39. Demonios en la oscuridad

2.5K 70 53
                                    


Azog combatía con la fiereza de un demonio salido del mismo infierno. Su coraza de acero se adhería a sus músculos de tal forma que parecía que la pieza se hallara incrustada en su piel, conformando una defensa impenetrable y mortífera. El pálido orco había cambiado su miembro amputado por una hoja de dos filos capaz de sesgar hasta la roca de la montaña y su maza sanguinaria se había visto sustituida por una gran bola de hierro. Había arrinconado al rey enano de tal modo que la lucha se había convertido en un combate personal, un enfrentamiento a muerte entre gladiadores.

Thorin mostraba numerosas heridas de batalla, mas su orgullo y su coraje permanecían intactos. Miró al pálido orco con todo el odio que le profesaba y empleó todas sus fuerzas en contener sus ataques. Sin embargo, el cansancio que arrastraba melló sus habilidades, y tras numerosas esquivas, placajes y contraataques, la pesada esfera metálica impactó en el hombro del enano, fracturando su miembro, privándole así de su experimentada diestra. El enano gritó de dolor mientras el orco se jactaba de su triunfo y observaba con desprecio su derrotada figura.

Le propinó una patada en el pecho que lo arrojó sobre el terreno escarpado y se posicionó sobre él acercando su miembro afilado inexorablemente hacia su corazón. Thorin agarró con la zurda el filo que intentaba atravesar el núcleo de su existencia, obviando el dolor que la hoja, inclemente y ambiciosa, provocaba sobre su piel; mas su brazo no dominante poco podía hacer contra el de su enemigo, que se encontraba en plenas facultades y sobre una posición de ventaja. Vio cómo su filo se acercaba cada vez más a su carne, mientras su sangre se deslizaba por su mano y los ojos del pálido orco relampagueaban de placer. Sintió el sudor resbalar por su garganta, el dolor de su hombro nublar su vista a causa de las esquirlas de hueso clavándose en su interior y la frustrante impotencia de no poder hacer nada para escapar de su suerte. El pálido orco se mofó de su resistencia y, aunque estaba disfrutando con su agonía, decidió concluir aquella rivalidad tan longeva con una última embestida que le perforó el pecho.

Thorin ahogó un grito y sintió que la herida le succionaba el aliento, pues ardía a la par que sangraba sin remedio. Creyéndolo todo perdido, sucumbió a la rabia de la venganza y así sujetó la hoja que le atravesaba. Con una fuerza nacida de su agonía derribó al gran orco, intercambiando sus posiciones. Soltó aquel filo para sujetar un puñal que aún conservaba en su cinturón y clavarlo directamente en la garganta de su rival.

Ambos permanecieron en silencio, luchando por respirar, mientras su sangre se derramaba gota a gota, sin soslayar la mirada, impacientes por descubrir cuál de los dos abandonaba este mundo más rápido.

El latido de sus corazones retumbaba en sus oídos. Un latido turbulento y errático, haciendo gemir a un corazón que cada vez bombeaba con menos fuerza, que cada vez movilizaba menor cantidad de sangre, hasta que finalmente, optó por detenerse, arrastrando en soledad al enano hacia un cruel e inmerecido descanso eterno.

Iriel despertó con un grito que salió de lo más profundo de su garganta. Su cuerpo tembló sin control a la par que sus lágrimas fluían violentas e incontenibles, mientras su juicio era incapaz de discernir la realidad de la intensa angustia que la poseía. Tan sólo cuando escuchó la serena voz de Bilbo comprendió que se trataba de una pesadilla. Una más.

El mediano la abrazó hasta que su cuerpo mitigó su descontrol, su miedo irracional se apaciguó y su respiración volvió a sosegarse. Fue entonces cuando le respondió el abrazo, envolviéndole con agradecimiento, sintiendo sus lágrimas caer silenciosas hasta detenerse con suavidad.

Noche tras noche revivía los tormentos de la guerra. Había visto morir a todos y cada uno de sus compañeros. Había visto a Fíli ser atravesado sin clemencia por una espada orca mientras sus enemigos se resarcían orgullosos. Había gritado al ver a Kíli correr la misma suerte, al ver el brillo de sus ojos extinguirse mientras intentaba, en vano, alcanzar el cadáver de su hermano. Había visto a Bardo perecer junto a los elfos, con una flecha atravesando su corazón. Incluso había visto al mediano descuartizado por una horda de indeseables. Había perdido la cuenta de todas las muertes que había presenciado, pues había visto morir a sus seres queridos de todas las formas que su macabra imaginación era capaz de concebir, con desenlaces cada vez más cruentos mientras su dolor cada vez se sentía más auténtico.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Nov 07, 2015 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Una identidad inesperada - HobbitDonde viven las historias. Descúbrelo ahora