17. DE LOS DESEOS INSATISFECHOS

1.3K 127 26
                                    

Justo a su lado, un poco a la izquierda sobre su cabeza, la respiración jadeante quemaba contra su piel. Era espesa y poco entonada, de esas que se dejan escapar en los momentos más oportunos en medio de noches ocurras y sábanas de algodón. Porque él no usaba seda. No le gustaba, resbaladiza y fría contra su cuerpo. Prefería el calor que otorgaba el grueso algodón al rozar su pecho desnudo al frotarse de forma insistente cuando él, desde arriba, arremetía contra su espalda, embistiendo con enfurecida necesidad mientras sus manos, convertidas en garras antaño mortales, clavaban sus puños bajo la almohada.

Le escuchó susurrar algo ininteligible que se terminó perdiendo entre pesadas respiraciones. Sintió como aquel miembro endurecido se abría paso en su interior, sin pausas ni prisas, en un errático vaivén que poco a poco le hacía perder la sincronización de sus movimientos. ¿Pero a quién importaba eso? A él no, desde luego, y a su acompañante menos, por lo visto.

Su mano se desvió hasta agarrar su propio miembro, goteando de necesidad contra las claras sábanas y dejando tras de sí blancos regueros de semen. Frotó una vez y otra, y a la tercera todo su cuerpo se tensó. La otra persona debió notarlo también, elevándose sobre sus antebrazos para no aplastarlo, y con un fuerte gruñido y un mordisco brusco en su nuca, Xavier terminó corriéndose entre sus dedos, sintiendo como un líquido espeso y tibio se derramaba también en su interior.

Cansado y aturdido, limpió su mano sobre las sábanas, algo totalmente asqueroso en cualquier otro momento, y cerró los ojos, incapaz de pensar en una sola razón para mantenerse despierto. No le escuchó hablar, por lo que supuso que se habría acostado junto a él, sus ojos azules cerrados también y aquella eterna sonrisa aún pintada en sus labios.

Horas después, o quizás fueron minutos, Xavier nunca lo sabría, sus ojos se abrieron ante la insistente luz solar. Al momento, dos cosas vinieron a la cabeza: primero, que aquel mismo día había quedado con Alexis para ir al orfanato; segundo, y mucho más preocupante, que su ropa interior estaba vergonzosamente húmeda y pegada contra su piel.

Recuerdos de su sueño, recuerdos demasiado vividos, a decir verdad, le hicieron maldecir en voz alta, levantándose de entre las sábanas para desprenderse de la ajustada ropa interior. Sorprendentemente, su miembro seguía medio duro aún, cosa que solo le hizo gruñir mientras se dirigía al cuarto de baño. ¿Desde cuándo tenía sueños húmedos con el idiota de Alexis? Aquella vez no podía echar la culpa a la frustración sexual, por lo que solo quedaba cargar con su conciencia y dejar de lado lo absurdo de la situación.

La mañana pasó rápidamente entre desayunos fríos y cambios de sábanas. No quiso mirar demasiado la mancha que delataba su increíble falta de autocontrol, haciendo una bola con la arrugada tela y tirándola después en el cesto de ropa sucia. Todo fue al cuarto de lavandería, donde más tarde quedaría impecable con un buen fregado. Ya que había retrasado una reunión importante con la Matriarca por la estúpida visita al orfanato, Xavier decidió que haría de esta un corto acontecimiento; solo para asegurarse, en realidad, que Alexis no estaba metiendo a sus hijos en problemas. Ya había arreglado los pocos puntos flacos que encontró en la seguridad del recinto, por lo que solo quedaba comprobar cómo lo pasaban los gemelos entre tantos niños extraños.

Y así, ni media hora después de haber fregado su taza, se encontró frente a la puerta de la institución infantil a la espera de un impuntual Alexis, que apareció diez minutos tarde con sus hijos a cuestas y una enorme bolsa que arrastraba tras de sí.

—¿Qué demonios llevas ahí? –fue su saludo cuando el rubio se detuvo a su lado. Una mirada fulminante y un gesto despectivo después, Alexis contestó:

—Juguetes. Estos dos bribones tienen para dar y tomar gracias a todos sus "padrinos", así que decidí donar algunos al orfanato.

Xavier, a sabiendas de la cantidad de juguetes que los niños no usaban, no encontró problema alguno con la decisión del otro. Alexis no esperó a que saliese nadie a recibirle, por lo que tuvo que conformarse con seguir a su alta figura cuando, tras depositar a uno de los niños en sus brazos, se adentró en el recinto por la puerta principal.

Hermosos imprevistosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora