21. Una fiesta inesperada

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Bilbo continuó persiguiendo a aquella araña por el bosque con pasos sigilosos, bajo la protección de invisibilidad que le concedía su anillo. Conforme avanzaba, el bosque se teñía de redes grisáceas. Estuvo a punto de que una de sus mangas se quedara enganchada en esos pringosos hilos tejidos con la finalidad de capturar a sus presas. En algunos de ellos le pareció encontrar insectos, huesos de animales o pájaros muertos enredados. Se tapó la boca y la nariz para soportar el hedor y siguió avanzando sin perder el rastro de su objetivo. Pronto aquella araña llegó a un rincón donde la esperaban muchas otras. Entre crujidos y siseos le pareció entender algunas palabras. Parecían contentas, habían conseguido una gran captura, aunque debían esperar algunas horas más para que sus jugos paralizantes hicieran efecto completamente en sus víctimas.

Bilbo comprendió a quiénes debía de referirse la captura, así que se alejó de las arañas para explorar por los alrededores en busca de sus compañeros. Sólo esperaba que no fuera demasiado tarde.

Por más que buscó, no encontró más que telas de araña por doquier, pero ni rastro de los enanos. Decidió subir a uno de los árboles, a ver si con suerte podía obtener más información desde aquella posición. Mayúscula fue su sorpresa cuando encontró allí arriba unos capullos completamente envueltos por hilos blancos y pegajosos. Iba a clavar su espada sobre aquellas larvas antes de que se convirtieran en asquerosas arañas cuando se percató que entre una de ellas, sobresalía una pequeña trenza.

Se apresuró hacia aquellas bolas blanquecinas y empezó a romper las redes. No se había equivocado, Fíli se encontraba en el interior de una de ellas. Todavía medio aturdido por los jugos que las arañas les habían inyectado, intentó levantarse para dar las gracias a su salvador, pero allí no había nadie.

—¡Fíli! Soy yo, Bilbo —susurró una voz entre las ramas, Fíli se giró en todas las direcciones sin comprender nada, aquellos extraños fenómenos se escapaban a la comprensión de su estado aletargado—. Soy invisible, tranquilo, os sacaré a todos de aquí.

A pesar del impacto de aquella sorprendente información, Fíli fue recuperando el control de su entumecido cuerpo y se arrastró por las ramas para liberar al resto de sus compañeros antes de que las arañas se percataran de la huida de sus presas.

Uno a uno, todos los enanos fueron liberados. Todavía afectados por la parálisis y la larga privación de comida y agua, agarraron sus armas y se abalanzaron con furia sobre aquellas siniestras criaturas. Las arañas no estaban preparadas para semejante ataque por sorpresa. Cayeron sin remedio, gritando de agonía, sintiendo sus patas aplastadas y desmembradas, retorciéndose de dolor al sentir aquel puntiagudo acero clavándose entre sus ojos.

Una araña, aquella a la que Bilbo había seguido, intentó escapar, pero entonces el hobbit la golpeó y la acorraló contra un árbol.

—¿Dónde están los otros? —gritó en medio de la oscuridad, la araña no podía ver a nadie, pero sentía el filo de una espada pinchándole el vientre—. ¡Vamos, contesta!

Entre siseos temblorosos respondió.

—No había nadie mass..., ssólo doce enanoss...

El resto de los enanos se acercaron hacia allí, desconfiados, preguntándose dónde se encontraba el líder de su Compañía. Dejaron en el suelo a Nori y Bombur que todavía seguían en las redes de aquel embrujo y acorralaron con sus miradas a aquella bestia indeseable que se retorcía entre los árboles intentando escapar.

Un súbito impulso de odio se cernió sobre el hobbit, que no creía sus embusteras palabras, así que decidió cortarle una de sus flacuchas patas con una estocada rápida y limpia. El animal gritó de dolor mientras un líquido negruzco fluía por la herida.

Una identidad inesperada - HobbitDonde viven las historias. Descúbrelo ahora