Capítulo 23 ∞ El partido

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*–Luna–*

—¿Cómo se te ocurre traer a Christopher a Yale? —le grité a Phillip por el móvil.

Un suspiró sordo se oyó al otro lado de la línea.

—Gracias a mi reputación con la universidad he conseguido que le acepten en Yale, Jay.

—¡No me llames Jay! —le grité ferozmente.

  —Jayden —corrigió—. Christopher se merece estudiar tanto como tú, no pienso tener a uno de mis hijos analfabeto.

—¡Pero si él odia la universidad! No duró ni dos semanas en Princeton y lo sabes de sobra —le espeté apunto de destrozar algo con las manos.

Estaba furioso, demasiado furioso. No sabía cómo controlar la cólera que me consumía de arriba a abajo. Llevaba años sin verle. No quería ni siquiera tenerle rondando por la universidad y menos trabajando con Elodie.

—O le sacas de Yale o dejó los estudios —amenacé a Phillip.

—Hijo...

—¡Jayden! —insistí en que me llamara por mi nombre.

—Christopher ya está matriculado, no se va, y tú tampoco sino quieres que te cierre las tarjetas. Fin de la conversación.

Me colgó el teléfono provocando que mi odio hacia él fuera incluso más grande.

—Será cabróm... —Lancé en móvil al suelo rompiéndolo en mil pedazos.

—¿Jay? —me dijo su voz desde el umbral de la puerta. Con mis gritos debía haberla despertado.

—Elodie —suspiré—, lo siento.

Sus ojos observaron los trozos del teléfono que había destrozado en cachitos. No podía permitir que Elodie siguiera cerca del monstruo de mi hermano.

—Tienes que dejar el periódico.

—¿Qué? ¿Por qué? —me dijo atándose su bata turquesa con nubes blancas bordadas.

—Cristopher no es una buena persona —le confesé.

—¿Y tú si eres una buena persona? —salió en su defensa—. ¿Qué problema tienes contra tu hermano?

Reí con sorna como si Elodie fuera la más ignorante del planeta, y lo era.

—¡No tienes ni idea! —le grité llevándome las manos a la cabeza de pura desesperación—. No sabes hasta qué punto es capaz de llegar Christopher. Si yo soy el demonio, él es el diablo personificado.

—Es mi jefe, y te guste o no, lo va a seguir siendo —me informó de mal humor—. Buenas noches.

Se fue, me dejó otra vez, solo. Yo no podía con lo que se me venía encima. Debía protegerla, era mi deber y me sentía con la obligación de hacerlo. Él quería quitármela, estaba seguro de que Christopher me iba a arrebatar a Elodie, y no pensaba quedarme de brazos cruzados.

        ∞ • ∞

—Hoy se disputa la copa nacional universitaria entre Harvard y Yale —oímos la voz del megáfono retumbar por todo el Yale Bowl, el estadio de New Heaven.

A mi alrededor estaban todos los estudiantes de Yale vestidos de azul y con una Y mayúscula grabada en sus sudaderas y camisetas. Sacudían banderitas de la universidad, incluso pancartas para animar al equipo. Yo me encontraba en uno de los mejores asientos reservados por Cody para que pudiéramos verle desde el mejor lugar. Hugh y Scott me acompañaban más dos chicas que se habían traído y a las que no presté mucha atención durante todo el partido. Mis ojos habían divisado lo único que podría mantenerme fuera del juego. Estaba unas gradas más a mi izquierda dándome una perspectiva perfecta para que pudiera observarla sin que me descubriera. Llevaba una sudadera blanca de la universidad con las letras «YALE» grabadas en azul oscuro. Una bufanda azul cielo le cubría el cuello y gracias a su coleta alta su rostro se veía a la perfección. En vez de estar de pie como todo el mundo, se encontraba sentada en su silla de plástico apuntando datos en una libreta. Seguía el partido de fútbol americano como si ya estuviera acostumbrada a verlos en directo.

—¡Joder! —gritó Hugh al ver cómo placaban a uno de nuestro equipo.

—Me ha costado conseguirlos, pero le he soltado un par de billetes de más al tío del carrito —nos dijo Scott entregándonos a cada uno un perrito caliente recién hecho.

Mientras yo me comía el mío vi por el rabillo del ojo cómo una mano se posaba en mi hombro. Debía ser una de las chicas que habían traído mis amigos.

—¿Está bueno? —me preguntó la chica sentándose a mi lado.

Yo asentí algo incómodo a entablar una conversación con ella. Hace unas semanas, ya me la habría tirado, pero en aquellos momentos no podía ni siquiera ver su notable atractivo.

—Talia —le llamó Hugh lo suficientemente alto para que se le oyera entre los gritos del gentío—. No pierdas el tiempo con él. Jayden se está volviendo gay.

Solté una carcajada como si lo que hubiese dicho no pudiese ocurrir jamás.

—Es cierto, ya no hay quién te reconozca —añadió Scott con la boca llena—. ¿Hace cuánto qué no mojas?

Ya ni me acordaba. ¿Qué estaba pasándome? ¿Dónde se había escondido el verdadero Jayden Irons? Desde luego que escondido en el armario no, todo menos eso.

—Unos días —mentí para salvar mi reputación.

—¡Vamos Yale! —gritó silbando Hugh.

Volví mi mirada a donde esta quería mirar, y descubrí que sus ojos habían coincidido con los míos. Elodie me miraba tímidamente desde su grada. Entonces, sentí la impresión de que tanto ella como yo éramos incapaces de apartar la vista el uno del otro.

—¿Ya te la has tirado? —quiso saber Scott dándome un codazo al ver como solo podía verla a ella entre toda la multitud.

—Ojala —solté sin ser consciente de lo que decía. Elodie era un polvo platónico de esos que solo puedes tener en un sueño erótico.

Cuando volví a mirarla, algo me dejó sin aire. El capullo de Byron Levis le pasaba un brazo por los hombros como si fuera su novio. ¿Y si eran pareja? No, mantuve la calma. Recordé que Elodie no quería distracciones mientras se encontrara en la universidad. Sin embargo, verla con aquel cretino me enfureció.

Talia sacó de la nevera azul que habíamos traído una lata de cerveza fría y me la tendió. Sentí el sabor a alcohol pasar por mi garganta. Cuando me la terminé, estrujé la lata con la mano desahogando las ganas que tenía de partirle la cara a Byron.

Se oyó un silbato que daba a entender que había terminado el partido. Todos los presentes vestidos de azul se levantaron de las gradas gritando y celebrando la victoria. Supe de inmediato que habíamos ganado a Harvard.

—¡Síí! —decía Hugh poseído.

A mí nunca me habían entusiasmado mucho los deportes. En las malditas escuelas privadas a las que había acudido solo aprendí a montar a caballo y la jodida esgrima.

—¿No estás contento? —me preguntó Talia al ver lo poco emocionado que estaba.

No dije nada, no quería responderle.

—Quizás yo pueda ponerte contento.

Se enganchó a mi cuello, y me besó con tal fuerza que me pilló desprevenido. Pero ya fue demasiado tarde cuando me la quité de encima, pues Elodie ya lo había visto todo.

EclipsadosTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon