CAPÍTULO XXX: La primera puerta de la muerte

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Rosie

Dar el primer paso siempre me resultaba desafiante. El miedo y la incertidumbre se entrelazaban, como es natural cuando nos aventuramos fuera de nuestra zona de confort. Aunque comprendía que estos sentimientos son parte intrínseca de la condición humana, su persistencia me resultaba exasperante.

Durante mucho tiempo, consideré al miedo y la preocupación como obstáculos para el progreso humano. En ocasiones, incluso anhelaba deshacerme de ellos, pero descubrí que eran emociones tercas, difíciles de eliminar. En momentos críticos, me paralizaban, haciéndome sentir que el mundo se desmoronaba a mi alrededor.

Sin embargo, decidí que ya no permitiría que el miedo dictara mis acciones. Reconocí que, aunque no podía erradicarlo por completo de mi vida, tenía el poder de no permitirle detenerme. Aceptaré que enfrentaría el miedo, pero no permitiría que me impidiera avanzar.

Desde entonces, cada vez que enfrento el miedo, elijo seguir adelante a pesar de él. Ya no lo veo como un obstáculo insuperable, sino como una señal de que estoy desafiando mis límites y creciendo como individuo. Por eso, aunque el miedo persiste, estoy decidida a actuar.

Lo que más me identificaba era la certeza de que el miedo nunca me paralizaría. Comprendía que los riesgos y las situaciones incómodas eran el combustible que impulsaba mi avance, una realidad que compartían muchas personas.

Sentía que podía enfrentar cualquier desafío, por más difícil que fuera. Mi obstáculo era mi creencia en mi propia autosuficiencia, aunque sabía que en ciertos momentos necesitaba ayuda para enfrentar lo desconocido. Fue entonces, al conocer a Mickael, cuando comprendí la importancia de solicitar ayuda y también de ofrecerla.

«Pero a otra persona no le estaba yendo demasiado bien».

—Mickael, abre la puerta —le dijo Jael, impaciente—, esos asquerosos fantasmas deprimentes están por venir. ¡Apresúrate!

—Basta, ¿crees que no quiero hacerlo?

—Sí —dijimos Jael y yo al mismo tiempo. Ambos intercambiamos miradas, asombrados de la sincronización, me eché a reír sin que ninguno de los dos me viera.

— ¿Ahora los dos se ponen en mi contra? —dijo él, al intentar abrir la puerta de nuevo, pero estaba nervioso.

—Avísame cuando abras, seguramente ya estaré muerto.

— ¿Por qué no solo lo haces tú y dejas de molestar? —expresó Mickael, irritado.

—Porque yo no puedo, el ángel guardián eres tú. Si fuese yo, ya hubiésemos entrado.

—Bueno, pero no eres yo.

— ¡Ay, qué alegría!

—Ya basta, ¿sí? —expresé, aturdida. Me acerqué a Mickael y lo miré fijamente—. ¿Por qué están tan dudosos? En serio, tenemos que hacer esto, y tú lo sabes. No podemos darnos el lujo de detenernos ahora. Yo también tengo miedo, Mickael, pero no quiero morir. No quiero estar vagando por la tierra en un plano medio.

»¡Solo abre la puerta! Se supone que eres mi protector. Haz lo que tienes que hacer. Esto también es protegerme. Aunque sea algo desconocido, yo también estoy nerviosa, pero tenemos que hacerlo. Por favor.

Mickael me miró fijamente, sus ojos brillaban intensamente. Por un momento, quedé embelesada, pero cuando él asintió y decidió abrir la puerta, bajé la mirada. Él lo hizo al final. Jael estaba más aliviado; él más que nadie quería salir de ese lugar, pero supuse que, por su gran fidelidad a Mickael, no lo dejaría solo jamás.

Una vez abrió la puerta, una fuerte luz emergió, dejándonos cegados por un instante. Entramos como pudimos, pero cuando la luz se disipó, me encontraba en un campo de girasoles. En frente de mí, un gran espejo antiguo, con una bonita forma redonda, y un diseño peculiar, me transportaba a otra época. Miré a los lados y no vi ni a Jael ni a Mickael. No entendía lo que estaba pasando, pero decidí avanzar.

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