Capitulo 22

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Envuelta en una capa con capucha, Lali asomó por la puerta de la calesa para mirar, impresionada, las ventanas bien iluminadas del teatro de la ópera. Habría entendido que su tío se deshiciera de ella como de una baratija, pero jamás lo habría esperado de Gastón. Su hermano había tratado de justificarse echándole la culpa al oporto y, cuando eso no había funcionado, empeñándose en que no era bueno provocar al duque, que, a fin de cuentas, había ganado aquella noche de forma justa. Lali había protestado con vehemencia del modo en que se la habían jugado, y Gastón se había disculpado una vez más. Sin embargo, luego le había insistido en que fuese, porque los Espósito siempre saldaban sus deudas, les gustase o no. Bartolomé, maldito fuera, se había carcajeado de la apuesta, emocionado por la posibilidad, aunque fuera remota, de que la pretendiera un duque. De modo que allí estaba, apretada en un coche de caballos con él y la parlanchina lady Paddington, ¡obligada a satisfacer la estúpida apuesta de Gastón!

Mientras Peter ayudaba a lady Paddington y a ella a bajar del carruaje, llegaron a sus oídos suaves compases musicales. No podía negar que, a pesar de sentirse completamente humillada por ser blanco de una apuesta entre borrachos, ansiaba con desesperación poder verlo. Sin embargo, de momento, lo único que quería era darle una lección, puede que incluso borrarle esa sonrisa socarrona de los labios. Subió la escalera aprisa detrás de él y de su carabina y entró airada en el teatro, deteniéndose un instante para quitarse la capucha de la capa.

Lady Paddington, recolocándose sus gruesos tirabuzones, exclamó en voz alta al ver a la señora Clark.

—Espérame aquí —dijo Peter en tono grave, como de advertencia. Con una mirada penetrante, procedió de inmediato a escoltar a lady Paddington a un rincón donde estaban la señora Clark y otras ancianas.

¡Cielo santo, qué sinvergüenza! Lali alzó la barbilla y tiró furiosa del cordón de su capa. Se la quitó malhumorada de los hombros y se la encasquetó a un lacayo que se acercaba, con el que tuvo que disculparse por casi darle un puñetazo en el pecho antes de mirar indignada al pobre desgraciado mientras se estiraba las faldas de su vestido de satén turquesa.

Ajena a la multitud de personas que se dirigía a toda prisa a sus asientos, Lali lo miró con odio mientras hablaba con las amigas de lady Paddington. De pronto se dio cuenta de que ésta se marchaba con la señora Clark. ¿Adónde demonios iba su carabina? ¿De verdad creía que iba a quedarse a solas con él? ¡Aquel tipo era de lo más arrogante! Impaciente, descansó todo su peso en una cadera, esperando a que él llegase y se explicara. En cuanto la anciana desapareció por el pasillo, Peter se volvió hacia ella y, sonriendo, le hizo una seña discreta para que se reuniera con él. ¡El muy gamberro iba a hacerle cruzar el vestíbulo entero para llegar hasta él! No sólo era arrogante, sino también grosero y, maldita fuera, ¡guapísimo!

Furiosa, Lali recorrió el magnífico vestíbulo. Cuando estaba llegando a él, Peter le tendió la mano. Ella se la miró de refilón, luego lanzándole una mirada feroz, se puso en jarras.

—Eres un... ¡pervertido!

Él bajó la mano y le hizo una reverencia.

—Y tú, una visión. —Alzó la otra mano y le ofreció una gardenia.

¿De dónde había salido aquello? Lali se encogió de hombros, luego se cruzó de brazos y apartó la mirada, tragando saliva para aliviar la sensación que aquella simple gardenia le producía. Le resultaba difícil establecer contacto visual con él; su mirada era tan penetrante que Lali se sentía completamente en carne viva. Aún se notaba los ojos de él en cada centímetro de su ser. Se preguntó si la estaría comparando con lady Nina. Turbada, desvió la mirada hacia el suelo de mármol y se miró las puntas de las zapatillas turquesa. El silencioso escrutinio de Peter se le hizo interminable, hasta el punto de que creyó que iba a ponerse a gritar. Al fin, incapaz de soportarlo un instante más, levantó la cabeza de golpe.

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