Capítulo 23.

2.5K 156 5
                                    

Todo lo que podía sentir en ese momento era el peso de mis piernas, parecía que la gravedad se había vuelto en mi contra y que en cualquier momento acabaría desplomada contra el suelo.

Estaba agotada tanto física como mentalmente.

Llevaba una semana levantándome antes para estudiar dos horas antes de irme a clases y cuando estas acababan me iba a trabajar a casa de Alfonso hasta las nueve de la noche. Y todo esto porque su nieto Pedro se había ido durante dos semanas de vacaciones por lo que me tocaba hacer el doble de trabajo.

Era agotador, cuando llegaba a casa ni siquiera cenaba sino que me tumbaba directamente en la cama para dormir, siempre y cuando Rose me dejara pues se solía empeñar en que jugara con ella por lo menos una hora.

Y lo peor es que todavía tenía que soportaresta tortura por una semana más.

Para más inri la casa de Alfonso estaba bastante lejos de la mía por lo que tenía que andar más de media hora.

En ese momento mis piernas se negaban a caminar más, y mi estómago suplicaba como loco por algo de comida.

Me senté en el primer banco que ví y cerré los ojos disfrutando un poco de la tranquilidad que había mi alrededor.

Pasaron varios minutos hasta que volví a abrir los ojos y me di cuenta de que estaba más cerca de mi casa de lo que había pensado.

Me levanté con mucho esfuerzo y comencé a caminar a paso lento pues mis piernas se sentía como la gelatina cosa que no me daba muchaseguridad.

Atravesé el parque tan rápido como mis piernas fueron capaces aunque no lo suficientemente rápido para pasar desapercivida y que los numerosos soldados allí presentes no cuchichearan sobre mí y sobre mi estado.

No les culpaba.

Mis sentidos se pusieron alerta cuando los murmullos de los soldados comenzaron a aumentar de tono, incluso pude oír alguna que otra risa.

A pesar de no ser creyente empecé a rezar a cualquier Dios para que no se tratara de los soldados que intentaron abusar de mí.

Incoscientemente empecé a acelerar el paso tanto como mis piernas me permitían hasta que oí una voz llamarme.

-¡Annie! ¡Annie!

Era díficil no reconocer esa voz y aunque sentí un gran alivio porque no se trataba de los otros soldados, no reduje mi velocidad.

Con un poco de suerte llegaría a casa antes de que pudiera alcanzarme o quizás me dejaría tranquila esta vez.

Sin embargo, cuando todavía quedaba una gran distancia hasta mi casa empecé a oír unos pasos detrás de mí y poco tiempo después sentí una mano alrededor de mi brazo.

Me di la vuelta encontrandome con los ojos azules de Gavan dilatados y su cara normalmente pálida como la nieve, estaba teñida de un tono rojizo probablemente por lo que había corrido para alcazarme. Además su frente estaba salpicada de pequeñas gotas de sudor.

-Annie, tenemos que hablar.- dijo jadeando para intentar que entrara algo de aire a sus pulmones.

-No tengo nada que hablar contigo.

Mi tono de voz fue más duro de lo que pretendía pero no pareció afectarle.

-¿Dónde está Alex?- preguntó mirando a su alrededor.

-No sabe que he salido, pero ya está más calmado. Siento la escena del otro día, dijo cosas que no debió decir.

-No te tienes que disculpar, Annie. Además, tenía razón en todo lo que dijo.

El Soldado Del VientoWhere stories live. Discover now