seguramente me conoces como Luzbel —me ofreció su mano.

Di un paso hacia atrás, haciendo que mi cuerpo chocara con la ventana.

—Tranquila —susurró con una sonrisa perversa —. Ya no tienes que temer.

—¡Brenda! —exclamé con terror y salí corriendo de la habitación.

Abajo todo estaba muy callado. En completo silencio. Sólo escuchaba el fuerte sonido de mi corazón golpeando contra mi pecho.

—¡Brenda! —volví a llamarla al llegar al final de las escaleras. Pero nadie contestó. Miré a mi alrededor buscándola con desesperación.

—Ella no está —susurró en mi oído. Salté de las escaleras y volteé rápidamente.

—¡Brenda! —chillé. Pero una vez más, nadie contestó.

—Ahora solamente me tienes a mí —farfulló tranquilamente.

—Escúchame maldito depravado y escúchame bien porque no te lo voy a repetir otra vez: ¡Tienes cinco segundos para salir de esta maldita casa!

Él sonrió de lado y se acercó a mí. Mis piernas temblaban y mi cuerpo no reaccionaba a los pedidos de mi cerebro, de salir huyendo.

Tomó mi barbilla con su fría mano derecha. Apenas hizo contacto con mi piel, me preparé para verlo revolcarse en el piso. En mi cabeza, planeaba aprovechar esa oportunidad para escapar. Pero eso no pasó. Simplemente se acercó a mis labios y me besó.

Mis ojos se agrandaron con sorpresa y mi reflejo fue empujarlo lo más lejos de mí.

—Tú eres mía, Aika. Nunca vas a poder huir de mí. Voy a regresar hasta que te des por vencida y así tomar todo de ti —dijo y desapareció.

Y ahí quedé yo. Con el alma destrozada, sin saber qué hacer. Ya que ahora sí... había quedado sola.

No era mi imaginación. No era una broma, ni una pesadilla.

Me encontraba completamente sola.

AikaWhere stories live. Discover now