14. LO IMPERDONABLE DE LA DESILUSIÓN

1.4K 126 10
                                    

Xavier no tuvo tiempo ni de cerrar la puerta principal de su casa cuando una masa informe y claramente furiosa saltó sobre él. Un par de ojos, peligrosamente brillantes, lo escrutó en medio de la oscuridad y desde el rostro tenso de Alexis un par de pequeños y blancos colmillos le saludaron.

—¡Oye... quieto ahí, Alexis!

—Bastardo tramposo.

Xavier ni siquiera se planteó cómo se había dado cuenta de sus planes.

—Quítate de encima y tranquilízate.

Sus ojos refulgieron, perdiéndose ese tono brillante para volver poco a poco al común azul, más el semblante de Alexis seguía ensombrecido por la furia.

—Entra en la casa, bastardo.

Xavier miró las calles, perdiéndose momentáneamente en la profundidad de la noche. Con un suspiro de frustración, alejó las manos de Alexis de sus hombros para adentrarse él mismo en la casa. Discutir con el otro cuando estaba tan cerca de perder los estribos no era algo inteligente y menos estando tan cerca de sus hijos. Se dirigió hasta el comedor, donde se dejó caer sobre el sofá con un fluido y casual movimiento.

Alexis, mientras tanto, se paseaba con grandes zancadas a lo largo del salón, sus manos perdidas entre el cabello rubio.

—Si sigues así vas a arrancarte el pelo.

Su irónico humor no fue bien recibido y en menos que canta un gallo un par de manos le empujaron sobre la superficie mullida del sillón, la fuerte figura de Alexis irguiéndose sobré él con cara de pocos amigos. Su peso se percibía como algo demasiado conocido como para ser cómodo y aquellos orbes tenían el poder de paralizar momentáneamente. No había nada sexual en el acto, era solo una muestra de fuerza bruta.

—No juegues, Xavier. Ahora no.

Nunca lo hacía, mas no era el momento adecuado para recordárselo. Antes de que perdiese más el control, Xavier lo apartó hacia un lado para sentarse junto a él.

—¿Vas a tranquilizarte? ¿Tengo acaso que recordarte quienes duermen en el piso de arriba?

Fue como magia. Fluyó por Alexis como una balsa de aceite, calmándolo y devolviéndolo a sus sentidos. Sacudió la cabeza, como si quisiera recuperar el control sobre las emociones perdidas.

—¿Adónde ibas?

Como si él no lo supiera ya. Y así se lo dijo. Alexis se crispó pero no volvió a echarse contra él. Cerró los ojos, respirando sonoramente. Xavier se recostó en su asiento, pensando, no sin cierto pesimismo, cómo afrontar la conversación que se venía encima. Le habría gustado que Alexis no saliese tras él, que lo que tenían que hablar lo hubiesen hecho una vez que las cosas fuesen ya hechos y no solo meras intenciones, pero como no todo se podía conseguir en la vida, simplemente se contentó con que aquello no terminase en una batalla campal.

—No puedes hacerlo.

—¿Por qué? –preguntó Xavier.

—Porque no. No es así como acordamos las cosas.

—No recuerdo que acordásemos nada sobre esto, Alexis.

—¡Porque no hace falta! Es algo que se presupone.

Ah, ¡Pobre estúpido! Nada en esta vida se da por supuesto y mucho menos en este tipo de cuestiones.

—He cumplido con todo lo que dijimos, Alexis... Hasta donde recuerdo, el plan era follar hasta que te cansases de mí.

O hasta que él no lo aguantase más.

—Pero dentro de ello se da por sabido que las relaciones con terceras personas quedan prohibidas.

Hermosos imprevistosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora