22. POR FIN EN CASA

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La recuperación de Xavier fue lenta. Demasiado, para su gusto, pero aquello no hizo que la vieja le diese el alta antes. Alexis tardó dos semanas y media en percatarse de lo cansado que era cuidar a alguien tan huraño como Xavier. Quizás en otras circunstancias, si el pronóstico hubiese resultado ser más grave, las cosas serían diferentes. Pero no lo eran. Aquel bastardo era insufrible en sus días buenos y un verdadero infierno en los malos.

Pocas cosas le hubiesen atado a aquella cama, lástima que la persona en cuestión se tratase de unas de las pocas que consideraba realmente su familia.

-No pienso ducharme hoy, Alexis.

-¡Maldita sea! ¿Cómo mierda alguien tan pulcro y obsesionado con la higiene como tú tiene tantos problemas con darse un jodido baño?

-¡Tal vez sea porque cada vez que tengo que hacerlo contigo aprovechas para propasarte!

Verdaderamente atónito, Alexis cesó su intento de sacar el camisón del hospital por la cabeza de Xavier para volver a bajarlo solo lo suficiente para poder mirarlo a los ojos.

-¿Ese es el problema? ¿En serio? ¿Acaso has olvidado que he visto y seguramente lamido cada parte de tu cuerpo? ¿A qué viene ese pudor ahora, bastardo?

-Eres tú quien se empeña en hacer todo lo que te da la gana en un lugar que no tiene nada de privacidad. ¡No pienso dejar que me hagas esas guarradas cuando en cualquier momento puede entrar alguien, así que piérdete, Alexis!

-Bien, cómo quieras, ¡deja que esas enfermeras de ojos codiciosos sean quienes te enjabonen, si es eso lo que quieres! Verás que pronto terminas cayendo, bastardo.

-Ah, así que ese es el problema. Alexis, eres un enfermo, solo tú podrías pensar en algo así cuando todo lo que hacen es cumplir con su trabajo.

Alexis se apartó de la cama, sin impedir ya que Xavier volviese a colocar el camisón en su sitio. Con un mohín hastiado, recogió su mochila de la vieja silla junto a la cama y se la colocó sobre los hombros.

-Bien, como prefieras. Te veré mañana.

-Alexis... ¡Alexis!

Pero no se detuvo. Eran las siete y media de la tarde, hora en la que debía ir a buscar a los niños para poder darles su cena a tiempo. Tenía, en realidad, poco más de diez minutos para llegar hasta la casa de Noah antes de que su maestro tuviese que salir.

Las calles a aquellas horas estaban sorprendentemente concurridas, quizás por la cercanía de la Navidad. Las tiendas habían ampliado su horario de atención al cliente y las luces empezaban a adornar los cristales de algunos de los vecinos más impacientes. En general, ya se podía notar aquel ambiente que solo podía sentirse en aquellas fechas.

Subiéndose la bufanda para cubrir su piel del frío cortante, se detuvo por un momento en un puesto ambulante para comprar algo caliente y proseguir después su camino. Llegó a casa de Noah cubierto de nieve y con la bolsa de bollos bajo el brazo. Su maestro le recibió con su amabilidad habitual, invitándolo a entrar.

-No hace falta, Noah. Como tarde más, para cuando queramos salir va a estar nevando demasiado.

-¿Estás seguro de que no sería mejor quedaros aquí por hoy?

-Por supuesto. Iremos a cubierto, así que no te preocupes.

Por lo menos los niños lo irían, tapados como estaban por aquellas mantas impermeables que Ainhoa les había regalado para su cumpleaños. Tardó tres minutos más en despedirse de su antiguo maestro y menos de cinco en llegar a casa. Los niños habían empezado a removerse inquietos en sus brazos y, nada más llegar, Alexis estuvo feliz de dejarles sentados en sus pequeñas sillitas.

Hermosos imprevistosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora