21 EL AMOR DE LOS PADRES

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Ah, pero es que esperar era una de esas cosas cuya proclamación siempre resultaba más sencilla que la posterior y necesaria realización. Y así, en medio de largos días, Alexis veía pasar sus oportunidades una tras otra, en un sinfín de sucesos que acontecían en su vida cotidiana con una monotonía que poco tenía que ver con el irascible temperamento de Xavier. Itzal, en una de sus visitas, le había preguntado, como quién no quiere la cosa, si acaso pensaban tener más hijos. Xavier, que en aquel momento pasaba por allí con Chloe entre sus brazos, se detuvo, se giró hacia ellos y les dedicó su mejor mirada siniestra.

El rastreador se había levantado entonces, sintiéndose inquieto, y tras una escueta disculpa salió de la casa. Alexis solo pudo reír, agarrarse el estómago y soltar unas alegres carcajadas que fueron ignoradas por el Lobos. Aquella misma noche, mientras Xavier se encontraba recostado contra las sábanas, con Alexis sobre él embistiendo al compás impuesto por el moreno, no pudo evitar exclamar:

-Bueno, Xavier, si eso, podríamos tener otro par de hermosos gemelos.

Sobra decir que la broma le costó cara. Un golpe seco, un gemido lastimero y un Xavier terriblemente enfadado después, tuvo que llevarse las manos a la cabeza, temeroso de haberse hecho una brecha debido a la fuerza descomunal de aquel idiota. Estuvo sin dirigirle la palabra tres días. Tres jodidos e interminables días, en los cuales, solo para vengarse, Alexis se masturbó entre las sábanas justo cuando Xavier estaba a punto de quedarse dormido. Alexis sabía que el permitirle dormir en aquel cuarto, sin tocarlo, era otra muestra de su sadismo.

Sorprendentemente, una vez fue consciente de la existencia de Haruko, Alexis se percató de que Xavier la veía con mucha más frecuencia de la esperada. Nunca lo ocultaba, por lo que sabía que aquellos encuentros no terminaban en sexo. Aquello, lógicamente, solo lo confundía más. ¿Qué tanto tenían que hacer esos dos para encontrarse a solas al menos una vez por semana? Alexis no tenía ni idea y la sola posibilidad de preguntar a Xavier le parecía ridícula. Más aturdido se quedó aun el día que ella se presentó en la casa para visitar a los niños. Xavier se encontraba fuera, lo que debió mostrarle a Alexis, más que cualquier cosa, que sus intenciones eran positivamente buenas.

Aquel día, a mediados de noviembre, el clima se había presentado terriblemente frío. De esas mañanas que uno no tiene ganas siquiera de pisar el suelo de la habitación. Ninguno de ellos había tenido tanta suerte. Xavier por tener que partir de misión y Alexis por el reclamo de sus hijos, que tenían la suficiente hambre como para proclamarlo a los cuatro vientos con sus airados berridos. Fue al medido día, cuando el sol más parecía calentar, que ella llamó a la puerta de su casa.

-Buenos días –había saludado, radiante y con un vistoso gorro lleno de bolitas doradas. Alexis nunca había visto nada parecido.

-Buenos días, Haruko. ¿Vienes para ver a Xavier? Él no está, salió...

-No, no. Sé que ha salido de misión. Quería pasarme para saludarte a ti y ver a tus hijos.

-Oh. –Ante la evidente sorpresa de él, ella sonrió, y entonces Alexis pareció recuperarse por completo-. ¡Pasa, pasa, que vas a congelarte ahí fuera!

Se movía por la casa con una vacilación de quien visita un lugar por primera vez, algo que, en el fondo, alivió a Alexis. La condujo hacia el salón, dejándola sentada en uno de los sillones y encaminándose hacia la cocina en busca de algo para almorzar. Una vez colocó lo que encontró por la despensa en una bandeja, la dejó en la mesa frente a su inesperada invitada y subió a recoger a sus hijos.

-¿Y qué tal la convivencia con Xavier? –preguntó ella una vez los niños estuvieron acomodados a sus pies. Gael se había levantado sobre sus pies, aferrándose a las rodillas de la mujer mientras mostraba su mejor sonrisa de galán.

Hermosos imprevistosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora