Capítulo treinta y dos.

2K 155 84
                                    

Ray estaba en el cafetería de enfrente, con Bob. A pesar de no responder a mis llamadas o mensajes de texto desde la noche anterior.
Se encontraba tranquilo, y no lucía tan mal como la última vez que lo vi.
Los dos se encontraban dentro del local sentados uno en frente del otro, en la mesa junto a el cristal semiempañado que me permitía ver toda la cafetería.
Me sentía ignorado, ¿qué le hice yo para que no quiera ni siquiera contestar mis llamadas?
  —¿Frankie? —Dijo Gerard con algodón de azúcar en su boca.
  —¿Quieres ir a casa, angelito?
  —Sí, mi ángel, pero quédate conmigo —dijo haciendo un puchero—, ¿siií?
  —Sólo por un rato, angelito, no puedo quedarme toda la noche en casa de tus padres.
Pude ver como se desilusionó y una tristeza invadió sus ojos.
  —Pero tendremos mucho tiempo juntos cuando volvamos a New York.
  —De acuerdo, mi ángel. No me gusta dormir solo, a veces tengo pesadillas, me gustaría que estuvieras ahí para protegerme. También extraño los desayunos de Ray.
Ray, Ray, ¡Ray! No son celos, pero enloqueré si no hablo con él pronto. No es que quiera perder a mi mejor amigo por algo de lo que no estoy ni consiente.
  —Yo me quedaré hasta que te duermas, Gee.
Sonrió para luego abrir un empaque de gomitas en forma de oso.
Yo voltee de nuevo a la cafetería, ¿le llamaba de nuevo más tarde? ¿o dejaba que contestara mis mensajes cuando quisiera hablar de nuevo? Pensé entrar y preguntarle porqué no me contestaba, tal vez podría formar un drama al estilo de las mujeres de las telenovelas, pero probablemente la situación empeoraría.
Encendí mi automóvil —de mi madre— y me dirigí a casa de los Way, llamaría a Ray más tarde. Si persiste en no responder, iría a su casa.
De todas maneras, tendría que volver conmigo y Gerard a New York.
En el camino empezó a llover.
  —Quiero café. —Gerard acababa de comerse todo lo comestible en el auto, hasta las galletas que mi madre compró hace media semana para mi hermana.
  —Te prepararé café al llegar a casa, angelito.
  —No, quiero chocolate caliente.
  —Haré chocolate.
  —Quiero comprar más dulces. ¿Podemos, ángel? —Dijo casi suplicando.
Yo sabía que algún día alguien acabaría con mi billetera.
  —De acuerdo, angelito, iremos a comprar más dulces.
Desvié el auto a una tienda que quedaba cerca, la conocía desde que era pequeño, cuando llegué a New Jersey.
Gee no espero a que apagara el auto siquiera, bajó y entró a la tienda aún cuando la lluvia estaba más fuerte. Yo hice lo mismo.
Cuando entré la tienda estaba vacía, y Gee estaba correteando por todos los estantes.
Yo me apoyé del mostrador y le pedí una cajetilla de cigarrillos al chico del mostrador.
  —¿Es tu hermano? -Preguntó él. Tenía unos 19 también, rubio, con ojeras y lucía somnoliento.
  —No, no lo es. —Es mi novio, dije en mi mente.
Gerard llevó muchas cosas, donuts, galletas, caramelos, chocolates, helado. Sé que no debería comer tantos dulces, pero si eso lo hacía feliz...
  —Gracias, Frankie. —Dijo sonriendo ampliamente, era como un niño pequeño, y amo verlo tan feliz.
Me acerqué a él y besé sus rojizos labios, que tenían azúcar aún. Su boca sabía a caramelo, soda y chocolate. El mejor sabor que pude probar.
Él siguió el beso, sonreía cada vez que nuestras bocas se separaban.
Ansiaba estar con él de nuevo en New York. Tenerlo sólo para mí y no tener que separarme ni un sólo instante de su lado.
Aunque no quise, me separé de él para seguir nuestro camino.
Cuando empecé a conducir, miró su reflejo en el vidrio, tocó sus labios ahora hinchados. Notó que lo observaba.
  —Tus labios también están rojos, Frankie —sonrió y se acercó para tocarlos—, siempre que me besas están así, mi ángel, son muy bonitos.
  —Los tuyos también son muy bonitos, angelito, son hermosos. —Besé su frente—. ¿Cómo teñiste tu cabello, Gee?
  —Cuando era pequeño me enamoré del color rojo. Hace semanas acompañé a mi mamá a la peluquería, y estaba este tinte. Mi mamá lo compró y su estilista me tiñó el cabello. ¿No te parece un color hermoso, mi ángel?
  —Lo es, angelito, te va muy bien.
Nos acercabamos a casa de Gerard y aún no cesaba la lluvia.
Cuando entramos estábamos empapados de pies a cabeza.
Donna abrió la puerta.
  —¡Gerard!, ¿qué les ocurrió? Pasen, no, esperen, les traeré algo para que se sequen. —Dijo indicándonos la alfombra para no dejar agua en el suelo.
  —Lo siento, pero no para de llover —dije para no preocupar a Donna—, estamos bien.
  —Tranquilo, Frankie, sólo sequense y pónganse ropa seca, o pueden resfriarse —dijo dándonos toallas. Mi suegra es tan amable—. Vengan, busquemos algo en la habitación de Gee para que te cambies.
Entramos y Donna comenzó a buscar en el guardarropa de Gee.
  —Ten, Frankie, creo que esto es lo más pequeño que puedo conseguir. Es que eres tan bajito que dudo que te quede la ropa de Gee...
Gerard soltó una carcajada ante ese comentario, luego se dirigió a secarse al baño.
  —Está bien, Donna, muchas gracias.
  —No es nada, gracias por todo lo que haces y has hecho por mi hijo, no podría agradecerte nunca. —Sus ojos se cristalizaron mientras me sonreía. Gerard terminó de secarse y se lanzó a la cama—. Hijo mío, ¿te divertiste con Frank?
  —Sí, fuimos al parque, y volví a mecerme en los columpios como cuando lo hacía con Mikey, y mi ángel me compró golosinas. —Tendí la mano con la bolsa de papel donde el chico de la tienda había colocado lo que Gee eligió—. Estoy cansado, ¿y papá?
  —Está en la habitación. Y me alegra que la pasaras bien, cariño. Ahora cambiate, debes tomar tus medicamentos.
Donna nos regaló una sonrisa y llevó las cosas a la cocina. Al fin solos.
Mi angelito empezó a desvestirse, yo me acerqué a él para hacer lo mismo.
No pude evitar besarlo, acariciarlo, volver a ver su cuerpo semidesnudo. Él seguía siendo inexperto, pero imitaba mis movimientos. Retiró mi camisa y acarició mi espalda, con su otra mano jugaba con mi cabello.
Volvimos a lanzarnos a la cama. Dejé de besar sus labios y bajé hasta su cuello, él suspiraba pesadamente con cada uno de mis besos. Mis manos bajaron hasta sus piernas.
  —Mh.
  —¿Te gusta, Gee?
  —S...í, sigue, mi ángel.
Pero debía detenerme, no quería pensar qué ocurriría si Donna o Donald entraban.
  —Debemos esperar a llegar a New York, a estar solos, ¿de acuerdo?
  —D...de acuerdo, Frankie.
  —Lo siento, no quisiera detenerme.
  —Yo no quiero que te detengas.
Suspiré.
  —Seamos pacientes.
Él asintió, yo besé su frente.
Nos cambiamos y dejamos que la ropa mojada se secara en el baño.
Volvimos a la cama, pero esta vez nos sentamos y empezamos a jugar Monopoly. Es gracioso porque ni siquiera jugábamos bien. En ese instante entró Donna con el medicamento de Gee.
  —Lo siento, comprendo si me he quedado mucho tiempo, pero le prometí a Gerard quedarme hasta que...
  —Frankie, por favor —interrumpió ella— dije que podías quedarte cuanto quisieras. Eres como de la familia ahora.
  —Gracias, Donna. —Sonreí.
Ella volvió a salir de la habitación cuando Gerard tomó sus medicinas.
Guardamos el juego cuando el cansancio no dejaba que mi angelito permaneciera con los ojos abiertos.
Nos acostamos juntos. Él con su cabeza sobre mi pecho y yo con mi brazo al rededor de él.
Yo también estaba algo cansado, y cuando lo noté Gerard estaba completamente dormido.
A penas eran casi las ocho, supuse que podría quedarme un poco más.
Cuando llegara a casa llamaría de nuevo a Ray, debía saber porqué se comportaba de tal manera.
Quería olvidar el tema y enfocarme en mi angelito, eso quedaría en el pasado, yo disfrutaría mi presente.

***

Desperté y miré mi celular... ¡ERAN LAS 12 DE LA NOCHE!

Tuve un pequeño ataque cardíaco; mi madre me mataría, papá me mataría. ¡Y Ray no respondió! Pero, tal vez fue porque estaba cansado, o porque sabía que no podía hacer nada ya, o sólo no quería despertar a nadie —menos a Gee— pero igual me quedaría allí hasta la mañana siguiente.
Había cumplido lo que mi angelito quería, quedarme con él toda la noche. Tal vez necesitaba sólo eso.

Continuará—

Hola, ehm, mátenme si quieren.
Lamento desaparecer así, pero tuve problemas y —aunque recordé el Fic— no tenía motivación de escribir algo.
Disculpen lo corto del capítulo, pero con esto quería decirles que resucité de la muerte.
El próximo capítulo será más largo, y obviamente mejor —si Dios quiere— rezaré por eso.
Os amo, xoxo
P.D.: Lamento el probable asco de capítulo (?) IDK.

Esquizofrenia // «Frerard».Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu