Capítulo 29

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Dos días habían pasado. Draco no había podido hacer nada para encontrar a Hermione, finalmente se había dado por vencido pero solo hasta que sus padres volvieran, pues el sin magia no podía hacer muchas cosas, por no decir nada.

Esos dos días los había pasado llorando y pensando en los tres amores de su vida, los echaba de menos, todo de ellos echaba de menos. Mecer a sus pequeñines para que durmiesen, ver a Hermione sonreír... e incluso despertarse a altas horas de la madrugada para darles de comer junto a una adormilada Hermione.

Se levantó del sillón en el que llevaba sentado horas recordando muchas cosas felices junto a su familia y subió las escaleras, recorrió pocos pasillos y cuando llegó a la puerta que quería ver se detuvo. Estaba frente a la habitación que decoró con tanto esmero junto a Hermione para sus hijos. Puso la mano en el pomo y poco a poco la fue bajando. Cuando abrió el cuarto estaba oscuro, los muebles tenían una capa de polvo porque Draco le había ordenado a los elfos que no entraran para nada en esa habitación. Abrió la cortina del gran ventanal y se sentó en la mecedora, el lugar que Hermione había nombrado como su favorito, muchas veces se ponía a leer algún libro cuando no tenía nada que hacer, el sitio donde siempre alimentaba a sus bebés o cuando simplemente ambos estaban sentados en el abrazados mirando a sus pequeños dormilones acostados en sus cunitas. Pasó por las cunas y en la de Scarlett se encontraba el peluche que siempre estaba con ella, lo olió y olía a ella, a su bebé, su hermosa princesa tan parecida a su madre. Sus ojos se le aguaron y salió de la habitación de sus hijos.

Después entró a la de al lado, donde todas las noches dormía con ella, el amor de su vida. No había entrado en ella para que su olor no se perdiese. Las sabanas olían a ella, un olor que le encantaba y le volvía loco, lo hechizaba por completo. Prendas de ropa se encontraban aún en el armario, no se había llevado todo. Fue en ese momento, cuando mas que nunca se dio cuenta de que buscaría a Hermione por todos lados.

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Hermione por otro lado intentaba seguir adelante, aunque no podía negar que seguía amando al blondo con toda su alma. Salió del hotel y decidió marcharse de Londres. Tenia toda su documentación y tenía mas que suficiente dinero, pero haría lo que fuese por marcharse de allí, del mismo lugar donde el estaba. No quería verle, no ahora por mucho que le amase.

Ya se encontraba en el aeropuerto, esperando en la cola con sus pequeños para subir al avión. En esos momentos deseaba que pasase lo mismo que en las películas de amor que solía ver, deseaba que en ese momento él apareciera y le suplicase que no se fuese. Pero eso nunca pasó.

Hermione pensaba que no le importaba al chico como ella pensaba. Que si realmente le quisiese le hubiese ido a buscar. Pero decidió dejar esos pensamientos a un lado, olvidarlo todo para comenzar una nueva vida lejos de Londres, comenzarla en Nueva York. Sabía que no sería fácil encargarse sola de dos niños, trabajar... Pero por ellos lo intentaría. Por ellos cualquier cosa que pudiese. Por suerte tenía a una gran amiga allí, quizás ella podría echarle una mano. Ella no tenía hijos y se había casado hace un año aproximadamente.

En el avión solo pensaba en él, era algo inevitable. Sus ojos de plata líquida taladraban su cabeza, su voz, sus labios. La imagen de la primera vez que cogió a sus hijos. Algo que sería inolvidable. Mientras pensaba en eso inevitablemente cayó en los brazos de Morfeo.

Desde ese momento comenzaba una vida lejos de Londres.

Lejos del rubio.


Enamorado de una MuggleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora