Olivia

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*OLIVIA*

Era conocida por ser la persona más sentimental del mundo, lloraba por cualquier cosa desde que era niña. Incluso cuando mi madrastra se casó con mi padre y me presentó a Erick lloré de felicidad el día que se cambio a nuestra casa.

Siempre lo hacía, y no me importaba en lo absoluto.

Pero desde que firmé el contrato de matrimonio, me prometí no derramar ni una sola lágrima.

Era mi castigo por no haber podido hacer más, por ser yo quien salía mientras ella se quedaba. ¿Cómo podría llorar cuando yo no era la que más sufría de las dos?

Desde ese día, me permití no derramar una sola lágrima más.

Ni siquiera cuando descubrí que todas las nuevas parejas formadas éramos enviadas aquí, esperando que el mundo se fuera al carajo y tuviéramos la oportunidad de repoblar a la nueva comunidad.

Tampoco lloré cuando llegamos a nuestro departamento asignado, ni cuando el desconocido con el que estaría por el resto de mi vida lloraba al otro lado de la cama cada noche, recordándome el infierno al que nos habían obligado a estar.

Obligado. ¿Qué tan cierto era eso?

Sabia con certeza que cuando Erick descubrió todo, decidió quedarse aquí para tener una oportunidad de sobrevivir.

¿No era lo que estaba haciendo inconscientemente yo también?

Escuché un último sollozo antes de que el hombre a mi lado se quedara dormido.
Sean era un buen chico, con anchos hombros como los de un jugador de futbol profesional, y grueso cabello rubio, aunque de un tono demasiado dorado como para parecerse a los de Arabella.

"Bella", pensé.

Sus delicadas manos trazando el contorno del elefante que había dibujado en mi hombro, sus ojos azules mirándome con ternura, sus labios...

No quería pensar más en ella, porque si lo hacía, las lágrimas caerían sin detenerse y rompería con ello mi promesa.

Me levanté del colchón y me dirigí a la tecnológica cocina, que ahora formaba parte de mi paisaje diario. Y toqué dos veces la pantalla del refrigerador, que se encendió y me mostró las cientos de opciones que tenia a mi disposición.

Di click en el icono de jugo y escuché el mecanismo de la máquina moverse por dentro.

Abrí las puertas y los engranajes de lo que se asemejaba a una máquina expendedora trajeron al frente la lata de jugo de naranja que había seleccionado.

Di un gran sorbo y caminé por el oscuro departamento hacia los ventanales, junto al sofá de color crema. La vista en ellos simulaba una hermosa playa que no hacia mas que recordarme a la horrible isla, y aún así, no tenía ganas de cambiarla.

Era mi recordatorio constante de que había logrado salir de una prisión para entrar en otra, una mucho más lujosa pero igual de incómoda.

Me pregunté por un momento, si nos hubieran dado la opción de quedarnos juntas, ¿habría aceptado egoístamente con tal de pasar todas las noches a su lado?

Aunque aquello era un pensamiento puramente hipotético, ya que en la nueva comunidad de los hijos de Dios jamás habrían aceptado algo que no estuviera en línea con los planes de repoblación.

Aunque si hubiera sido posible, si nos hubieran permitido casarnos a nosotras dos, ¿podría haberle dado la espalda al mundo por lo que sentía por ella?

Sonreí ante la idea.

Claro que lo habría hecho.

ARABELLA II: Puños de sangreDove le storie prendono vita. Scoprilo ora