1. Es solo un chico.

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La cabeza me dolía a la mañana siguiente, mientras caminaba por los pasillos del instituto Alexander Hamilton. El cielo en California estaba extrañamente nublado ese día, a pesar de que estábamos a mitades de Septiembre, por lo que hacía que los lentes de sol que llevaba puestos para cubrir mis profundas ojeras desentonaran notablemente. No era culpa mía. ¿A quién rayos se le ocurría hacer una fiesta un domingo?

Dímelo tú, Charlie. ¿A quién rayos se le ocurre ir a una fiesta un domingo?

No era la primera vez que aquella molesta voz me hablaba en lo más profundo de mi cerebro, pero aun así, el solo escucharla consiguió que mi mal humor aumentara.

—Todo el instituto estaba allí anoche —le respondí mientras abría mi casillero, y solo un par de segundos después, me di cuenta de lo ridículo que había sido eso.

—Oh no. ¿Ahora también hablas sola, Hawthorne?

Si la cabeza no me hubiese estado latiendo en ese mismo instante, estoy segura de que me hubiese gustado golpearla contra los casilleros.

—Te aconsejo que cierres ahora mismo tu boca, Nate. Al menos que quieras que la cierre yo misma —espeté, mientras sacaba los libros correspondientes de esa mañana.

—Hmm eso depende... ¿Cómo piensas cerrármela?

Cerré la puerta de mi casillero con un golpe sordo debido al doble sentido de su pregunta, giré sobre mis talones, y lo más seria posible respondí: —Con un puñetazo.

Sus ojos brillaron, encantados con mi mal humor, y una sonrisa burlona se extendió por sus labios.

—No seas tan cruel, ya estaba empezando a hacerme ilusión —canturreó sonriendo—. Lindos lentes de sol, por cierto.

Sin contestar nada, empecé a caminar por el pasillo, en dirección a mi primera clase. Unos segundos después, sentí a Nate caminar a mi lado, en silencio. Me detuve en seco.

—¿Se puede saber por qué esta mañana estas más irritante que de costumbre? —me quejé sin rodeos.

—No sé a qué te refieres, estoy igual de irritante que siempre —se encogió de hombros, como si realmente no supiera de que estaba hablando. No me lo creí.

—Entonces, ¿Qué se supone que estás haciendo?

—Acompañándote.

—Y ¿Por qué lo haces?

Su boca se abrió ligeramente, como si fuera a decir algo, pero al instante la volvió a cerrar. Había dejado sin palabras a Nate Blakeman. Eso tenía que darme algunos puntos.

—Bueno —alargó la frase mientras se rascaba la nuca, acto que hacía cuando se ponía nervioso o no sabía que decir. Al parecer no se esperaba esa pregunta —. Pensé que te gustaría un poco de compañía.

Puse los ojos en blanco. Aquello resultaba exasperante.

—¿Y por qué pensarías que yo...? Ah, ya veo —la realidad me golpeó en ese instante, al ver a Madison y a Jake caminando tomados de la mano por el pasillo. Madison sonreía en mi dirección, pero Jake ni siquiera se percataba de mi presencia.

Mi rostro se tornó rojo por la ira, igual que la noche anterior en la fiesta cuando los vi juntos. Apreté mis puños lo más fuerte que pude para tratar de calmarme y no ir a patearle el trasero a esa zorra.

—Charlie, yo...—Nate empezó a hablar, pero pude notar que no sabía que decir exactamente, así que lo interrumpí.

—¿Phoebe te pidió que lo hicieras? —pregunté, las más dura y despreocupada que pude, pero sin poder apartar la vista de la pareja.

Jugando con fuegoWhere stories live. Discover now