Nosotras

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Mi hermano nos dejó solas, asegurándonos que volvería por mí en un par de horas para cumplir con nuestro propósito allí.

Y en cuanto Caín desapareció en el elevador, Olivia se desató en un torrente de lágrimas, haciéndome sentir como si mi corazón se hiciera añicos con cada gota que caía de sus ojos. Mientras confesaba entre sollozos que no había soltado una sola lágrima desde la última vez que nos vimos en el faro.

Sus lágrimas eran por las dos, pues de mis ojos no brotaba ni una sola gota de tristeza. Ya que la sensación de tenerla entre mis brazos y el dulce aroma que desprendía su fragancia, similar al caramelo, me inundaban de nada más que pura felicidad.

Mientras acariciaba su espalda en círculos, sus lágrimas por fin cesaron y me regaló una mirada apenada a través de sus grandes ojos.

—Siempre que te veo estás lastimada de alguna manera —susurró levantando su mano y pasándola con delicadeza.

Paso su dedo por la herida en mi frente, y no pude evitar hacer una mueca, pero su tacto, y su voz suave, me hicieron sentir protegida al instante.

—Estás a salvo aquí.

La miré con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho mientras las palabras brotaban de mis labios sin evitarlo. —Olivia, no quiero presionarte. Pero necesito que me dejes besarte, porque desde que saliste de ese elevador, lo único en lo que he pensado es cuánto he echado de menos hacerlo.

Y afortunadamente Olivia no dudó en responder a mi petición.

Sus manos se posaron con suavidad en mi cuello, atrayéndome hacia ella con una delicadeza que me hizo estremecer. Nuestros labios se encontraron en un suave roce, y en ese instante, el mundo pareció detenerse a nuestro alrededor.

El sabor de sus labios era como el maldito néctar más dulce. Y los había anhelado por tanto tiempo.

Si volver a probar el chocolate fue delicioso, aquella sensación era mil, no, un millón de veces mejor. Habría renunciado a todo el chocolate del mundo por lo que experimentaba en ese momento, por la sensación exquisita de su lengua entrando por mi boca, por el palpitar acelerado de mi corazón al sentir su cercanía.

El beso se transformó inmediatamente en una pelea por quien dominaba los labios de la otra. Y sin poder contenerme más, exploré sus muslos y los atraje con mis manos a mis caderas mientras ella me guiaba en un camino ciego y desesperado por el pasillo hasta llegar a la habitación.

La urgencia que tenía por deslizarle ese vestido, me estaba matando.

Y las cientos de descargas eléctricas que descendían por mi abdomen, sumado a la humedad de mi ropa interior, comenzó a apresurarme.

La recosté en la cama con desesperación y mientras besaba sobre la tela de su vestido, lo deslice por sus piernas. Y la escuché pronunciar en un excitante tono, que se escuchó entre un gemido y un susurro: —¿estas nerviosa Arabella?

—Ni un poco. ¿Y tú?

Besé la tela de su ropa interior de encaje negro, pero me detuve cuando sentí un gesto titubeante en sus movimientos.

—¿Estás segura? — pregunté, deteniéndome frente a ella, con mis ojos buscando desesperadamente alguna señal de duda en los suyos, mientras sentía mi corazón latir fuerte en mi pecho.

—No quiero arruinarlo— murmuró con suavidad, negando con la cabeza.

Y entonces un impulso se apoderó de mi, como una llama avivada por tomar la iniciativa por primera vez con ella. Aún cuando yo tampoco tenía ni una maldita idea de si sabría lo que haría o no.

ARABELLA II: Puños de sangreWhere stories live. Discover now