Capítulo quince.

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El sol le daba en la cara, y el calor, era insoportable. Se levantó y miró alrededor: Laia no estaba. Supuso que habría ido a desayunar. Miró el reloj: ¿las dos de la tarde? ¡Pero si era tardísimo, normal que Laia no la hubiera esperado! Dio un brinco y salió a toda pastilla de la cama. Unas deportivas por aquí, una camisa de espalda abierta por allá y un par de pantalones. Mientras corría hacia el comedor, recogía su pelo en una coleta. Llegó exhausta. Levantó la vista, pero no vio a nadie. Sacó el teléfono y llamó a Sergio.

-¿Dónde estáis? -preguntó jadeando.

-Te estábamos esperando, ¡date prisa, estamos en el auditorio! ¡Corre!

-¡Pero si es la hora de comer! ¡Que tengo hambre!

-De eso ya nos hemos encargado, que te des prisa, ¡lenta!

-Uy cuando te coja... ¡vas a cobrar!

Y tras soltar una carcajada, colgó el teléfono. Se dirigió hacia el auditorio. Aún le faltaban unos pasos para cruzar las puertas, cuando escuchaba susurros a la otra parte.

Estaba todo oscuro. No había ni la más mínima luz. Alguien le tendió la mano, y supo que su mejor amigo la tenía: él no la dejaría caer. "Sigue andando, necesitas esto" susurró Sergio, dándole un pequeño apretón en la mano que tenía sujeta.

A tientas, subieron al escenario. Pudo distinguir una única silueta allí arriba: era Laia. Supuso que sonreía mientras le cedía el sitio.

-Sabemos que todo esto te está superando -dijo en voz baja-, y no se nos ocurre otra forma de ayudarte.

La dejaron sola en mitad de aquel mar de madera, donde, si levantaba la vista, no había nada más que oscuridad. Se acomodó en aquella banqueta, mientras pasaba con delicadeza sus dedos por el piano. No sonó ni una nota. No se atrevía. Sabía que eran sólo Sergio y Laia. Pero no estaba segura. Quizá al final, después de haberse empeñado tanto en dejarla, ahora la música la dejaba a ella.

-¡No puedo, no sale! -gritó frustrada, apoyándose sobre el piano, lo que provocó un inmenso estruendo.

Él se levantó; no tuvo prisa por llegar. Le sujetó las manos y, mientras que ella dejaba de temblar, la miró a los ojos.

-Es tu sitio, Lexi -sonrió-. No hay otra forma en el mundo de que te sientas mejor. Te conozco. Tengo el placer de conocerte. Sueltalo, sueltalo todo, aquí y ahora. Permitete, aunque sea por un día, tenerla, por favor. Tú eres la música, Alexandra.

Un nudo se formó en su garganta. O mejor dicho, en su estomago. Y ahí estaba. Un ruido la delató.

-¡Es que tengo hambre!

Ambos rieron, mientras Laia zarandeaba una cesta de picnic en su mano.

-Gánatela.

Alex entrecerró los ojos y puso cara de poco amigos. Sergio se rió. Y ella, supo que la tenía. Quizá nunca la había dejado. Quizá, para que apareciera de nuevo, necesitaba eso: un empujón. Un pequeño acto de rebeldía que la animara a ver que le pertenecía.

Sus dedos se movían solos, reversionando "For the love of a daughter", y haciendo, si es que era posible, que fuera más bonita. Aunque, a los ojos de aquel joven, para bonita, estaba ella.

-Laia -le susurró-, la quiero.

Y pareció real. Era real. Lo había dicho en voz alta. No a ella, pero sí a lo más cercano que tenía, sabía que guardaría el secreto. Mienttas, Alex vio, a lo lejos, los labios de Sergio susurrándole algo al oído a aquella muchacha de cabellos largos.

Acabó. Acabó la canción, y con ella su paciencia. Miró el reloj: había perdido demasiado tiempo ahí arriba. Se levantó y, al verse envuelta en una aglomeración de butacas vacías, rió. Rió porque, mientras esos dos aplaudían como locos, ella disfrutó del momento en que decidió que, la música, tenía un punto y final para ella. Y era este. Caminó hacia sus amigos y, sin que lo esperaran, salió de allí con la cesta de comida, haciéndoles un gesto que les indicaba que esta tarde, Alex, necesitaba pasarla sola.

Salió por aquel portón e, inmediatamente, echó a correr hacia la maleza de árboles, donde había estado escuchando aquellas obras de música, junto a su monitor.

Por otro lado, ambos permanecieron allí, asegurándose de que Alex, no estaba presente.

-¿Lo has grabado? -pregunto Laia, mientras observaba a Sergio comprobar la cámara.

-Sí -hizo una mueca-. ¿Se enfadará?

-Obviamente. Pero merecerá la pena.

*Unos minutos más tarde, en el despacho del director del campus*

-Pero... -intentó replicar Laia.

-Cada alumno tiene su talento o talentos asignado ya, los horarios están hechos a medida, ¿ustedes son conscientes de lo que me están pidiendo? Soy un hombre ocupado, no tengo tiempo para el vídeo de una adolescente, que ni siquiera puede subirse a un escenario siendo consciente de que la están mirando -dijo rotundamente.

Sergio apretó los puños. Si hubiera tenido las uñas más largas, se hubiera hecho sangre. Tomó aire, y ahí iba la bomba.

-Usted... Usted no lo entiende. No sé si la situación o el propósito de este programa, y eso que lo creó usted. Sin ofender, Señor, pensaba que este programa era para potenciar los talentos de los jóvenes y ayudarles a mostrarlos, pero, si ni siquiera pretende prestarle atención a sus jóvenes promesas, ¿cómo pretende ayudarnos? -sonrió con desdén- Yo no entiendo de negocios, ni de tiempo, pero si de música. Es mi talento, usted lo admitió. Y si confía tanto en mi para proporcionarme la oportunidad de estar hoy aquí, confíe en mi para esto: esa chica -dijo señalando el cd donde habían grabado la canción-, tiene verdadero talento. No como el mío, o como el de otros. Lo siente. Ella no canta música, ni entona notas. Ella es la música. Créame. Si de verdad quiere que esto sea justo, y que haya una persona que de verdad ame lo que hace y merezca ganar, es ella. Siento haberle hecho perder el tiempo, Señor.

Y dicho esto, dejando allí, sobre la desordenada mesa de aquel ajetreado director, salieron sin decir una palabra más.

*Mentras tanto, bajo un viejo roble, en un lugar del campus*

Se acabó su bocadillo y bebió un poco de agua. Esto la superaba. ¿Realmente iba a abandonar la música? Era algo que no se había planteado antes. La había escondido antes pero, ¿dejarla? Alexandra, no lo sabía. Resopló.

Un "crac" de una ramita al romperse la sacóde sus ensoñaciones. Se dio la vuelta, y encaró aquellos ojos verdes. No dijo nada. Simplemente, apartó la mirada, dejándole a él, que la contemplará.

Y la vio. Oh, Dios si la vio. La vio humana. No como antes, con esa barrera que tanto la caracterizaba. La vio vulnerable, con sentimientos. Como esos atisbos de tristeza que a veces se escondían en su mirada. Sonrió con ternura.

-¿Hay sitio para dos?

A modo de respuesta, ella, se encogió de hombros. El, se dejo caer. Se hizo el silencio, que segundos más tardes, él, rompió.

-¿Estás bien?

Ella abrió los labios para contestar. Simplemente, no pudo. No le conocía, no sería justo. Pero, confiaba en él. Por alguna extraña razón. Así que, evadieno una respuesta concreta, lanzó una pregunta de lleno, porque, realmente, lo necesitaba.

-¿Hugo?

-¿Sí?

-¿Puedes darme un abrazo?

No lo pensó ni dos segundos: la rodeó con sus brazos, y, sin saberlo, juntó por unos instantes, todas las piezas que ella creía que nadie, podría arreglar.


Una sonrisa más, Alex.Where stories live. Discover now