Traición

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Después de un almuerzo tenso, decidí subir hacia las duchas para despejar mi mente. Sin embargo, al llegar al pasillo que conducía a los baños, me encontré con Olivia apoyada en la puerta de la habitación común. Su semblante, habitualmente tranquilo, estaba ahora marcado por el ceño fruncido y los brazos cruzados, mientras sus ojos verdes lanzaban destellos de molestia cada vez que me acercaba.

—¿Qué fue todo eso hace un momento? —inquirió con voz cargada de reproche, bajando uno de sus brazos a la altura de su cadera. —No necesito que me defiendas todo el tiempo. Soy perfectamente capaz de cuidarme sola —concluyo, dejando escapar un suspiro de frustración.

—¿De verdad puedes, Olivia? —mi voz brotó con un deje de incredulidad, sin poder contener la molestia que bullía dentro de mí.

Ella abrió los ojos sorprendida pronunciando un: "¿A qué te refieres?", con voz entrecortada, lo que me impulsó a continuar sin pensarlo demasiado.

—Parece que siempre soy yo la que tiene que hacerlo por ti.

—Estás siendo injusta. Sabes que no te he pedido que lo hagas.

—¡Pero tú tampoco has hecho nada! —exclamé exasperada, sintiendo cómo la ira crecía en mi pecho, haciéndome temblar ligeramente.

Y sin poder contenerme, comencé a sacar todo lo que había estado guardando en lo más profundo de mi ser.

—¡Yo soy la que hace todo para mantenernos juntas, maldita sea! Si no fuera por mí, nunca habríamos salido de la isla. Y tú no habrías hecho nada por sacarme de allí.

—Tú me pediste que firmara ese contrato. De hecho, tomaste la decisión por mí de nuevo, como si fuera algo que tenías que hacer sin preguntarme antes.

—¡Pero tampoco te vi negarte! —grité furiosa, sintiendo cómo la rabia se apoderaba de mí, mientras comenzaba a dar vueltas en círculos para liberar la tensión que me consumía.

La vi con gesto triste, sus ojos llenos de lágrimas como nunca antes los había visto.

Me sentí mal, pero era como si no pudiera evitar soltar todo lo que estaba sintiendo y diciendo, así que seguí sin mirarla directamente a los ojos.

—Tampoco te vi rechazar el año que pasaste en la comodidad de esa colonia mientras a mí me trataban como una auténtica prisionera. ¿Sabías que todavía existen esas malditas terapias de conversión, Olivia? ¿Lo sabías?

Negó con la cabeza mientras las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas, demostrando remordimiento con cada palabra que utilizaba en su contra.

Era como pelear a puño limpio, cada vez que abría la boca, parecía clavarle algo invisible en su cuerpo, hiriéndola y enrojeciendo aún más sus ojos.

Pero tenía que escucharlo, ¿verdad? 

Ni siquiera lo había soportado en persona, lo menos que podía hacer era escucharlo.

La frase salió de mis labios antes de que pudiera detenerla, y en el instante en que vi cómo sus ojos se llenaban de angustia, lamenté haberla pronunciado. Pero ya era tarde para retractarme, así que mantuve mi mirada firme, sin titubear.

—Tal vez estamos aferradas a una ilusión, Olivia. Quizás lo que sucedió en aquella isla nos ha dejado ciegas ante la realidad, aferrándonos a un amor que quizás nunca existió —mi voz temblaba ligeramente, pero mi mirada no vacilaba.

Ella se estremeció ante mis palabras, y vi cómo sus ojos se llenaban de lágrimas. Su rostro, antes tan sereno, se retorcía ahora en una mezcla de dolor y confusión.

—¡Mira a nuestro alrededor, Olivia! ¿Qué futuro nos espera? —mi voz resonó con desesperación, y cada palabra parecía cortar el aire como un cuchillo afilado. Sus lágrimas brotaron como un torrente, y su cuerpo se sacudió con sollozos incontrolables.

ARABELLA II: Puños de sangreWhere stories live. Discover now